Las primera civilización mediterránea en utilizar maquinaria de asedio fue la cartaginesa, que utilizó torres de asedio y arietes contra las colonias griegas de la isla de Sicilia. Estas armas a su vez influenciaron al entonces gobernante de Siracusa, Dionisio I, que desarrolló una serie de máquinas de asedio.
Los siguientes gobernantes mediterráneos famosos por hacer uso de armas de asedio a gran escala fueron Filipo II de Macedonia y Alejandro Magno. Sus grandes máquinas llevaron a una evolución que terminó desarrollando impresionante maquinaria, como el Helepolis ("tomador de ciudades") de Demetrio Poliorcetes, construido en el 304 a. C.: una torre de 9 plantas, recubierta con hierro, de 40 metros de altura y 21 metros de ancho que pesaba 180 toneladas. Las armas más utilizadas eran los arietes o tortugas, que se movían impulsados de distintas e ingeniosas formas de forma que permitiesen al atacante llegar a las murallas de la ciudad con un cierto grado de seguridad.
Para los asedios en zonas marítimas también se utilizaban máquinas sambykē o sambuca. Se trataba de escaleras gigantes que servían para transportar tropas dentro de las murallas o de ciudades costeras. Normalmente iban montadas en dos o más barcos atados, y algunas tenían escudos en la parte superior para proteger a los escaladores de las flechas. También se utilizaban máquinas con forma de bisagra para atrapar equipamiento enemigo o incluso a soldados del ejército contrario mediante añadidos que probablemente son antecesores del corvus romano, o para dejar caer sobre el enemigo pesos pesados.
Los romanos preferían el asalto a las murallas de la ciudad mediante la construcción de rampas de tierra (agger) o simplemente escalando las paredes, como en el asedio a la ciudad samnita de Silvium en el año 306 a. C. Los soldados que trabajaban en las rampas se protegían con escudos denominados vinea, que se colocaban formando un largo corredor. Se usaban escudos de mimbre (plutei) para proteger la entrada frontal al corredor durante su construcción.
A veces los romanos utilizaban otra máquina que se parecía a la tortuga griega, llamada musculus200 a. C. También emplearon escalas (o escaleras) en los asedios de Cartago Nova y de Orongis. Tito Livio destaca (Historia de Roma desde su fundación XXVIII, 3), sobre este último su inestabildiad y los medios empleados para hacerlas caer, mostrando los oronginos un elevado conocimiento y arsenal para oponerse a ellas. ("Pequeño ratón"), para rellenar los fosos, y también se utilizaron arietes a gran escala. Las torres de asedio fueron utilizadas por primera vez por las legiones romanas alrededor del
El primer caso documentado de artillería de asedio antigua fue el gastraphetes, un tipo de lanzador de flechas que se montaban en estructuras de madera. El incremento del tamaño de las máquinas posteriores obligaron a introducir medidas para la carga de los proyectiles, que se habían ido mejorando hasta incluir el lanzamiento de rocas. Luego aparecieron sistemas de torsión, basados en la aplicación de tensión a tendones. El onagro fue la gran invención romana en ese campo.
La balista (latín vulgar balista -del latín clásico ballista-, a su vez derivado del griego ballistēs, de ballein "arrojar") es una antigua arma de asedio de aspecto y mecanismo similares a los de una ballesta, pero de un tamaño mucho mayor. Disparaba grandes dardos o jabalinas por separado o en pequeños grupos, según el tamaño y estructura del modelo. Debido a su tamaño, debía sostenerse sobre un trípode y era manejada por varios hombres encargados de poner los proyectiles, tensar la máquina por un mecanismo de torsión y liberar finalmente el proyectil. Si la maniobra se hacía correctamente, el proyectil salía disparado a grandes distancias y se clavaba en uno o más enemigos. Se usaba principalmente en los asedios, ya que una vez montada era difícil de apuntar con ella a objetivos móviles. No obstante, en ciertas ocasiones se incorporaron ruedas al soporte de la balista para poder cambiarla de sitio sin tener que desmontarla.
