María, corazón de américa, en el bicentenario de la independencia

Por Joseantoniobenito


MARÍA, CORAZÓN DE AMÉRICA, EN EL BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA

(Publicado en SIGNO , nº 297, Lima 2021, pp.18-20)

José Antonio Benito, historiador, docente en la FTPCL

Aprovecho este mes de mayo - mariano por excelencia-, mes en que celebramos las fiestas de Fátima (día 13), Nuestra Señora de la Evangelización (día 14), María Auxiliadora (día 24), mes en que recordamos a nuestras madres, para dedicarle mis "flores" desde el campo de la historia de América, en pleno Bicentenario de su Independencia.

El documento de Aparecida nos incentiva con este bello texto: "Alabamos al Señor Jesús por el regalo de su Madre Santísima, Madre de Dios y Madre de la Iglesia en la América Latina y el Caribe, Estrella de la Evangelización renovada, Primera discípula y gran misionera de nuestros Pueblos" (n. 25).  ¡Con qué singular acierto la primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, prevista del 21 al 28 de noviembre se celebrará en la basílica de Guadalupe de México al calor de la Reina y Señora de América!

Pocas obras tan eruditas y devotas a un tiempo sobre el tema como la escrita por el Monseñor  Esteban Puig  Aurora en América (María, estrella de la primera y de la nueva evangelización)[1]. Destaco sus palabras introductorias: Si "María es la Estrella matutina que precede al Sol que es Cristo… convirtiéndose en "el prototipo de la presencia viva de la mujer en la inculturación del evangelio" (p.7) así sucederá en la aurora de la evangelización americana y a lo largo de toda su historia. Destaca el autor cómo "el amor singular de Madre para con los hijos latinoamericanos, posee matices y rasgos maternales muy característicos y entrañables", tales como sus palabras y hechos llenos de profunda ternura, que "llegan a lo hondo del corazón porque van impregnadas de cariño" (p.7). Los destinatarios de sus palabras y de su mensaje son almas francas, sencillas, humildes, pobres, sin dobleces, muy buenas... ¡niños al fin! Todos los que recibieron estas "visitas" de María fueron auténticos evangelizadores enamorados de la Virgen. Se registran sus nombres: Guatícaba, bautizado con el nombre de Juan Mateo, de la República Dominicana, mártir en 1496 Los mexicanos Cristóbal (1527), Antonio (1529) y Juan (1539) oriundos de México, San Juan Diego (1531) el vidente de Guadalupe; Gregorio López, 1596, Sebastián Aparicio, "santo carretero", 1600, el "Negrito" Manuel de Argentina, Beata Mariana de Jesús (1645) "azucena de Quito", Tito Cusi Yupanqui, Sebastián Quimichu, en Perú.

En América surgieron advocaciones propias de cada país, en el modo y la manera más fiel a su identidad específica y culturas ancestrales, como lo muestran sus bellos y armoniosos nombres: Guadalupana, Aparecida, Suyapa, Coromoto, Treinta y Tres, Cobre, Cocharcas, Luján, Chiquinquirá...Esto le hará constituir un principio de identificación, unificación y surgimiento de la Patria amada. A Ella acudirán para reafirmar sus valores cuando están amenazados por intereses malsanos que quieran arrancarle el timbre de gloria de cristiana y católica. De ahí que por ejemplo Argentina o Cuba hasta en su misma bandera patria el color azul se deba al manto azul de la Virgen. "María es la Patrona, la Guardiana, la Mariscala, la que vigoriza la raíz de la unidad nacional en su identidad y en su destino" (p.151). María, Madre de Jesús y Madre nuestra "viene a ser como el nudo de seda que ata, fuertemente, sin apretaduras subyugantes, la cultura hispánica con la autóctona y la africana originando la cultura mestiza, hija vigorosa y espléndida del feliz entramado entre América, África y Europa" (p.11).

Dos siglos después del Descubrimiento, la genial poetisa Juana Inés de la Cruz, cumbre del barroco mexicano, dirá por toda Hispanoamérica «¡que no sé que se tiene el que en tratando de María Santísima se en­ciende el corazón más helado!". Lo sucedido en esta nación ha tenido lugar en la veintena de naciones engendradas a la fe por España y Portugal. Con razón pudo decir Juan Pablo 11 en Zaragoza el 10-­X-84: «Decir España es decir María... Y decir Iberoamericana, es decir también María, gracias a los misioneros españoles y portugueses". 

Con ironía y agudeza a un tiempo, el más célebre de los literatos mexicanos, Octavio Paz, escribía: «El pueblo mexicano, después de dos siglos de expe­riencias y fracasos, no tiene más fe que en la Virgen de Guadalupe y en la Lotería Nacio­nal». Quedémonos con lo primero. Hoy no tenemos otro factor más importante para buscar la identidad mexicana que la Mo­renita. Ella ha sido el corazón maternal que ha acogido a todos sin excepción, desde el humilde indiecito Juan Diego hasta Emiliano Zapata, sin olvidar a Cantinflas. El propio san Juan Pablo II llegó a decirles: "Los mexicanos son 80% católicos, 100% guadalupanos".

