Marchando un cortado

Por Lamadretigre

Esta mañana he tenido un momento Latte Macchiato. No es la primera vez. Ni será la última. El primer momento Latte Macchiato data de unos meses atrás. Estoy segura que aquel no fue mi primer episodio pero sí fue la primera vez que conseguí verbalizarlo y bautizarlo.

Era Sábado y la semana había sido dura. El Marido había estado casi toda la semana fuera y a mí me había tocado multiplicarme para cubrir las necesidades de las cuatro sin desfallecer. Creo recordar que además había llovido sin parar y no habíamos salido de casa más que fugazmente para abastecernos de artículos de primera necesidad. Si digo que recibí a El Marido expectante me quedo corta. Después de una semana encerrada en casa con cuatro niñas una empieza a olvidar la dinámica de una conversación adulta.

Era Sábado y yo tenía un deseo: Quería tomarme un Latte Machiatto. Al sol. El plan era, a priori, sencillo: paseíto por el Englischer Garten y café. Al sol. Nos pusimos en marcha pero al llegar a la entrada del parque la cosa empezó a torcerse. Alguna niña empezó a quejarse y el resto se sumaron a rebufo. Una tenía sed, la otra hambre y a la de más allá no le apetecía montar más en bici. Azuzado por la prole quejicosa El Marido emprendió a paso ligero el camino hacia el Chinesischer Turm, el jardín de cerveza más turístico de Munich y el último en mi lista de sitios agradables para tomarse un café. En menos que canta un gallo estábamos en el citado biergarten tomándonos una salchicha. A la sombra.

No sé si fue la salchicha, el frío, la ausencia de sol o que el Chinesischer Turm de las narices no me ha gustado nunca, pero sin más un par de lagrimones rodaron por mis mejillas. El Marido me miraba incrédulo no acertando a comprender qué diantres le pasaba a su otrora bastante razonable mujer. Después de varios se puede saber qué te pasa a cada cual más impaciente sólo acerté a balbucear entre hipos que yo quería un Latte Machiatto. Al sol. Y que aquello era una salchicha. A la sombra.

El Marido apenas podía contener su indignación mientras me explicaba que me tenía por una adulta y que por eso había decidido solucionar primero el hambre y la sed acuciante de nuestra prole berreante. Que una vez satisfechas las necesidades infantiles ya habría tiempo de ocuparse de los deseos adultos. Qué culpa tenía él de nada. Y desde cuando una mujer hecha y derecha llora por un Latte Machiatto.

Durante una décima de segundo me sentí ridícula, infantil, hormonada e injusta. A punto estuve de claudicar y pedirme otra salchicha para echar la tarde en la torre china de marras. Pero no, algo en mi interior me dijo que aquello era mucho más que un Latte Machiato y que de mí dependía el futuro de todas las madres del mundo. Con el ímpetu que le da a una blandir el estandarte de una causa tan justa me lancé a explicarle lo inexpicable.

Cómo hacerle entender que para una persona que lleva días encerrada con cuatro niñas, esclava de sus horarios, de sus hambres, sus sedes y sus cacas, un Latte Machiatto puede ser la gota que colma el vaso de la cordura. Que hay un día en que ser siempre la última de seis te toca las narices y que muy de vez en cuando necesitas anteponer tus nimias necesidades a las de los demás. Una vez. Muy de vez en cuando. Pero esa vez es sagrada y si tienen hambre que se esperen y si tienen sed que se aguanten. Hoy me tomo yo mi Latte Macchiato que me lo he ganado. A pulso.

Me debió ver la cara de loca o intuir mi desesperación pero captó el mensaje. Y cuando esta mañana, vestidito él todo guapo para irse a correr me ha oído bufar mientras farfullaba entre dientes que me está entrando complejo de ama de llaves con una diplomacia infinita se ha quitado las zapatillas y nos hemos ido a comer por ahí. Al sol.


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