Por lo general, la balista se construía en madera, aunque podía tener partes hechas o al menos revestidas de metal, y usaba cuerdas o tendones de animales como tensores. En el siglo XV, la llegada del cañón al escenario europeo hizo que la balista y muchas otras armas de asedio, como las catapultas, fuesen relegadas al olvido.
El ariete cubierto, máquina desarrollada en el Oriente Próximo durante las campañas del segundo Imperio asirio, fue el sistema más empleado para batir los muros de una ciudad. Existían varios modelos, según muestran los relieves de los palacios de Tiglath-Pileser III en los que se representa un ariete de doble punta actuando bajo la protección de arqueros, y Senaquerib, en que un ariete móvil actúa contra torres y murallas.
Diodoro Sículo indica que el ariete fue empleado por primera vez en Grecia durante el asedio de Samos por los atenienses en el 440 a. C., siendo su inventor Artemón de Clazómenes, ingeniero al servicio de Pericles, aunque diversas fuentes describen para cronologías anteriores el empleo de armazones de madera para aproximarse a las fortificaciones, como en el sitio de Elis.
El ariete, protegido por un mantelete o una cubierta reforzada con pieles para aumentar su espesor o impedir la expansión de líquidos inflamables, y sobre el que se vertía agua para impedir la combustión, era una estructura de balancín, dotada o no de ruedas, que podía golpear repetidamente un punto del muro hasta conseguir romper su estabilidad.
Al mismo tiempo que los cartagineses introducían el ariete en el Mediterráneo central se desarrollaron las técnicas para dificultar su empleo y la expugnación de los muros por hundimiento.
Eneas el Táctico describe diversos sistemas destinados a impedir que los arietes golpeen contra los muros, procedimientos que no son, sin embargo, originarios de Grecia, puesto que ya están representados en los relieves de la ciudad asiria de Nimrud correspondientes al reinado de Senaquerib (883-859 a. C.).
Estas técnicas no aparecen reflejadas en las fuentes clásicas relativas a la península ibérica, aunque sí que están las medidas que deben tomarse para paliar el hundimiento de una parte de las fortificaciones. Por ello, y dado que ambas son complementarias, puede afirmarse también que también serían conocidas por los guerreros iberos las formas de enfrentarse a los arietes desde lo alto de las murallas.
En el momento en que una sección del muro era derribada, la acumulación de material de construcción que ocupaba el lugar continuaba sirviendo como base para la defensa de la ciudad, aunque el mejor sistema para restañar los daños causados por los arietes o la zapa era la construcción de un nuevo muro en el interior de la plaza asediada que sustituyera al anterior. Esta solución es la adoptada por los defensores de Sagunto cuando las armas de asedio|máquinas púnicas consiguen romper el perímetro defensivo de la ciudad restañando así los daños y prolongando la resistencia. La aplicación de los preceptos de Eneas el Táctico sobre la construcción de muros interiores tiene un excelente ejemplo en el asedio de Platea por los lacedemonios.
El Onagro es una antigua arma de asedio del tipo catapulta, que tenía mecanismo de torsión. El nombre de onagro es una referencia al asno salvaje asiático del mismo nombre, conocido por su mal genio y que puede lanzar a un hombre a cierta distancia de una coz, al igual que esta arma de asedio lanzaba piedras contra las murallas enemigas.
La primera referencia histórica de esta arma es la del griego Filón hacia el 200 a. C., seguida de la de Apolodoro un siglo después. No obstante, no se guardan descripciones exhaustivas de su aspecto y funcionamiento anteriores al siglo IV, cuando se hizo popular su uso y fueron descritas por los historiadores Vegecio y Amiano Marcelino. Esta pieza de artillería era montada en el lugar del asedio por al menos 8 hombres, sobre una base de tierra aplastada o ladrillos que disminuyera la vibración al ponerse en marcha. Constaba de un marco de madera que servía de base en el suelo, sobre el que se alzaba un marco también de madera (reforzado a veces con pieles) que servía de tope al brazo cuando éste salía disparado, evitando así su rotura.
