La muerte de Marcelino Camacho, el histórico líder y fundador de CCOO, ha certificado el final de un sindicalismo puro, basado en la defensa insobornable y a ultranza de los trabajadores, sin subvenciones, ni coqueteos con el poder político o económico, con el idealismo suficiente para creer que la mejora de las condiciones era posible, sin comilonas ni cruceros, con la austeridad propia de alguien que defiende los intereses de los de abajo... No había lugar para inventos extraños, ni ‘treguas’ con los Gobiernos que destruyen conquistas que costaron años de sacrificios. Sólo había un objetivo: conquistar la libertad hurtada durante décadas.