María Berrozpe: "La “Crianza corporal” es algo más que un método de crianza. Es toda una filosofía de vida."

Por Amormaternal


Hace un par de días leí esta excelente reflexión de María Berrozpe, habitual colaboradora en el blog de Ileana, y que recientemente ha abierto su propio blog: Reeducando a Mamá, no dejen de visitarlo. Muchas gracias María por poner en palabras lo que muchos sentimos, de forma tan humana, sencilla, dolorosa y cercana. Gracias también por permitirnos compartir este texto en Amor Maternal. Sin más preámbulo:
Saltar el Río
La lectura de una serie de artículos y comentarios, tanto en medios de comunicación tradicionales como en blogs particulares, me ha tenido reflexionando unas cuantas madrugadas (a esa hora en que el pequeño me pide teta y ya no consigo volver a conciliar el sueño. Es un momento magnífico para reflexionar inmersa en la tranquilidad de mis hormonas matutinas y maternales).
Lo que más me ha impactado de estos escritos es la manera en que mezclan “churras con merinas” sin el menor escrúpulo, demostrando una ignorancia terrible. Para ellos, el niño criado en la filosofía de la crianza con apego, o como muy acertadamente la denomina Ileana, “Crianza Corporal”, es sinónimo del “pobre niño rico”. Ya sabéis: ese niño malcriado, cruel y egoísta. Ese niño “rey de la casa” que hace de su capa un sayo. Que tiene miles de juguetes y todavía pide más. El niño que recibe todo lo material que pide. El niño “sin límites”. El niño maleducado.
Según ellos, para no criar un monstruo semejante hay que renunciar a la lactancia, al colecho, a tomar en cuenta las necesidades genuinas de sus hijos. Hay que imponer por la fuerza, si es necesario por la fuerza física. Hay que humillar, someter… en fin, lo que Ileana llama en su genial artículo: “criar desde arriba”.
Pero lo cierto es que este “pobre niño rico” es exactamente el resultado de una crianza desapegada y de abandono. Y yo me pregunto: ¿Qué es lo que lleva a esta imagen tan distorsionada de la realidad? Reflexionando sobre mi propia experiencia y sobre mis propios errores en la crianza de mis hijos lo he visto (más o menos) claro. Y lo he visto de la siguiente manera:
En la crianza de nuestros hijos, al aplicar los métodos conductistas y adultocéntricos defendidos tradicionalmente por la sociedad patriarcal, los padres caminamos por una de las orillas de un río. Llamémosla “orilla patriarcal”. La crianza corporal (me ha encantado esta denominación y con permiso de Ileana la utilizo ya como sustituta de “crianza con apego”) se encuentra en la otra orilla. Muchos padres queremos cruzar y para cruzar tenemos que saltar. Pero el éxito de nuestro salto depende de muchos factores: la confianza en nuestro deseo e instinto, nuestros conocimientos científicos del tema, nuestra capacidad para no dejarnos arrastrar por la masa humana que anda en la primera orilla... son muchos factores que nos pesan y cuando saltamos, a veces nuestro salto no es suficientemente amplio y nos caemos al agua. Entonces, los de la orilla nos ven ahí, sumergidos en nuestro fracaso, luchando en aguas revueltas, y nos acusan de estar en esa situación por no ir con ellos, por intentar hacer las cosas de otra manera. Lo que no ven es que nuestro objetivo no era ese (el de estar en el agua) sino estar en la otra orilla. Pero podemos volverlo a intentar. Volveremos a saltar o nadaremos contracorriente. El caso es que tenemos claro el objetivo y queremos alcanzarlo. Y cada salto tiene más fuerza porque aprendemos de nuestros errores.
Os pongo unos ejemplos de mi propia experiencia personal:
Cuando nació mi primer hijo yo tenía una cosa muy clara: “no le dejaría llorar”. Así que me pasaba el día con el niño en brazos. Me encontré en esa situación tan bien descrita por Mónica en su blog “Grupo Maternal”, en la que a las 2 de la tarde todavía estaba en pijama, sin ningún objetivo del día cumplido aparte de estar con el bebé en brazos sentada en el sofá o caminando por la casa. Y encima el bebé nervioso y lloroso… me había caído al agua.
Pero con mi tercer hijo las cosas fueron muy diferentes. Cuatro años de “estudios maternales” con teoría y práctica, y la existencia de dos pequeños más que hacían imposible no dedicarles la atención que necesitaban, me permitieron dar el salto correcto que me llevó a la orilla correcta. Me colgaba al benjamín de un fular. Así, con las manos libres yo hacía lo que tenía que hacer (al menos al 90%) y , ¡Oh sorpresa! , el peque dormía feliz, tranquilo y absolutamente satisfecho. La lectura del libro de Jean Liedloff “El Concepto del Continuum” (Editorial Obstare, 3era edición, 2008) me dio la respuesta. Y es que no se trata de estar con el bebé en brazos, esperando que este dirija tu vida. El bebé está programado para sumergirse y disfrutar de la vida de su madre, de su comunidad. Lo que él espera es estar pegadito al cuerpo de su madre -no solo en una cuna en una habitación de florecitas rosas, apartado de todos y de todo- y que su madre siga con sus actividades a la vez que lo portea a él -no una madre frustrada, sentada en un sofá, en pijama, sola, angustiada, que le mira esperando que sea él el que solucione esa situación. O sea, los requerimientos son dos: contacto con mamá y mamá haciendo una vida feliz y activa. Cumpliendo sólo el primero no funciona. Para llegar a la otra orilla necesitas cumplir los dos.