El papel del onagro en los asedios era el de destruir torres de defensa y barrer la parte superior de las murallas de defensores.
Su construcción desapareció con las invasiones bárbaras del siglo V, aunque fue recuperada más tarde, a partir del año 1200. Posteriormente evolucionó hacia un arma de asedio de menor calibre y distancia, el mangonel, que lanzaba varias rocas más pequeñas a distancias de hasta 400 m. El nombre de mangonel deriva del griego magganon, que quiere decir «ingenio de guerra».
En la Antigua Roma, la formación en testudo o tortuga era un orden de batalla utilizado comúnmente por las legiones romanas durante el combate y muy particularmente en los asedios. La primera mención que se conoce de esta táctica es de Polibio en el siglo II a. C.
En la testudo, los infantes se cubrían con sus scutum solapándolos a modo de caparazón, mientras que la primera fila de hombres protegía el frente de la formación con los suyos levantándolos hasta el centro de su cara. En caso de necesidad, los soldados de los flancos y los de la última fila podían también cubrir los lados y la parte posterior de la formación, aunque entonces la protección de la capa de escudos que cubría el cuadro era inconclusa al reducirse su número.
Si esta táctica era utilizada correctamente, hay que tener en cuenta que requería un gran entrenamiento para que fuese efectiva. La testudo protegía a los legionarios de forma excelente frente a los proyectiles, permitiéndolos desplazarse sin miedo a ser alcanzados por flechas, dardos, lanzas y demás armas arrojadizas. Así lo atestigua Flavio Josefo al señalar su eficacia en el año 66 al sitiar las legiones romanas Jerusalén:Se deslizaban las flechas sin dañar, y [...] los soldados pudieron, sin riesgo, minar la muralla y prepararse para pegar fuego a la puerta del Templo.
Flavio Josefo. La guerra de los judíos
Su principal problema residía en el hecho de que era una formación muy apretada y lenta, lo que hacía que los soldados tuvieran una gran dificultad en los combates cuerpo a cuerpo. Esta limitación quedó patente durante la batalla de Carrhae cuando los partos usaron arqueros a caballo mientras los romanos permanecían en formación regular y catafractos si estos optaban por la formación en tortuga. Otros problemas radicaban en que las piernas y caras de la fila delantera estaban expuestas o que disparos prolongados con armas de largo alcance, como por ejemplo los arcos compuestos usados en Oriente, podían atravesar el scutum y ensartar la mano del soldado al escudo que sostenía, como ocurrió en Carrhae.
Una torre de asedio es un tipo de variante ofensiva de una bastida, ingenio empleado en la Edad Antigua y Media para superar murallas enemigas y depositar sin grandes dificultades a varios hombres armados en lo alto de éstas para que las tomasen más fácilmente.
En épocas antiguas, la torre de asedio fue empleada tanto en Europa como en Extremo Oriente y sus orígenes se remontan al siglo IX a. C., en que aparece representada en los relieves asirios junto al ariete con ruedas. Fue empleada en el asedio de Selinunte por el ejército cartaginés, y posteriormente en Motia por el tirano Dionisio I de Siracusa.
Su construcción requería de mucho tiempo y recursos, por lo que no solían usarse hasta que fracasaban todas las otras medidas para superar una muralla, derribarla o romper sus puertas por medio de arietes. El armatoste, a veces formado por piezas prefabricadas, se montaba en el propio lugar del asedio, a la vista de la fortaleza o ciudad sitiada con el fin de causar un impacto psicológicoEuropa occidental cuando se enfrentaron a la conquista romana). Apreciable en el enemigo. El hecho de que la torre pareciera moverse sin nadie que tirase de ella cuando era empujada desde atrás la hacía más terrorífica aún, sobre todo cuando los sitiados pertenecían a culturas que desconocían las armas de asedio.
