Corre por las calles mirando hacia atrás a cada instante. Corre atropelladamente sin reparar mucho en los obstáculos urbanos ni en los transeúntes que pasan. Corre con el ritmo propio de un corazón acelerado, aunque pareciera que la música que resuena en sus auriculares le marcara el paso. Tejados, balcones, cornisas, nada se resiste a su frenético andar. Desafía al ascensor subiendo escalones de dos en dos hasta llegar a la azotea. Allí, de repente, algo cambia. Ese pánico que lo apremia a correr se convierte en resignación cuando toma conciencia de lo que debe hacer. Como si en ello se le fuese la vida, se dirige presuroso hacia el mar. Llega a la playa exánime, pero no disminuye su ritmo hasta que se adentra en el agua. Por fin, al amparo de las olas, se detiene. Entonces la bomba adosada a su cuerpo estalla.Texto: Sara Lewpuertassillas hosteleriamobiliario hosteleriacalderasprecios calderas