En las dos ocasiones pasadas que acompañé a mis alumnos del colegio donde trabajo a su viaje de fin de estudios en Mallorca, ante el posible escaso tiempo, me llevé para esa semana libros de poemas. Esta vez me apeteció más la prosa, y me pareció que estos Mares tenebrosos. Una antología de cuentos de terror en el mar era el libro perfecto que debía acompañarme a una isla.Casi todos los años suelo visitar, durante la Feria del Libro de Madrid, la caseta de Valdemar, una de mis editoriales favoritas por su dignificación del género de terror y sus cuidadas nuevas traducciones anotadas de los clásicos. En esta ocasión un aguacero nos sorprendió (iba con mi novia) al acercarnos hasta allí, y tuvimos que permanecer casi media hora guarecidos debajo del toldo de la caseta de Valdemar, hojeando sus libros. Todo un placer.Además sé que cuando se acerca el verano, y las vacaciones de profesor, me apetece volver a los géneros literarios con los que crecí: la fantasía, la ciencia-ficción o el terror, como una vuelta a la primera juventud.
Mares tenebrosos está compuesto por 19 cuentos (aunque dos o tres de las composiciones podrían casi considerarse novelas cortas). Hay dos autores representados con dos piezas: William Hope Hodgson y Robert E. Howard, y por el contrario hay dos piezas en cuya composición han intervenido dos autores: La noche del océano por H. P. Lovecraft y por Robert Barlow, y El pecio de la muerte por Simon Clark y John B. Ford.El antologador José María Nebreda nos cuenta en la introducción que ha tratado de que su selección sea significativa, pero ha huido de las referencias en principio más evidentes (no hay ningún cuento de Edgar Allan Poe, por ejemplo), primando a escritores y cuentos menos conocidos.
Ya he hablado en este blog de al menos dos formas de construir un relato breve: contando una historia en primer plano y dejando sentir en segundo plano una historia secundaria que es realmente la que da fuerza al cuento (Raymond Carver) y otra que consistiría en mostrar una realidad en un número limitado de páginas, y esa estampa nos hace comprender un entorno mucho más amplio, como si gracias a la fotografía de un edificio o una calle pudiésemos tener una intuición de cómo es una ciudad (Juan Rulfo). Los relatos de un libro como Mares tenebrosos siguen otro esquema compositivo: lo importante es la propia evolución de la trama, desarrollada de una forma imaginativa; y en la tensión que genera la aparición del buque fantasma o el monstruo de las profundidades recae la fuerza poética de lo narrado.
Antes de cada relato aparece una pequeña ficha que presenta al autor. La primera sonrisa me la produjo la semblanza que acompaña al primer cuento, La noche del océano, donde se habla de la admiración que Robert Barlow sentía por Lovecraft y cómo el primero irrumpió en la casa del segundo, tras la muerte de éste, para apropiarse de sus escritos; lo que fue impedido por Derleth y Wandrei, otros dos escritores del círculo de Lovecraft. La noche del océano es posiblemente el relato de toda la antología que está escrito con un cuidado mayor del lenguaje. Aquí nos encontramos con los párrafos sugerentes, exagerados y envolventes que suele usar Lovecraft para crear una atmósfera. La noche del océano se puede leer como un relato mediocre de Lovecraft o un imitación, pues está escrito en principio por Barlow (siguiendo la estela de su maestro) y corregido por Lovecraft durante una vista a aquél en su casa de Miami.
