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La herida (fragmento)
El viejo se sentaba en el rellano de un chiringuito que se suspendía en el Boulevard de los Caballeros. Allí se quedaba horas mirando el mar, sin hablar, exhausto de pasiones. Parecía triste o dolorido. ¿Triste o dolorido? No lo sé.
Era su calle, su silencio, su mar, su espera, pero no era su tiempo. El tiempo le sobraba, literalmente. Un día, sin embargo, me aceptó un trago de vermut y una partida de Mankala. Tuve una sensación muy extraña.
─ ¿Juega?
─ Supongo que sí, de todos modos perder no acortará mi suerte.
Acomodé el tablero y pedí los tragos. El viejo dejó a un lado su bastón y luego contó sus fichas. Cuando pareció satisfecho, levantó su cara para mirarme de frente y sonrió. En su mejilla izquierda, debajo de sus anteojos de sol, tenía una cicatriz.
─ Esta cicatriz es de un balazo, es el rastro de un pleito que acabó mal. Un pleito amargo, como ese vermut. ¿Usted vino a jugar o a buscar pleitos?
─ Tengo facilidad para ambas cosas, pero usted ya tuvo su trago amargo, así que… Hoy, solo vine a jugar.
─ Mejor. Yo también prefiero ganarle que matarlo...