Otro elemento de interés de Lo que no quise decir está relacionado con la modificación de las fronteras húngaras en la época de entreguerras. Como se sabe, el Tratado de Trianón redujo a su mínima expresión al Estado húngaro como consecuencia de la derrota de la Monarquía dual en la Gran Guerra. La pérdida de territorio se convirtió en una obsesión de las élites húngaras y por ello no es extraño que persiguieran una reversión de aquellos lugares a toda cosa, lo que consiguieron con los arbitrajes de Viena a instancias de los nazis. Es interesante porque Márai reflexiona en el libro sobre cómo la vuelta de los territorios eslovacos de la Alta Hungría, entre ellos su propia ciudad natal, no generó entusiasmo entre aquellos húngaros irredentos. Venían de casi veinte años de democracia en el Estado checoslovaco, para integrarse en una madre patria autoritaria que los miraba por encima del hombro.
Esos mismo húngaros, alucinados, que pensaban al final de la guerra que los aliados no los atacarían y que probablemente, había un acuerdo secreto firmado con Inglaterra y con Estados Unidos. Era todo mentira, por supuesto, pero la capacidad del hombre para engañarse a sí mismo es asombrosa...