María de Ávila

Publicado el 28 febrero 2014 por Juliobravo
No puedo decir que conociera bien a María de Ávila, una mujer que ha tenido un destacado papel protagonista en la historia de la danza en España. Su lista de alumnos es suficientemente elocuente: Víctor Ullate, Carmen Roche, Ana Laguna, Trinidad Sevillano, Antonio Castilla, Arantxa Argüelles, Amaya Iglesias, Gonzalo García... Son los mascarones de proa de las varias generaciones de bailarines que pasaron por sus aulas. Es mayor el mérito si se tiene en cuenta la época en que empezó a forjar bailarines, y el papel residual que ha tenido -y tiene- la educación artística, y fundamentalmente la danza.
Ella dirigía el Ballet Nacional de España (con las dos compañías integradas) en la época en la que yo empecé a trabajar, y me tocó informar de alguna que otra protesta contra ella por parte de los bailarines. Tanto en el Español como en el Clásico tenía muchos detractores, los más ruidosos, y le hicieron la vida imposible; apenas estuvo tres años al frente del Ballet Nacional.
La conocí en julio de 1988. El Ballet Nacional (ya habían vuelto a separarse los dos conjuntos) se presentaba en el Metropolitan Opera House. Era un acontecimiento para la compañía (es uno de los más grandes teatros del mundo), y Carlos Valverde, su entonces sobreintendente, quiso que estuvieran presentes las personas que habían creado el programa que había propiciado aquella ilustre actuación. Viajaron a Nueva York José Granero, el coreógrafo de «Medea»; Miguel Narros, autor del guión y el vestuario de dicha coreografía: Pepe Nieto, compositor de la música de «Ritmos»; y María de Ávila, directora de la compañía cuando se gestó aquel histórico programa. Estaba ya en Nueva York Manolo Sanlúcar, compositor de «Medea», ensayando con la Orquesta del Metropolitan, para tocar con ellos (y con Vicente Amigo como segunda guitarra) su partitura. Y con ellos viajé yo, para contar todo. O casi todo.
Hice buenas migas con María, lo mismo que con Granero, Narros y Nieto. Nos alojamos en el hotel Saint Moritz in the Park, junto a Central Park, y Valverde nos llevó a comer al mítico restaurante Sardi's, cuyas paredes están llenas de caricaturas de artistas. Al salir, cayó una impresionante tromba de agua. A María la recuerdo callada, observando, sonriendo, todo el mundo pendiente de ella. En aquel viaje, Granero hacía un poco la vida por su cuenta, y los demás hablamos de ir al teatro; Narros y Nieto optaron por ver «M. Butterfly», una obra de David Henry Hwang. María y yo dudábamos entre «La calle 42» y «Cats». Finalmente nos decidimos por este último. Así que fuimos dando un paseo hasta el teatro Winter Garden. A mí me fascinó (era mi primera vez en Nueva York y mi primer musical en Broadway). Ella también disfrutó, pero pudo evitar que saliera su vena de maestra, y criticó los manège que hace el personaje de Mrs. Meffistofeles. 

No recuerdo, claro, de qué hablamos (seguro que de danza), pero sí permanece nítida en mi memoria la imagen que me quedó de ella: una mujer discreta, silenciosa, inteligente, observadora, educada y afable. Nada que ver con el ogro que me habían pintado algunos bailarines.

En los siguientes años hablé con ella varias veces. De vez en cuando nos llamábamos por teléfono. Tras su salida del Nacional, formó una compañía, el Joven Ballet María de Ávila; lo pude ver en su nacimiento en Segovia, en el Teatro Español y después, en una pequeña gira por Universidades de Estados Unidos, donde pude convivir durante una semana con sus alumos más jóvenes, que tutelaba entonces Lola de Ávila. A ella le preguntaba cuando nos veíamos por su madre, y siempre me decía: «Está mayor...»

Se ha muerto con 94 años. Como buena maestra -era severa y exigente- queda su legado, el que ha permanecido en maestros como Víctor Ullate o Carmen Roche, que han criado a los «nietos» de María de Ávila, y en sus bailarines, en los que marcó el amor y, sobre todo, el respeto a una profesión tan dura como hermosa. Descanse en paz.