La paz no es más que una tregua. En el cielo hay indicios de que la bonanza no durará; en el horizonte se alzan las nubes de una tormenta de pesadilla.
La noche se cubre de silencio y el aire cargado vibra. Todo se detiene antes de la batalla. En apenas un suspiro se extingue el resplandor de las estrellas y desaparece la luna. El tamborileo de las gotas altera la placidez del agua. El viento arrecia hasta transformarse en galerna. La tempestad se desata. El océano se revuelve y de sus abismos emergen mitos y sueños. Refulge el tridente de los tritones al estallar los relámpagos. Rugen los truenos y crujen las rocas. Al borde de un remolino las sirenas asoman entre fragmentos de furia y espuma. El océano es sombra, montañas de cumbres desafiantes perdidas en medio del temporal e infiernos de abismos sumergidos.
Poco antes del amanecer surge la bruma. Bajo la niebla enmudece el viento. El océano se adentra en el duermevela de antes del despertar. Sueña, se recoge y remolonea con pereza, exhausto tras la tormenta. Lo intenta, más no dispone de fuerzas y ha de rendirse al alba.