Es viernes y los ensayos se han cancelado, así que me bajo a La Terraza en bicicleta, por un carril bici que nace en ningún sitio y te lleva a ninguna parte, pero que a la mitad -más o menos- te deja en una tasca con aroma años 80 ideal para tomar un café-café con hielo y en cuya sombra puedes disfrutar de la lectura. En este caso, y sin que sirva de precedente, Mari Klinski de Ainhoa Rebolledo. Voy a ser sincero y no quiero ponerme melodrámatico: de haber tenido a Ainhoa delante de mí le habría pedido matrimonio*, por lo menos, porque con su librito honoluliense me ha pasado lo mismo que a ella con su Mari Klinski, sí, el amor a primera vista, la necesidad de seguir leyendo, la oportunidad de saborear algo diferente, delicioso, ajeno a las connotaciones que el mundo -más bien barriada- literario traen consigo. Mari Klinski supone el debut en papel de Ainhoa Rebolledo, un libro experimental, ajeno a modas, pero totalmente despojado de corrientes, brisas y mierdas de esas que encorsetan la obra de los escritores principiantes. Me gusta esa actitud punk makeyourself de esta chica, me gusta su manera de narrar sin miedos ni tapujos, contando las cosas como las siente, como las vive, porque para ella no hay literatura si no sale de dentro. Me interesa la personificación que hace de las bicicletas, de sus bicicletas, y cómo a través de ellas nos desgrana sus viajes, su amor, su trayectoria vital por diferentes puntos de la geografía europea -y japonesa-. Me gusta la referencia a Siniestro Total para describir Galicia, me gustan las descripciones de las personas -generalmente gentuza- que se encuentra en su camino y cómo los hace partícipes involuntarios de una historia aparentemente intrascendente. Y es que por encima de la intrascendencia, de hablarnos de experiencias que nos importan relativamente poco, por encima de todo ello, permanece una crítica velada y contundente a la forma de vida que nos hemos/han impuesto. Los viajes, los semáforos, la policía secreta, las jeringuillas de los parques... Barcelona es el centro urbano de un libro que podría aplicarse a casi cualquier ciudad europea y cuando digo europea me refiero siempre de Barcelona para arriba. Las bicicletas no existen en Madrid ni tampoco en Sevilla. No son para el verano como no lo es el amor ni los compañeros de piso que se fugan a mitad del curso. Las bicicletas son un buen medio de transporte para disfrutar de una horita de lectura. Con cigarro de después incluido. * Es una forma de hablar, no he querido ser soez, pero la palabra matrimonio me hace gracia como sustitutiva de otras muchas más divertidas.
Es viernes y los ensayos se han cancelado, así que me bajo a La Terraza en bicicleta, por un carril bici que nace en ningún sitio y te lleva a ninguna parte, pero que a la mitad -más o menos- te deja en una tasca con aroma años 80 ideal para tomar un café-café con hielo y en cuya sombra puedes disfrutar de la lectura. En este caso, y sin que sirva de precedente, Mari Klinski de Ainhoa Rebolledo. Voy a ser sincero y no quiero ponerme melodrámatico: de haber tenido a Ainhoa delante de mí le habría pedido matrimonio*, por lo menos, porque con su librito honoluliense me ha pasado lo mismo que a ella con su Mari Klinski, sí, el amor a primera vista, la necesidad de seguir leyendo, la oportunidad de saborear algo diferente, delicioso, ajeno a las connotaciones que el mundo -más bien barriada- literario traen consigo. Mari Klinski supone el debut en papel de Ainhoa Rebolledo, un libro experimental, ajeno a modas, pero totalmente despojado de corrientes, brisas y mierdas de esas que encorsetan la obra de los escritores principiantes. Me gusta esa actitud punk makeyourself de esta chica, me gusta su manera de narrar sin miedos ni tapujos, contando las cosas como las siente, como las vive, porque para ella no hay literatura si no sale de dentro. Me interesa la personificación que hace de las bicicletas, de sus bicicletas, y cómo a través de ellas nos desgrana sus viajes, su amor, su trayectoria vital por diferentes puntos de la geografía europea -y japonesa-. Me gusta la referencia a Siniestro Total para describir Galicia, me gustan las descripciones de las personas -generalmente gentuza- que se encuentra en su camino y cómo los hace partícipes involuntarios de una historia aparentemente intrascendente. Y es que por encima de la intrascendencia, de hablarnos de experiencias que nos importan relativamente poco, por encima de todo ello, permanece una crítica velada y contundente a la forma de vida que nos hemos/han impuesto. Los viajes, los semáforos, la policía secreta, las jeringuillas de los parques... Barcelona es el centro urbano de un libro que podría aplicarse a casi cualquier ciudad europea y cuando digo europea me refiero siempre de Barcelona para arriba. Las bicicletas no existen en Madrid ni tampoco en Sevilla. No son para el verano como no lo es el amor ni los compañeros de piso que se fugan a mitad del curso. Las bicicletas son un buen medio de transporte para disfrutar de una horita de lectura. Con cigarro de después incluido. * Es una forma de hablar, no he querido ser soez, pero la palabra matrimonio me hace gracia como sustitutiva de otras muchas más divertidas.