Marcelino: el hombre, el poeta.

Publicado el 24 diciembre 2023 por Monpalentina @FFroi

Leyendo la trilogía póstuma de Pío Baroja sobre nuestra guerra (in)civil, me topé con un párrafo en el que el novelista vasco hacía referencia a un poeta carrionés, judío y sabio, y a todo un conjunto de escritos y semblanzas dedicadas a la paz y a la vida reflexiva y desprendida por parte de ese palentino ilustre. Poco después busqué documentación sobre Don Sem Tob y releí algunos de sus escritos. En medio de esa búsqueda, me encontré con un estupendo texto, una separata firmada por Marcelino García Velasco, un concienzudo estudio sobre las ideas y aportaciones del carrionés a la literatura peninsular y su impronta en el mester de clerecía. Marcelino, una vez más demostraba que, aparte de un excelente poeta, era un excelente investigador y lector de la literatura clásica y moderna, desde el cancionero, Jorge Manrique o el arcipreste de Hita, hasta Garcilaso y el petrarquismo, y además siempre se mostró atento a los grandes poetas del romanticismo y de las generaciones del 27 y del 50, de cuyas fuentes bebió, se formó y culminó con poemas imperecederos. Porque Marcelino era ( y siempre lo será), aparte de un gran magister o maestro en la escuela pública, un escritor de verdad, en la más honda tradición renacentista.

Me interesa resaltar este concepto, que nada tiene que ver con el de escribidor, propio de quien no ha escrito nada interesante en toda su vida, nadie ha sido capaz de ponderar sus métodos estilísticos y, a pesar de todo, en su carta de presentación en cualquier evento siempre aparece el término escritor. Ni todos los que han jugado al fútbol o al tenis son futbolistas ni tenistas, ni todos los que hemos escrito alguna gacetilla o algún breve relato o un pequeño poema somos ni mucho menos escritores. Marcelino, por el contrario, nos ofrece una obra extensa a lo largo de los años que nos permite reconocerlo como unos de los grandes escritores de las últimas décadas, sentado a la mesa de José Cuadros, César Muñoz Arconada, José María Fernández Nieto o Gonzalo Ortega Aragón (cómo echo de menos sus columnas periodísticas). La crítica especializada siempre lo reconoció como gran poeta y los importantes premios que se le concedieron así lo atestiguan. No alardearé de haber sido gran amigo suyo, pues emigré de Palencia hace más de veinte años, pero sí puedo constatar la amabilidad con que me trató siempre que coincidíamos, bien paseando por la calle Mayor o en algún evento veraniego de la Diputación Provincial. En los últimos años intenté verlo en persona, primero para saludarlo y, además, para animarlo a escribir un Calle Mayor II, divertido libro costumbrista en el que Marcelino rendía pleitesía a nuestra arteria urbana principal a base de anécdotas, descripciones, retratos de personajes de una época que no volverá pero de la que sigue dando testimonio a medida que lo releemos. Narra, entre otras cosas, una divertida anécdota de un joven ginecólogo de los años sesenta. El joven ginecólogo era mi padre, y por eso me permito el desliz de citarlo.

La pasada Semana Santa, recién llegado a Palencia, me encontré con la peor de las noticias. Marcelino acababa de fallecer. Desconocía que llevara tiempo enfermo, de ahí la ingrata sorpresa. Asistí a su funeral y me acordé, cómo no, de los versos de su admirado Machado, me iré ligero de equipaje, como los hijos de la mar, porque Marcelino García Velasco era, en el buen sentido de la palabra, bueno. Pocos días, su fiel compañera de siempre, Carmen, escribió unas letras desgarradoras que dejaron huella en quienes las leímos. Y es que, ante la muerte de aquellas personas a quienes queremos de verdad, no hay consuelo posible. La Dama del Alba nos sume en el dolor y el desconsuelo, ese dolor que muestra Carmen y que de uno u otro modo sentimos y sufrimos todos.