Escritora: Magdalena Lasala
“Al fin y al cabo sólo hablo de la naturaleza humana, sólo de hombres, que por su condición mortal son ingratos, volubles, limitados, simulan lo que no pueden ser y disimulan lo que no pueden evitar, y prefieren la cómoda estupidez de apartar de sí al que sabe antes que enfrentarse al coraje de aprender y cambiar”
Maquiavelo, personaje muy ilustrado, proveniente de una familia “sin apellido”, muere a los 58 años en su casa de Florencia, rodeado de sus libros y olvidado por todos. Derribado probablemente por su calidad de advenedizo y cuya inteligencia no hacía sino incomodar, despertar las envidias y miedos de los instalados. Hubiera pasado desapecibido en la Historia si no hubiese sido por un nieto suyo que decidió reunir todas las obras, escritos y cartas de su abuelo, y es que como dice Maquiavelo en la novela “en la vida existen dos clases de hombres: los maestros y los ambiciosos, y os digo que sólo son loables los primeros, aunque sólo sean los segundos los inmortales para la Historia”
Sobre la figura de este personaje histórico, se ha formado el adjetivo “maquiavélico” como algo peyorativo, por su significado de astuto y carente de escrúpulos. Magdalena Lasala, trata de darnos otra visión.
Nos encontramos en el corazón del Renacimiento italiano, en Florencia que era una república aunque en realidad fuese “el gobierno de las clases pudientes, al que pocos miembros del “popolo minuto” van nunca a acceder”. Italia se encontraba dividida en mini estados como el de Venecia, Milán, Roma, Florencia, Nápoles, etc. Mientras en Europa los diferentes territorios se estaban agrupando en naciones. Esto dejaba a los diferentes mini estados en una situación vulnerable a las ansias expansionistas de sus vecinos. Maquiavelo fue un partidario de la unidad italiana.
Se dice que a Maquiavelo no le seducía el poder, sino “la observación del poder y de aquellos que necesitan ejercerlo”. Es ante todo “un escrutador de mentes, un estudioso de la anatomía invisible de los seres” y en la que la política no debía ser otra cosa que “el arte de conquistar el poder y mantenerlo, anteponiendo el orden del todo al interés particular”. Su visión sobre el uso de la religión que Roma hacía para su propio beneficio es también muy interesante, sobre todo en aquella época.
En el exilio escribió su famoso libro “El príncipe” que es un tratado sobre “el carácter de los hombres de Estado y las consecuencias de sus actos en política” fruto de la experiencia adquirida en la observación directa en sus años de influencia política, y que fue tildado de absolutista, así como fueron reprobadas e incluso prohibidas otras obras de teatro en las que se reflejaba su visión de la sociedad, política y de las cosas.
Me gusta cómo escribe esta escritora. Hay partes que podrían resultar repetitivas, pero a mí eso no me importa, y quizá la trama inventada de los personajes del libro no son del todo de mi gusto, pero tampoco me importa demasiado. En mi nivel ha sido un disfrute este viaje en la que además de Maquiavelo, pasean Miguel Ángel; Leonardo; Rafael; Botticelli; el radical religioso, Savoranola, famoso, entre otras cosas, por su "hoguera de las vanidades";el Papa Borgia, Alejandro VI; los Papas Médicis, León X y Clemente VI; el Papa Julio II; Luis XII de Francia; Fernando el Catòlico de España; etc, etc, etc
Me despido con una frase "maquiavélica" que aparece en el libro y dedicada a la seducción:
Hay poder en la seducción, porque “la seducción acerca, convence, tranquiliza, traduce lo que uno está diciendo en lo que el otro quiere escuchar” ¡Es genial!
Y por último me despido con una frase que decía Felipe González y que encaja de maravilla en todo esto de los apellidos de origen, etc, etc. y que me encanta: “Yo soy un negro que sabe que es un negro. El problema es que Mariano Rubio y Carlos Solchaga son negros que se creen blancos”.