Warren Buffet, considerado el mejor inversor a largo plazo del mundo que, dicen, logró convertir 100 dólares en 14 billones, aconsejaba que nunca había que invertir en negocios que uno no pudiera entender. Si transferimos eso al cine, la ópera prima de J.C. Chandor, Margin Call (El precio de la codicia en Argentina), sería una de las mejores inversiones de los últimos tiempos que claramente demuestra cuánto este novel director sabe de cine.
Lo primero que llama la atención es la gran habilidad que tuvo Chandor de conseguir un reparto más que impresionante para su primer película y que, además por sobre todo, se manejara excepcionalmente para construir un guión donde estos a modo casi coral se destacaran por igual. Nadie sobra en esta historia de crisis financiera y nadie opaca a nadie, aun cuando grandes nombres como el de Jeremy Irons pareciera destacarse por sobre el resto, todos tienen su rol bien planteado para contar de manera equilibrada uno de los momentos más tensos de la economía, ya no solo americana, sino global. Wall Street y sus tejes y manejes son traducidos por Chandor de una manera casi de manual para dummies que aunque se escapen los detalles más puntillosos, solo perceptibles a los ojos de los expertos, bien se hacen entender para el público promedio.
Margin Call demuestra que no importa qué está pasando; de hecho aunque no sepamos de economía nos lo imaginamos. Vamos, que no hay que ser experto en el tema para entender que la bolsa es una especie de juego de ruleta legal en el que unos apuestan con éxito mientras otros lo pierden todo. Se vende por un lado, se compra por el otro y los tira y aflojes se vuelven muchas veces peligrosos. Esto es lo que se descubre al principio del film, un manejo tan desequilibrado de la cosa que es inevitable el desastre y ahora, ese ritmo de suspense que forma una especie de prólogo del relato, se focaliza exclusivamente en cómo parar la bola de nieve que viene cayendo, hacia dónde es mejor correr para no sucumbir bajo ella. En el camino quiénes quedan o quienes se van, no importa, importa el “sálvese quien pueda”.
En medio de toda la barahúnda que genera esta bomba a punto de estallar, Chandor se toma el tiempo, mínimo pero concreto y efectivo, de retratar cómo es el mundo salvaje, frío y deshumanizado de la economía. Jefes que parecen alentar a sus empleados a trabajar eficientemente con métodos de manual mientras se angustian más por la salud de su perro que por ese empleado al que acaban de despedir luego de años de servicio y quien, después de todo, termina siendo clave en el pronóstico del caos. Jóvenes que terminan ascendiendo casi por casualidad mientras otros, mal que les pese, deben aceptar su condición de chivo expiatorio. Hombres que desesperan por un futuro en el que ya no podrán gastar millonadas en autos, mujeres y noche.
Sin moralismos baratos, sin academicismos matemáticos, Margin Call termina por hablar de condiciones humanas tan universales como la codicia, la especulación, la lealtad o la traición. No en vano ha sido uno de los films, considerados prácticamente independientes, más ovacionados del año aún cuando su popularidad no pase de ese reparto llamativo que nombrábamos antes. La película causa miedo por meternos en un mundo alejado del hombre promedio y hacerle entender de qué va la cosa, cómo pasan las cosas, porqué suceden, qué ocasionan, y todo sin necesidad de hablar de continuo del vil metal. El dinero no es el mensaje pero sí su referente, el dinero no es la clave pero sí quiénes lo manejan.
Si hay algo que además colabora con esa atmósfera opresiva del desmoronamiento a punto de suceder son los espacios cerrados mucho más presentes que los abiertos. Todos entran y salen de oficinas, de ascensores, van y vienen en automóviles, hablan y discurren entre cuatro paredes mientras afuera el mundo sigue girando sin saber qué se viene. El mundo, el afuera, nosotros, yacemos en una enorme pecera nadando y nadando mientras los otros, esos que “saben más”, tratan de salvarse en silencio, sin levantar polvareda al correr para que el caos no sea peor.
Todo lo que sube tiene que bajar, dice el dicho y este debut de Chandor, antes sonidista, ahora prometedor director sin dudas, refleja exitosamente ese subibaja social mortal vedado para muchos y que gratamente nos sabe acercar más terrenalmente que cualquier experto en el tema. Film para no perderse aun cuando ese mundo no nos atraiga demasiado, lujo singular del cine de la última década que con el tiempo, me atrevo a apostar, ingresará en la lista de grandes clásicos.