Las respuestas tácticas que los asediados tenían contra las torres de asedio eran múltiples, y por ello, poco definitivas. La más simple consistía en la construcción de fosos alrededor de la fortaleza, lo que obligaba al asaltante a rellenarlos con paja, madera o escombros con el fin de aplanarlos y que la torre no perdiese el equilibrio, obligándoles a retrasar su asalto final. Así mismo, los sitiados también disparaban flechas contra la torre y material incendiario que al caer sobre la estructura de madera podía destruirla rápidamente y matar a todos los hombres que llevaba en su interior. Durante el asedio de Jerusalén de 1099, los musulmanes lograron quemar de esta forma una de las dos torres empleadas por los cruzados en el asalto a la ciudad. Con el fin de evitar este tipo de situaciones, las torres de asedio se recubrieron posteriormente con diversas protecciones, generalmente pieles de animales mojadas aunque en algunos casos se emplearon planchas metálicas. El impacto de grandes piedras lanzadas por catapultas también podían desestabilizar la torre y hacerla volcar.
Otro método era el minado del terreno que se extendía ante los muros para impedir su avance. Pero el más utilizado era la elevación con cualesquiera medios de la altura de las murallas para impedir que las torres de asedio pudieran batir la parte superior de las defensas de la ciudad.
Esta técnica, descrita en el relato del asedio de Masalia no figura en los textos sobre el asedio de Sagunto, pero debe inferirse que los saguntinos conocían diversos métodos de lucha contra las torres de asedio, ya que Aníbal empleó estos ingenios, cuya altura sobrepasaba la de las murallas de la ciudad, desde el inicio del asedio y, sin embargo, el sitio se prolongó por espacio de ocho meses según Tito Livio y Zonaras, lo cual es ilógico si se entiende que desde el momento en que las torres cobran ventaja sobre las fortificaciones, a los zapadores les era relativamente sencillo abrir las brechas para el asalto de la infantería.
Como todas las armas de asedio medievales, la torre también quedó obsoleta con la generalización del cañón en el siglo XV.
El fuego griego era un arma naval usada por el Imperio bizantino, supuestamente inventada por un refugiado cristiano sirio llamado Calínico, originario de Heliópolis. Algunos autores piensan que Calínico recibió el secreto del fuego griego de los alquimistas de Alejandría. Lanzaba un chorro de fluido ardiente, y podía emplearse tanto en tierra como en el mar, aunque se utilizó preferentemente en el mar.
Gracias a ella, la marina del imperio consiguió rechazar un masivo ataque naval de los árabes en el 673, constituyendo así un freno a las intenciones expansionistas del Islam, y salvando de la posible conquista desde el Este a Europa Occidental. Manteniendo el secreto de esta nueva y poderosa arma, los bizantinos pudieron detener el avance de los musulmanes durante ocho siglos.
El escorpión era una máquina de guerra de proyección o tiro, empleada por los antiguos en el ataque y defensa de plazas y que debió su nombre a unas tenazas parecidas a las del escorpión, con que agarraba las piedras o dardos que tenía que proyectar.
La gran diversidad de los textos en que se describe esta máquina y su funcionamiento, envuelve en una gran oscuridad todo lo referente a su forma, magnitud y clase de proyectiles que arrojaba. Según Maizeroy, era una especie de catapulta pequeña, fundándose quizá para hacer tal afirmación en que Arquímedes las colocó empleándolas en sus famosas fenestrae o 'troneras' de Siracusa y en que Vegecio (libro 4, capítulo 22) dice que se llamaron escorpiones en épocas anteriores lo que en su tiempo recibía el nombre de manubalista o 'ballesta de mano'.
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