Uno de los grandes aciertos de esta película, es que nada escapa a esta escenificación de la gran tragedia, y así, las pantallas de los ordenadores que nunca se apagan, son los espectadores mudos de todo ello. Máquinas diabólicas que son capaces de engendrar toda la información de la debacle, pero su incapacidad para dialogar con el ser humano si no se les aprieta la tecla correcta, les hace engendrar esa característica de armas homicidas poseedoras de una verdad silente y destructiva. Del mismo modo, que aquí Nueva York no es la gran amante o posibilitadora del poder, sino mas bien se nos muestra como la gran cloaca de la corrupción humana; la puta de las vanidades que nos arrastra hasta destrozarnos.
Jóvenes con gran futuro o mayores cargados de experiencia y madurez, sucumben por igual ante el gran tsunami, que como en toda gran destrucción, son arrastrados por un mito. Sin embargo, el mito en nuestro caso no está cargado de un gran epicismo, sino que se constriñe a un billete plagado de fotografías reproducidos una y mil veces hasta el infinito. Ese es el gran asunto de las sociedades modernas, que como nos dice Jeremy Irons en el film, es la excusa para no matarnos los unos a los otros. Un gran sarcasmo que nos reduce a meros coleccionistas, pero no de sabiduría o conocimiento; experiencias o sensaciones; no, todo se reduce a la codicia del dinero, y aquí Margin Call se muestra implacable con todos y cada uno de sus personajes, que como espejos arquetípicos del ser humano, nos dicen cómo somos y cómos nos comportamos las horas previas a la gran tragedia.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.