En estos años conmemorativos del Bicentenario de la Independencia de América, les animo a rescatar gestos de la persistencia de la devoción mariana como les brindo a continuación.

Uno de los grandes próceres del Perú, Hipólito Unanue (1755-1833), médico y político comprometido con los últimos virreyes y los libertadores San Martín y Bolívar. Fue Hermano 24 de la Cofradía de Nuestra Señora del Rosario de la iglesia de Santo Domingo, de Lima, por lo que rezaba diariamente el rosario en familia y solía participar en la devoción de tejer una corona de rosas espirituales para la Virgen.

Pablo de Olavide (1725 – 1803) ministro de Carlos IV, amigo de Voltaire, oidor de Lima, al volver al catolicismo escribe un bello poema dedicado a María, titulado "Magníficat" en el que nos comparte: "Cuando la Virgen María fue a ver a su prima Isabel entonó este dulcísimo cántico, que salió de su corazón inflamado de amor, y que debe servirnos de modelo para glorificar al Señor por la elección que hizo de ésta, la mejor de sus criaturas, y agradecerle los beneficios que le debemos".

El cura Miguel Hidalgo, pionero de la in­dependencia mexicana, el mismo día del Grito de Dolores en 1810, acudió con los insurgentes al San­tuario de Atotonilcó a tomar de la sacristía un lienzo con la imagen de Nuestra Señora de Guadalu­pe, que colocada en el asta de una lanza, enarbolará como en­seña delante de su ejército. Con ella, y al grito de «Viva la Virgen de Guadalupe», entrarán triunfan­tes en Celaya.

De igual manera el cura José María Morelos, su sucesor en la lucha, dirá en el bando que expi­dió en Omotepec, el 11 de marzo de 1813: «Por los singulares, especia­les e innumerables favores que debemos a María Santísima, en su milagrosa imagen de Guadalu­pe. Patrona, defensora y distingui­da Emperatriz de este reino, es­tamos obligados a tributarle todo culto."

Si en México destaca la advocación Guadalupana en el Sur destaca Nuestra Señora de la Merced, como madre de alivio y esperanza, como le aconsejó el General Manuel Belgrano al libertador José de San Martín, en Tucumán: "La guerra no debe usted hacerla solo con las armas, sino afianzándose siempre, en las virtudes naturales cristianas y religiosas en la fe católica que profesamos, implorando a Nuestra Señora de la Merced nombrándola generala" (indicar la referencia de la cita entre comillas).

Así, el 24 de mayo de 1822, el general Antonio José de Sucre, vencedor en Pichincha por la que se alcanzó la independencia de la gran Colombia, y encaminado hacia el Perú, propuso que esta nación reconociese a la Virgen de la Merced por patrona de sus ejércitos; de hecho, en 1823, fue declarada Patrona de las Armas de la República por el Presidente José Bernardo Tagle. Al cumplirse en primer Centenario de la independencia de la nación, el 24 de septiembre de 1921 fue coronada canónicamente y como recuerdo de esto, se colocó a la Sagrada imagen las insignias de su alto patronato militar, consistentes en una faja de Gran Mariscala y un cetro de oro, a partir de entonces, se ha llamado la Gran Mariscala del Perú. Desde entonces esta fecha del 24 de septiembre es declarada fiesta nacional. Cada año el ejército le rinde honores a su alta jerarquía militar de "Mariscala".

José de San Martín, pocos días antes de iniciar el cruce de los Andes, proclamó a la Virgen del Carmen patrona del ejército, junto a la iglesia de San Francisco en la que se formó la procesión que culminó en "misa solemne, panegírico y tedeum. Al asomar la bandera junto con la Virgen, el propio San Martín le puso su bastón de mando en la mano derecha. Tal devoción fue ratificada en otras ocasiones como la del 12 de agosto de 1818 en la que manifiesta la "decidida protección que ha presentado al ejército su patrona y generala, nuestra Madre y Señora del Carmen".

Me complace compartirles como conclusión, la dedicatoria de la obra titulada La proyección de la Universidad de Salamanca en Hispanoamérica:, tesis doctoral de Águeda Rodríguez Cruz, quien acaba de fallecer en Salamanca y es fiel reflejo de la devoción a María en las universidades de América:« Pongo este trabajo en ma­nos de Nuestra Señora la Virgen María, de quien la Universidad de Salamanca se complacía en lla­marse «su muy devota y aficiona­da» con una súplica para que la Universidad, hoy como ayer, la siga sintiendo Madre y Protecto­ra. Asiento de la Sabiduría, que brindó en sus claustros como Alma Mater solícita y vigilante, ¡y con la que formó el alma de la Hispanidad! Ella -que inculcó esta devoción en sus hijas de His­panoamérica, como lo mejor de su proyección -especialmente en el misterio de su Inmaculada Con­cepción, venerado con fervor continúe impartiendo con fidelidad esta lección magistral, en un ser­vicio incansable a la Verdad y a los supremos valo­res del espíritu».



[1] (Ediciones Paulinas, Lima, 2016, pp.151) Una primera versión de la misma pueden consultarla en la  USAT (Chiclayo, Perú, 2002,http://alicia.concytec.gob.pe/vufind/Record/UDEP_0efe9bdedcbe2754e1214f5df2d8c4b9/Details