La situación vivida con mi primer hijo es el típico caso en el que los de la orilla patriarcal me decían que tenía que dejarle llorar en su capazo. Que así no podía seguir. Ellos sólo me veían nadando en aguas revueltas y llegaban a la conclusión de que mi método era ridículo y fallaba. Pero no, señores, ¡es que ese no era el método correcto!!!! Estaba equivocada. Cuando di con la solución correcta que SI pertenecía al modelo de “Crianza Corporal”, todo fue como la seda: para mí, el resto de la familia y mi pequeño.
Otro ejemplo con niños ya más mayorcitos: Esto ocurrió anoche. Mi hijo mayor descubrió unos bloques de poliespan y decidió que iba a nevar en casa. Los deshizo con los dedos y dejó la casa más nevada que la calle. El método conductista ante esta situación sería: darle un buen rapapolvo, obligarle a limpiarlo y castigarlo sin “no se que” y a la cama. El método “pseudocrianzacorporal” es:
- Cariño, ahora lo vamos a limpiar
- NOoooooo que estoy cansado
- Bueno pues ya lo limpia “mamáburradecarga” mientras tu te entretienes tirando todos los dinosaurios en el suelo de tu habitación
Mensaje: tú no te preocupes que mamá te resolverá todos las situaciones complicadas en las que te metas en tu vida porque tu no eres capaz de hacerlo. Tampoco es eso. En este caso fue el padre el de la criatura el que hizo una verdadera exhibición de “buen método”. Fue más o menos así (pero en alemán):
- Ahora vamos a limpiar todo esto por que así no podemos ponernos a cenar
- Nooooo estoy cansado
- Bueno, pues hay que limpiarlo mira cogemos la escoba y el recogedor……
- Noooo me apetece
- V.A así no puede quedar esto. Tenemos que cenar y queremos cenar en una casa limpia. Tenemos que encontrar una solución.
(y aquí entra mamá que ya ha reflexionado y decidido no convertirse ni en mamá conductista ni en mamá “burradecarga”)
- Con el aspirador funcionará mejor y te va a gustar, ya verás. “A” baja el aspirador.
Y papá le prepara el aspirador a V.A que lo coge encantado de la vida.
- Eso es. Así “V.A” muy bien.
Un cuarto de hora más tarde “V.A” ha limpiado él solito el suelo del salón y la cocina y además se lo ha pasado pipa*. Esta orgullosísimo y ver su orgullo por haber hecho las cosas correctamente me llena a su vez de orgullo a mí. Buen rollito familiar gracias a la sensatez y buen hacer del papá.
Si me hubiera dejado llevar por mi vena conductista hubiéramos acabado con V.A llorando en su habitación y yo recogiendo las dichosas bolitas de poliespan.
Si me hubiera dejado llevar por la pereza de no aplicar correctamente el método respetuoso no conductista hubiéramos acabado con un niño que, evidentemente, no se siente bien porque ve a mamá dolida y enfadada y sabe que no ha hecho bien las cosas, y además sin aprender que las cosas mal hechas también se pueden solucionar y, lo más importante, las puede solucionar él. Además de una mamá sintiéndose la “burradecarga” más “burradecarga” del mundo y de muy mala leche.
La “Crianza corporal” es algo más que un método de crianza. Es toda una filosofía de vida. Una filosofía basada en el amor y el respeto por tus hijos y por ti misma. Por la naturaleza de todos.
No se trata de dejar que los niños “hagan lo que quieran” sino de ayudarles a encontrar lo que realmente quieren hacer. No se trata de hacer de tu hijo el centro de tu universo porque eso es absolutamente asfixiante para él. Se trata de dejarle clarísimo que es parte de ti.
Que es importantísimo en tu vida. Algo único e irremplazable. Que es un gran placer para ti ser su madre. Pero el tiene su propio centro, su propio universo y tú estas ahí acompañándole en su historia de crecimiento y compartiendo tu experiencia con él: nutriéndole.
Cuando nos olvidamos de todo esto, nos caemos al agua. Pero siempre está la oportunidad de volverlo a intentar y llegar a la otra orilla la próxima vez. El peso de nuestra propia crianza conductista es difícil de superar, pero podemos hacerlo. Yo tengo una manera muy sencilla para saber cuando he hecho bien las cosas: ver como me siento. Si me siento mal es evidente que, o bien me he quedado en la orilla patriarcal, o bien me he caído al agua. Si me siento bien (y es un “sentirse bien” muy enriquecedor) he saltado correctamente. Entonces ellos, mis peques, también están bien y la crisis se ha solucionado con resultado positivo para todos.
Tal vez algún día consiga quedarme en la orilla correcta, sin caer continuamente al agua o volver a la orilla patriarcal. Tal vez esto nunca lo consiga yo, pero espero que lo consigan mis hijos con sus propios hijos. Supongo que hay objetivos inalcanzables para una sola vida. Pero al menos démosles un punto más cercano desde donde saltar a la orilla de la crianza corporal. Para que esa orilla esté cada vez más poblada y empiece a funcionar una sociedad y una humanidad más pacífica, respetuosa, libre y feliz.
* se ha divertido (nota mía)
Foto © Pascal Broze/Onoky/Corbis