María Alejandra

Publicado el 18 diciembre 2018 por Carlosgu82

Otra vez había llegado tarde. En cuanto salí de mi asiento, durante la ópera Eugenio Oneguin -de Chaikovski-, atravesando la calle Mensfeet, no vi mi reloj de bolsillo: Eran las nueve y cuarto. ¿Qué estaba haciendo mal? ¿Cuál era la razón de ese abandono repentino de mis deberes? ¿Qué pensaría de mí la señorita María Alejandra? En cuanto llegué al Café Ninfas, pude verla en una de las mesas del centro, vestida color escarlata, revolviendo azúcar en su capuccino del mismo modo que revolvía ideas en su cabeza. ¿Qué estaría imaginándose esa bella mujer? Sin más, me acerque a ella con un ramo de rosas azules.

_¡Qué hermosa es usted! -le dije, dándole el ramo con mucha suavidad- ¡Perdóneme por dejarla sola tanto tiempo!

_Eso no importa ahora -respondió mi señorita-. Me alegra mucho verle… ¡El ramo huele delicioso!

_Huele al primer beso entre dos ángeles. Las rosas me regalaron el recuerdo de sus ojos y yo se las regalo a usted.

No estaba completamente seguro de mis sentimientos hacia María Alejandra. Sólo sabía que la necesitaba junto a mí.

_¡Gracias, qué lindo! -me dijo, oliendo con voluptuosidad las rosas color cielo de primavera- ¿Cómo se ha sentido últimamente?

Cuando miraba sus ojos radiantes de Vida y Amor, envueltos por una aura de profunda inteligencia, experimentaba la sensación de haber encontrado mi Todo; mi lugar en la existencia.

_Algo preocupado (…).

_Me duele oírlo hablar así. ¿Qué ocurre? ¿Tiene algo que ver con su familia? -exhaló entre suspiros mientras apretaba mis manos. ¿Qué debía decirle?

_No se trata de nada parecido.

_¿Qué es, entonces, el origen de aquello que ha perturbado tu corazón?

_Siento miedo de mi propia libertad. Sufro la agonía y la incertidumbre que experimentan aquellos que se evaden a sí mismos. No sé cómo debería crecer en un mundo que no he terminado de entender. Vivo en constante frustración, Acepto algunas vicisitudes sin saber porqué mientras rechazo otras, que podrían ser necesarias, pero no hago nada por mí. He sido soberbio…

_¡No digas eso! ¡Confía en ti tal y como yo confío! -Me respondió derramando pasión a través de sus ojos azules- ¡Perdónate y sé feliz conmigo!

En cuanto vi lo mucho que le importaba, no pude contenerme por más tiempo y la bese con una pasión intensa que hasta ese momento no sabía que era capaz de sentir. Después de saciar mi alma, le dije:

_Muchas gracias… ¡Por todo!