Mara Malibrán
Tres niñas con demasiados secretos a cuestas. Crecen entre traiciones, rencores, susurros y confesiones al oído. Les inculcan el miedo y siembran en ellas el odio. Una taza de chocolate caliente les hace creer a menudo que la vida puede ser como una casita de muñecas, pero en cuanto la realidad se hace presente, el más leve murmullo de aire que entra por la ventana rompe sus muros de papel y les deja tiritando el corazón.Este universo de afectos y, sobre todo, de desafectos, de conflictos ideológicos y desajustes morales, es el escenario de Todavía no es mañana (Ed. Suma de Letras), la nueva novela de Mara Malibrán. Nadando entre las dos aguas turbulentas de la posguerra y la transición, retrata cómo "se va configurando la nueva relación de fuerzas, la convivencia, entre dos grupos del país, los que han ganado y los que han vencido, lo que conlleva que la violencia de la contienda se traduce en un nuevo código de relaciones en el seno de las familias -cuenta la autora-. La transición es el comienzo de la ruptura de ese código, el despertar de la conciencia ciudadana, a pesar de que el dictador murió en la cama y eso no hay que olvidarlo".
Aunque la novela histórica sea el género de moda, Malibrán para los pies al término: "Si hay que definirla, habría que encuadrar Todavía no es mañana en las novelas de corte psicológico y de introspección. Es una historia sobre el silencio y la memoria y sus consecuencias. He querido hablar de aquellos tiempos, obviando las historias épicas de la resistencia; hablar a través de estas niñas y de cómo la infancia determina la existencia y conforma la personalidad y de cómo ese silencio y esa incomunicación que se producía en aquellos tiempos en el seno de las familias favorecía la mentira y el dolor", según Malibrán.
Una historia con tres nombres de mujer
Begoña, Carmen y Matilde conforman el trío protagonista de la historia, vertebrada en torno al universo femenino —sus madres, las monjas que las enseñan, sus criadas, sus amigas—. Son tres personajes "bien diferentes, pero radicalmente humanos —explica la autora—; la bondad y la maldad, el miedo y la cobardía, la solidaridad y el egoísmo conviven en ellos, como en todos nosotros".
—Carmen afirma: "Admiro de los hombres esa capacidad de ser ellos mismos, de actuar conforme a sus deseos por encima de lo que les rodea: mujer, hijos, padres, familia. Nosotras no tenemos esa fuerza, seguimos ancladas en nuestros puntos cardinales, hijos, padres, amantes; que es lo mismo que decir emociones, afectos, sentimientos". ¿Esa afirmación sigue teniendo validez en la actualidad?
—Creo que sí. Las mujeres hemos avanzado y cambiado muchísimo desde esos años, pero es difícil conseguir desembarazarse o permanecer impermeable a una superestructura ideológica que nos marca por el hecho de ser mujeres. Y me temo que ahora con la crisis todo trabaja en sentido contrario.
—Otro de los personajes afirma: "Los niños no lográbamos entender por qué todos éramos silencio en esa España ausente de palabras". Ahora, más que palabras, parece haber ruido. ¿Vivimos en el diálogo o en un batiburrillo sin sentido?
—La violencia soterrada, la incomunicación, la dureza y la distancia infinita entre padres e hijos marca la convivencia en el seno de las familias de aquella época, tanto en las de los vencidos como en las de los vencedores. Las tres niñas de la novela viven intensamente al margen de sus familias. Los adultos flotan en ese mundo y ellas crecen en la incomprensión y la soledad. Así era. Ahora, afortunadamente, en determinados sectores la convivencia entre padres e hijos es bien distinta, la comunicación fluye mejor, aunque siempre hay un muro inevitable y generacional que nos separa. Olvidamos rápidamente que fuimos niños y tenemos una mirada prepotente sobre esa etapa de la vida que a mí me parece clave.
—Todas las protagonistas desarrollan su historia en función de los hombres, ausentes o presentes. ¿Seguimos las mujeres anclándonos a la historia masculina?
—No nos cabe otra. "¿Qué es ser mujer?", se preguntaba Lacan. Nuestra historia se desarrolla en función de los hombres y de los hijos; la independencia económica es, hoy por hoy, una de las llaves, quizás la única, que permite a las mujeres acceder a otra dimensión, construirse a sí mismas como seres humanos, más allá del hecho de ser madres y esposas.
—En esta novela quedan definidas con claridad las clases sociales, separadas por barreras que en aquel tiempo (incluso casi en la transición) parecen insalvables. Superadas con la democracia, ¿se está acentuando la diferencia por culpa de la crisis?
—Opino que las clases sociales existen y me temo que existirán siempre. La crisis que padecemos lo que hace precisamente es golpear a las clases medias y arrojarlas hacia abajo. En ese sentido, sí, agudiza las contradicciones y favorece el conflicto.
—Es usted periodista y forma parte de la dirección de la revista Hola. ¿Qué le aporta la escritura que no encuentra en el periodismo?
—En mi opinión la literatura tiene que estar poseída por la vida. Se escribe con la razón pero también con las emociones. El periodismo obliga a desarrollar y emplear la parte más racional, a trabajar sobre la información y el entretenimiento. La novela, en cambio, en mi opinión debe remover, inquietar, decir algo acerca de la vida. Me gusta y me interesa el periodismo, pero hoy me interesa más la literatura.
Publicado en Diariocrítico.