De otras fichas biográficas me ha llamado la atención el misterio que la identidad del escritor plantea en sí mismo. En el tercer relato, Un barco maldito, el antologador Nebreda sabe que está escrito por Joshua Snow, pero desconoce las fechas de su nacimiento y muerte, ni ha conseguido tampoco ninguna referencia biográfica. El relato lo ha tomado de una vieja antología inglesa de cuentos de misterio y eso es todo: la literatura como un viaje a la desaparición y a la calamidad. Y Un barco maldito es un muy interesante cuento de terror, compuesto con la clásica técnica del hombre que narra una historia o otros en un bar, en un salón o, aquí, en un barco; en este caso un habitualmente callado marinero narra a sus compañeros de travesía, durante un momento de calma chicha en el mar, cómo en otro viaje avistó a un barco fantasma. “Los barcos fantasmas están gobernados por esqueletos” apunta un marinero en este relato, y otro le contesta: “No es cierto. Los barcos fantasmas no llevan tripulación. Vagan por siempre flotando en el mar, sin rumbo fijo.”, y el narrador concluye: “En realidad, yo creo que se trataba de un barco maldito, uno de esos cascarones que nacen con mala estrella” (página 99). Y también habría que destacar algunas biografías que sí han sido encontradas, como la del último autor, Richard Middleton (1882-1911); “personificación poética del estereotipo romántico”, le llama Nebreda. Middleton escribía, fue pobre, no tuvo suerte en el amor, y se suicido a los 29 años, a las puertas del éxito y el reconocimiento por sus cuentos de fantasmas. Su relato El buque fantasma se sale un poco del conjunto, ya que es más irónico que terrorífico, con un toque melancólico, y esto le hace ser interesante.
Una de las reflexiones más interesantes a las que nos conduce la lectura de un libro como Mares tenebrosos es a la de darnos cuenta de cómo los miedos sociales cambian a lo largo de las épocas. El temor al mar era un miedo con una presencia total para un europeo del siglo XIX: cualquier viaje largo conllevaba tener que utilizar un barco y enfrentarse, en consecuencia, a un naufragio y a la muerte. Un miedo que el hombre del siglo XX fue perdiendo cuando sus desplazamientos pasaron a depender del avión.Y el miedo da lugar a la superstición, supersticiones que tuvieron que circular por el mundo durante siglos y que ahora casi se han perdido. He constatado la existencia de más de una durante la lectura de Mares tenebrosos: por ejemplo, cualquier marinero del siglo XIX sabía que uno no debe navegar con un cadáver a bordo, que el cuerpo debe ser arrojado al mar y deshacerse de él (una superstición que partiría de un hecho real: el miedo a los contagios de enfermedades en un espacio cerrado).
Uno de los valores añadidos que tiene una antología es la de encontrar nuevos nombres que apuntar para lecturas futuras: me quedo con el nombre de William Hope Hodgson (1877-1918), un escritor de terror reconocido en el mundo anglosajón y que aquí ha empezado a ser conocido gracias al trabajo de Valdemar. Sus dos cuentos seleccionados son de los mejores de la antología.También me ha apetecido retomar a Robert E. Howard, sus dos cuentos también me han parecido destacables.
Un hecho curioso, algo que se puede desprender con naturalidad del mundo de revistas pulp anglosajonas, es que el cuento que sigue a Una voz en la noche (el segundo de Hodgson) es tomado por el siguiente autor, Philip M. Fisher, como los mimbres con los que va a construir su historia, y podría leerse incluso como una segunda parte; es el titulado La isla de los hongos: unos marineros naufragan en una isla de extraña y amenazante vegetación. Una novela corta que es otra de las composiciones que más me han gustado.
En Mares tenebrosos hay una triple representación española: en primer lugar aparece un tal Julio F. Guillen, del que Nebreda tampoco ha conseguido datos biográficos, y cuyo relato Superstición está escrito con un lenguaje arcaico (al menos para un español del siglo XXI) que contrasta con el empleado en las traducciones del ingles de la mayoría de los relatos, unas traducciones átonas en el español actual. De hecho este relato está escrito (o así parece) desconociendo la tradición del cuento de fantasmas anglosajón, puesto que no contiene sucesos sobrenaturales, sino que más bien es una estampa sobre las supersticiones marineras. Algo parecido ocurre con el cuento de Vicente Blasco Ibáñez, Hombre al agua, que lejos de la tradición del relato de fantasmas es un cuento naturalista sobre la pobreza y la falta de oportunidades.En cambio, el cuento de Óscar Sacristán (1971), El misterio del Vislateck, está escrito desde un presente muy contemporáneo conociendo la tradición del cuento anglosajón en la que se inscribe. En realidad El misterio del Vislateck es una novela de unas 100 páginas que casi consigo leer en una playa de Mallorca, mientras acompañaba-vigilaba a mis alumnos, de una sentada, protegido del sol por unas rocas. Pero cerca de la una de la tarde la sombra desapareció y tuve que enfrentarme al fuego del día y dejarme sin leer 20 páginas, a las que no me pude acercar hasta dos días después en el aeropuerto, aquejado de falta de sueño, y desafortunadamente ya había perdido un poco el hilo de una trama envolvente y compleja. Aún así disfrute mucho de su lectura, protegido de la sombra de las rocas playeras.
