Mar de agosto - cap. 12

Por Teresac

(En anteriores capítulos: Marta regresa a Castromar después de muchos años y se reencuentra con Tomás, Ana y Antón, sus amigos de toda la vida. Ana tiene problemas matrimoniales y discute con su marido por el cuidado de su hija. Sarai, les cuenta a Marta y Antón, que el secuestrador de la niña es "el fantasma de la playa", un vagabundo que ronda por el arenal. Las dos amigas recuerdan la noche de la fiesta del pueblo, veinte años atrás, cuando se quedaron dormidas en la playa. Marta coquetea con Antón, pero una llamada inoportuna de su ex novio les interrumpe. Cuando visita a Antón en la casa en la que está trabajando, una madre preocupada se acerca a preguntarles si han visto a su hija. Marta llega a la playa y ve al vagabundo que Sarai les describió, con la niña en brazos. Logra rescatarla antes de que se ahogue. El pueblo se llena de periodistas e investigadores, y Marta se refugia en casa de Marina, que le cuenta el secuestro de su hija y un recuerdo oscuro de su infancia.)– XII –  –Y entonces llegaron unos periodistas para entrevistar a Marina y yo conseguí escabullirme aprovechando que no sabían quién era y así me libré de ser entrevistada yo también.Ana sujetaba con fuerza su vaso de cerveza helada, hasta que se dio cuenta de lo que hacía y lo soltó, observando absorta las huellas de sus dedos en el cristal húmedo.–¿Crees que le pasó lo mismo que a nosotras? –preguntó por fin– ¿Era del padre del Canicas de quien hablaba?–No me dijo el nombre pero... –miré a mi alrededor, no había mucha gente en el bar y, por suerte, todos estaban pendientes de un partido de fútbol televisado. Las voces de los comentaristas ahogaban el sonido de nuestra conversación– ¿Cuántos padres de nuestros compañeros crees que iban por ahí acosando niñas?–Tenemos que hablar con ella, conseguir que nos cuente lo que le ocurrió –opinó Ana.–¿De qué sirve ya? Me estremezco solo de pensar en escuchar en sus palabras nuestra propia historia, algo que yo no he contado nunca a nadie... No sé por qué Marina lo ha recordado ahora, ¿qué puede tener que ver con los secuestros de las niñas?–¿Es que no escuchas? Tomás intentaba contarnos ayer que sospecha de Andrés. Cree que él es el culpable.–¿Porque está loco? Hay muchos locos por el mundo y no intentan ahogar niñas.–Porque nadie sabe donde está –Ana volvió a mirar a su alrededor, exasperada–. Porque antes de ser ingresado se pasaba las horas muertas en la playa, observando a las niñas pequeñas, murmurando palabras incomprensibles.–Pero nosotras no podemos hacer nada, ¿qué pretendes? ¿Contar la verdad? A estas alturas no serviría de nada, si Andrés está loco no es culpa nuestra –gritos de “penalti” inundaron el bar, sobresaltándonos–. Tardé un rato en tranquilizarme y darme cuenta de la mirada acusadora que Ana me dirigía.–Podría serlo... Creo que lo es en realidad ... No intentes disminuir nuestra culpa, al fin, nosotras matamos a su padre.“Matamos a su padre”. Las palabras de Ana se repitieron como un eco infinito en mi mente. Palabras que escuchaba cada noche en mis pesadillas. Sí, nosotras matamos al padre de Andrés el Canicas. Lo hicimos.Una sombra oscureció la luz que entraba por la puerta del bar, Antón se había detenido ante nuestra mesa con una cerveza en la mano, nos miraba preocupado.–¿Interrumpo algo? –preguntó con gesto dubitativo– Parece una conversación importante.–No... –Ana enrojeció, siempre le ocurre, es incapaz de contar una mentira–. Hablábamos de un libro que estoy leyendo.–Sobre un asesino en serie, ya sabes, una de esas historias tan americanas –a mí me ocurre exactamente al revés, empalidezco cuando miento, pero mantengo la serenidad y la mirada fija en mi interlocutor.–Vaya, pensaba que Ana sólo leía novelas románticas –Antón se sentó a mi lado y dejó su bebida sobre la mesa.–¿Te burlas de mí? –poco a poco Ana recuperaba su color, incluso forzó una sonrisa– Sí, me gusta la novela romántica, las mujeres buscamos en esos libros el mundo perfecto que nos prometieron en los cuentos de hadas de nuestra niñez y que nunca llegó a hacerse realidad.–Nunca lo había pensado así –miré a mi amiga con cierta admiración, parecía que los malos momentos que estaba pasando con su separación la volvían a cada momento más sabia.–Tengo que irme a recoger a Sarai que está en casa de una amiga –se levantó y me tocó levemente en el hombro, su mirada me decía que continuaríamos con nuestra conversación–. Antón, no dejes que se vaya sola a casa, está anocheciendo.–¡Eh! No soy una niña –protesté.–Hay un asesino en el pueblo, no es momento de pasear sola.Ana se alejó despidiéndose de unos conocidos que miraban el partido desde la barra del bar. En la puerta se cruzó con Xan; saludó a su marido con apenas un gesto de la cabeza y salió.