Mar de incongruencias sociales

Por Revistaletralibre

Por Mª José Fernández
(Al margen de las ideologías)

Casi todos conocemos algún caso de conducta o expresión que contradice a otra, o simplemente no guarda una relación lógica, a eso se lo llama incongruencia; también pudiera ser incoherencia. En nuestra sociedad está a la orden del día, y es más habitual de lo que nos parece.
Pongo el ejemplo de aquella persona que pretende ser diferente; no obstante, le agrada sobremanera que pienses como él; pero si tienes las miras de aspirar a un mismo puesto, entonces te encontrarás con la dura competencia (la lucha por la presidencia, por ejemplo).
O el caso del tipo que es sincero hasta que le tocan el bolsillo: Momento en el que se compromete con sus intereses y sacrifica la verdad, caiga quien caiga; porque una cosa es predicar en el púlpito político y otra es ser santo y mártir. Sin embargo el camino de la Verdad nos dice: “Por los frutos los conoceréis" (Mateo 7. 16) o “ Guardaos de los falsos profetas, –o falsos políticos– que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces” (Lc. 6.43-44).
La sociedad, a la vuelta de la esquina: Un corro de mujeres pelando viva a la arriada de turno pero, ¡ojito! No te metas con ellas que te arrepentirás: “Nadie tiene derecho a opinar sobre mi vida privada: soy libre para hacer y pensar lo que me venga en ganas”; otras tantas van de feministas, en bandada o desbandada general, aunque alguna vaya como un puro mercado sexual (y el venado machista la "cosifique"); o esas majas que visten a la última, yendo iguales, cuando intentan ser distinguidas.
Las persona que ejerce algún tipo de violencia social están atentando contra la dignidad humana (sea varón o mujer, adulto o infante). El amor, el trabajo y la superación hacen fuerte al hombre: genera unos valores humanos, que son los que nos hacen crecer y sentirnos diferentes. Luego vendrá la envida jugando al desprestigio, robando estelas y tirando abajo el tinglado.
El hombre es un privilegiado dentro del reino animal; no obstante, a muchos les priva denigrar, utilizar malas formas, practicar continuos excesos: moción de censura para el troll "una persona que daña los sitios de elogio en Internet con el ánimo de causar dolor en las familias".
La inmensa mayoría deseamos que la sociedad mejore, pero nosotros no cambiamos los hábitos (nos acogemos a la libertad individual con afán maquiavelista). Si cada uno perfeccionara “algo" su conducta, bien seguro que se solucionaría gran parte de los problemas que a todos nos acucian.
Tenemos la sociedad que hemos forjado; donde priman los intereses políticos, sociales, económicos partidistas, antes que las necesidades generales de los españoles. Hoy impera el reino del orgullo y de la vanidad; donde cada uno se cree con el derecho de alzarse por encima del otro, a cualquier precio.
El orgullo de la pequeñez
Una cosa que molesta a mi vecino
es que cualquiera pueda ser más que él; por eso
ese ha propuesto ser más que todos juntos.
Su histo(e)ria comienza cuando ese alguien
pudiera poseer suficiente dinero;
de inmediato, lo desprecia,
cuando desearía tener eso y mucho más.
Mi vecino tiene que cuidarse
para vender coches y generar buena impresión.
En sus ratos libres
procura machacarse en el gimnasio;
luego, muestra por las redes
el potente desnudo que posee:
lo utiliza para situarse.
De cualquier forma se sigue sintiendo solo,
asqueado de la vida,
“por las muchas envidias que le tienen";
por eso, se queda en casa practicando su afición:
Se le da bien sonreír,
mostrado el tórax a la cámara...
pero, antes de todo,
va al aparador y se sirve un whisky, comprado online:
que, para nada, se note
el vacío interior que en “mario” persiste.
La última: En mi gimnasio se están haciendo reformas. Primero han comenzado por el vestuario de los hombres; y, para poder atender las necesidades prioritarias, han instalado una carpa: dos secadores al fondo, un baño portátil y varias duchas (Así han aguantado los hombres un mes). Antes de acabar el vestuario masculino, nos dijeron a las mujeres que lo íbamos a estrenar –mientras el género masculino seguía alojado de aquella forma–. Lo curioso es que a ninguna nos pareció mal.
Cuando llegó el lunes, nos encontramos que habían comenzado las obras en nuestra sección femenina pero... nos habían trasladado ¡a la carpa! Aquello resultó una sorpresa mayúscula: A eso de las diez de la noche, la carpa se encontraba vacía: desbandada general. Yo me preguntaba dónde estaban las feministas, aquellas que van gritando la igualdad por doquier, puesto que la igualdad es para bien y para mal ¿O no? ¡Ay!, Señor. El hombre no tiene remedio, pues nadamos en un mar de incongruencias sociales.