Destacaría también la novela corta Al otro lado de la montaña, de Michel Benabros, por la crudeza de su primera parte, donde el terror es más humano (marineros sádicos) que sobrenatural, y con una segunda parte fantástica, imaginativa y sugerente.
Me gustó bastante también La llave de los tres esqueletos, de George G. Teudouze, por su uso de la trama visceral y pulp sin complejos, con sus tres vigilantes de un faro atacados por un ejercito de ratas.
Quizás ha habido algún cuento que me ha resultado algo repetitivo y carente de fuerza, al compararlo con otros de la antología, como Fuego en el brasero de la cocina de William Outerson.
Otra reflexión que me surge al leer estos cuentos de terror es la fuerza que tiene el género para crear una realidad autónoma y cómo ésta se puede desmoronar al no atender bien a los pequeños detalles. He leído 600 páginas de cuentos donde que aparezcan barcos llenos de esqueletos que reman, monstruos de las profundidades, islas con plantas malignas, ratas de medio metro que arriban en barco a faros solitarios y los atacan… eran la realidad más normal y divertida del mundo dentro de su contexto literario, y me han saltado como increíbles o problemáticos dos sucesos de dos relatos:
En El misterio del Vislatek de Óscar Sacristán en la primera página de la novela (pág. 252) el capitán (la narración es el diario de a bordo de este hombre) nos cuenta que les han telegrafiado desde Boston para advertirles que otro barco va a sufrir un retraso. Y yo volvía a releer el párrafo: están en un barco de vela en alta mar, en un relato ambientado en 1897, y les telegrafían ¿cómo es eso?, ¿el telégrafo no iba con cables?, ¿cómo se puede telegrafiar a un barco en alta mar? O yo no tengo algún conocimiento de los avances científicos de 1897 o aquí hay un error que me hacía leer la historia -una buena historia, por otra parte- como si caminara por un agradable paisaje con una piedrecita en el zapato.
En Fuego en el brasero de la cocina, de William Outerson, un barco se ve atacado por unos monstruos de las profundidades marinas, con forma de pulpos gigantes. Se establece una lucha en la cubierta con hombres que son machacados y devorados, hay tentáculos que son amputados… Hasta aquí bien, estas son las reglas del juego. Pero al final, cuando los pulpos gigantes se comen a todos los marineros, el barco navega a la deriva hasta que le encuentra otro barco, cuyos tripulantes suben a bordo del primero y resulta que “las cubiertas estaban limpias y ordenadas, excepto por unas manchas de café que había quedado en la cubierta de proa y aún estaban húmedas” (pág. 523). Así que no mucho antes se ha producido en cubierta una lucha feroz, a hachazos contra la invasión de unos tentáculos de pulpos gigantes de las profundidades, se han cortado miembros, ha salpicado la sangre… y tras el festín ¿los pulpos gigantes han limpiado la cubierta?, ¿son así de considerados los monstruos marinos? ¿En qué pensabas Outerson? Este final me sacó totalmente del relato.
Esta edición cuenta además con unos versos iniciales, de diferentes autores, sobre el miedo al mar, y al final tiene un apéndice con el esquema de un barco y un diccionario con términos marineros. Me ha encantado conocer la palabra derrelicto (buque u objeto abandonado en el mar).Además el autor Óscar Sacristán también ha enriquecido el libro con unas interesantes ilustraciones.
Me había interesado hace unos años por Mares tenebrosos porque al buscar en google información sobre la editorial Valdemar, en muchos foros más de una voz apuntaba que este libro era uno de sus favoritos de la casa. Valdemar tiene en Internet fans muy entusiastas, en la mayoría muy jóvenes, y a su recomendación juvenil me voy a unir yo desde mi madurez inmadura.