Mi abuelo dice que toda belleza es complicada, y que Dormilón es como una casa, o como el mundo entero. En cada casa encontramos la sala bonita, el baño resplandeciente y los muebles antiguos, pero también el trastero polvoriento, las tuberías resbaladizas y la carcoma que roe, el cuarto de juegos y el sótano oscuro que da miedo y nos atrae a nosotros, los niños. En cada casa que creemos conocer bien siempre hay algo olvidado, oculto.
Margarita es una adolescente un poco rellenita, alegre, amante de los libros y con mucha imaginación. Margarita vive con su familia, una familia de lo más corriente: el padre, un hombre al que le encanta reparar artilugios; la madre, aficionada a las telenovelas y a la comida poco exquisita; el hermano mayor, un futbolero con las hormonas revolucionadas; el menor, un frikiencantador enamorado de su profesora de matemáticas; por último, el abuelo, un señor de la vieja escuela (cómo no) que derrocha aforismos. Margarita tiene una patología cardíaca, pero tranquilos, no es lo principal ni se utiliza para hacer llorar al lector con la peor sensiblería. Margarita surge de la mente de Stefano Benni (Bolonia, 1947), uno de los escritores más populares de Italia, y además muy crítico con el rumbo que está tomando el capitalismo en la sociedad contemporánea. En los años ochenta y noventa fue publicado en castellano por editoriales como Anagrama y Seix Barral, entre otras; ahora, sin embargo, llevaba un tiempo desaparecido de las librerías españolas, por lo que es un motivo de celebración que Blackie Books haya apostado por esta novela.Margarita Dolcevita(el «apellido» es un apodo cariñoso del abuelo) se publicó en Italia en 2005, es decir, un momento en el que las noticias hablaban de la Guerra de Irak, aún estaba reciente el 11-S y Occidente, ajeno a la crisis económica que vendría, vivía en su particular burbuja, una burbuja en la que imperaba una determinada noción de progreso. El libro no va exactamente de eso, no es una novela realista; pero, de alguna manera, el contexto se nota en la denuncia implícita en la historia. La familia de Margarita llevaba una existencia de lo más tranquila hasta que aparecieron los nuevos vecinos, los Del Bene (nombre muy irónico). La protagonista, que se expresa en primera persona, se percató de su llegada porque una noche una gran valla le tapaba el cielo. Estaban haciendo obras, y esas obras no le permitían ver las estrellas; un aviso de las muchas transformaciones que los Del Bene introducirían en su vida.Los Del Bene encarnan el paradigma del capitalismo: artificialidad, consumismo, alertas a las novedades y las últimas tecnologías («Es un cuento de hadas al revés, Margarita. Los asesinos se han convertido en los amos del mundo. Ya no hay lugar para nosotros», p. 110). Poco a poco, invaden la intimidad de la familia de Margarita y les lavan el cerebro, uno por uno, para que se parezcan a ellos. Solo que algunos miembros se resisten: el abuelo, al que intentarán quitarse del medio; y Margarita, que con su amor por los libros (afición que el señor Del Bene no entiende) y su patología, dos rasgos que la distinguen de la masa, muestra resistencia, no se deja manipular. Nadie sabe con exactitud a qué se dedican los vecinos, pero hay algo turbio en ellos, algo esconden bajo la capa de personas joviales que tratan de ayudarlesa vivir mejor, según lo que ellos consideran vivir mejor, claro. No obstante, entre los Del Bene hay una oveja negra: su hijo, un chico inadaptado al que la familia trata de ocultar, que traba amistad (y quizá algo más) con Margarita. Él le dará pistas de sus sucios planes.La novela tiene lo que se espera de un escritor como Benni: una comedia mordaz, accesible para muchos lectores, con un tono simpático, de lectura agradable; y, a la vez, un toque de atención pertinente sobre el devenir de la sociedad y la pérdida de valores. Desde la denuncia de las necesidades creadas por el mercado a la preocupación por el medioambiente (esas estrellas que el ser humano tapa) y los animales, sin olvidarse de la tercera edad, la mala costumbre de descuidar a los mayores. Por supuesto, se trata de una exageración, una caricatura, pero Margarita Dolcevita es una sátira, y en una sátira estos elementos (los estereotipos, la confrontación simple entre ellos y los vecinos) funcionan de maravilla. De todas formas, no hay que engañarse por su estilo ocurrente: detrás de la comicidad se esconde un fondo lúgubre, que invita a reflexionar. Porque la transformación de la familia de Margarita adquiere tintes trágicos; ahí está la (desgraciada) ironía: el pretendido progreso no les hace progresar, sino retroceder y, aún peor, perder de vista los verdaderos problemas. La sátira no es un género amable, ya se sabe. Entretenida y fácil de leer, tal vez, pero con fuste.
Stefano Benni
Benni es un autor muy apreciado por un motivo que ilustra a la perfección en este libro: el ingenio. Hace malabares con el lenguaje (en esto tiene mucho que ver su traductora, Celia Filipetto): metáforas, símbolos, juegos de palabras, nombres propios con ironía (Del Bene, Labella, Dolcevita…), las mencionadas sentencias del abuelo («La Tierra es de derechas, el Universo, de izquierdas.», p. 146). Estas páginas derrochan creatividad y gracia, esa gracia inteligente de los humoristas socarrones. Tiene ternura sin empalagar. Tiene encanto sin infantilismo. Tiene humor sin risas enlatadas. Es bueno en lo suyo, y sabe lo que hace. Dice Margarita: «Los Del Bene trataban de contagiarnos con el arma bacteriológica del siglo: el tedio. Esa que te convence de que esperar a vivir es menos trabajoso que vivir» (p. 84). En este sentido, la novela de Benni contagia justamente lo contrario: vitalidad, y muchas ganas de disfrutar de nuestras imperfecciones, de aquellas manías que nos hacen únicos. Hay que divertirse, sí, porque todo se termina.Cita inicial de la página 7.