En mi criterio, Mar adentro, de Alejandro Amenavar, es una de las mejores películas de la historia del cine español. Reparto, guión, interpretación, ambientación, banda sonora... todos los matices alcanzan a rozar la perfección en esta obra que, en la pretensión de ser un repaso biográfico de la vida de Ramón Sampedro, acaba constituyendo, no podía ser menos, todo un alegato a favor de la eutanasia activa ó del suicidio asistido.
He rescatado la que considero escena más carismática de éste impresionante largometraje; la que mejor ilustra la pugna que parece constituir el eje central, tanto de la trama como de la vida de Sampedro: aquella en la que el Padre Francisco, un jesuita también tetrapléjico, pretende hacer reconsiderar -al protagonista- su reiterado deseo de morir dignamente.
Volvemos a ver aquí a esa Iglesia retrógrada, llena de contrasentidos, la que a lo largo de los siglos siempre quiso dirigir no sólo nuestras vidas, también disponer de nuestra muerte...
Al margen de cualquier consideración metafísica y/o religiosa, la única propiedad de un ser humano, la sola cosa que llega a pertenecerle realmente, a lo corto o largo de toda su vida, es la identidad de su propia existencia. Cuando menos, en la pretensión de rebatir prematuramente los matices que pudieran esgrimir opiniones adversas: es algo cuya legitima posesión no debería poder reclamar nadie más.
El apellido Sampedro, como todos aquellos a los que se les antepone el apócope santificador, pone de manifiesto que alguno de los antepasados de Ramón fue criado en la inclusa de un orfelinato: un inicio de vida diferente, en contraposición con lo que decidió Ramón Sampedro para la suya: un final distinto...
En cualquier caso, lo que realmente fue llevado a la pantalla no fue el suicidio, sino la serenidad que nace del planteamiento reflexivo del protagonista y la posición de las autoridades respecto de la demanda. Un suicidio en sí mismo no constituye noticia: en España, sin ser un país en el que sean particularmente frecuentes, vienen consumándose cerca de 10 al día.
¡Descansa en paz, Ramón!