En la ciudad griega de Kalamata, pequeña capital del Peloponeso, la tarde del martes 1 de abril de 1902 «en una preciosa casa, llena de luz» nace María Polydouri; tercera hija de una familia de clase media formada por el matrimonio de Eugenios Polydouri, filólogo y profesor de letras, y Kyriaki Markatou, mujer cultivada, con ideas feministas y avanzadas para la época; que educan a sus cinco hijos (tres hijas mayores y dos hijos menores) en el ideario progresista y liberal. Pasa su infancia de paseos solitarios por la playa, atraída por la contemplación del mar, e inicia sus primeros pasos escolares en los municipios de Gytheio y Filiatra, donde el padre ejerce su profesión llegando a desempeñar el cargo de director de un colegio. De vuelta a Kalamata completa con buenas notas sus estudios de secundaria. Adolescente reflexiva, romántica, con inquietudes sociales y políticas, se interesa por la literatura; a los 14 años publica en la revista Famila el poema en prosa «Dolor de madre», en el que glosa el dolor de una madre ante el cadáver de su joven hijo, infante de marina, varado en la costa de Filiatra; de ese mismo período es el poemario Margaritas, hoy desaparecido e inédito. Tras rechazar emprender los estudios de filología, a los 16 años, por consejo de su padre, se presenta a unas oposiciones y gana la plaza de funcionaria en la prefectura de Mesenia. Dos años después, en 1920 pierde a sus padres, ambas muertes (primero la de su padre y luego la de su madre) se suceden en un espacio de tiempo inferior a los 40 días. El dolor de esta desdicha a edad tan temprana, teñido a veces de remordimiento (principalmente por la muerte de su madre), seguirá siempre y marcará su reducida existencia.
María de expresivos ojos, pelo negro, atractivas proporciones y paso elegante, capta la atención del introvertido e inseguro joven Kostas. En enero de 1922 la pareja Polydouri-Karyotakis es vox pópuli en los mentideros culturales de Atenas por aquel entonces una pequeña capital europea, donde todos los que pertenecían al mundo cultural, de alguna u otra manera, se conocían. El vínculo (para la tradición íntimo y pasional, y para otros testimonios amistoso y literario) dura apenas ocho meses, en agosto Karyotakis se entera que padece sífilis, en esa época una enfermedad maldita e incurable, un estigma social; se lo comunica a María y, alegando las consecuencias del terrible diagnóstico, decide romper la relación. Ella se muestra incrédula, piensa que la salud es una excusa propia de un carácter timorato. Dispuesta a no dejarle marchar responde con una propuesta arriesgada: casarse sin tener hijos; él, quizás abrumado por ese temperamento dinámico y rompedor tan diferente al suyo o porque no comparte el mismo sentimiento amoroso o por un exceso de orgullo responsable, decide rechazar el sacrificio. Como tantas otras historias de amor apasionado ésta tampoco tiene un final feliz; ambos mantendrán una amistad que se irá diluyendo poco a poco hasta quedar confinada en un poético recuerdo.
Queriendo escapar del aburrimiento, del fracaso, del desengaño, pero no de la vida, del amor y de la poesía, en el verano de 1926 María Polydouri, casi con una mano delante y otra detrás, se marcha a París. En la Ville Lumiére toma clases de corte y confección en la Ecole Pigier, se interesa por el destino editorial de su novela sin obtener fruto alguno; para sobrevivir intenta trabajar en el cine y en la alta costura, y es bien recibida por la bohemia francesa. Noches de parranda por bulevares, cafés y salones en compañía de artistas mundanos (en su mayoría varones), vida alegre y despreocupada. Al filo de un amanecer encuentran su cuerpo postrado en un solitario callejón parisino. Tos, fatiga, escalofríos, fiebre, dolor… diagnóstico: tuberculosis. Entre el 1 de febrero y el 1 de marzo de 1928 permanece internada en el Hospital de la Charité; los médicos le recomiendan volver a Grecia donde el clima es más benigno. Adiós a vagar por las calles mojadas, a la tenue lluvia de primavera, a la nostalgia de los parques, a las risas y los afectos, adiós a la etapa más feliz de su vida; una mañana oscura, a primeros de marzo de 1928, abandona París con los sueños rotos; toma un tren rumbo a Marsella y desde allí en barco viaja a Atenas.
Polydouri, haciendo gala de su carácter, es una paciente revoltosa, sabe que su existencia se marchita, quiere aprovechar el último aliento de su juventud, no desea quedarse quieta en una cama esperando a la muerte; sale del hospital, vuelve a la vida bohemia: bebe, fuma, trasnocha, se baña en el mar, etc. Ni la familia, ni los amigos pueden protegerla. Rehúsa a luchar contra la tuberculosis, su salud se deteriora. A finales de 1929 ve la luz su segundo poemario El eco en el caos, quedan aún gran cantidad de poemas inéditos. Ante la grave situación en la que se encuentra la joven poeta, en enero de 1930, con buenas intenciones pero poco acierto, el poeta y periodista Kostas Ouranis (1890-1953) escribe un extenso artículo en el periódico apelando a todas las gentes de letras con la finalidad de “salvar la vida de Polydouri”: recaudar fondos para poder pagar el alto costo del tratamiento y mejorar la necesaria atención médica en un hospital privado. Cuando la iniciativa llega a oídos de María, absolutamente indignada, prohíbe cualquier intento de cuestación en su nombre. Esta llamada de auxilio dio origen a la idea de que Polydouri fue víctima de la escasez de medios y de la pobreza por encima de la enfermedad. Con la discreta ayuda de su exnovio Aristotelis Georgiou, en febrero de 1930 ingresa en la clínica Christomanos donde continúa su actividad poética, son los últimos versos, las últimas palabras, el tiempo se consume como su cuerpo agotado física y mentalmente. Apenas tres meses después, en el amanecer del 29 de abril de 1930, la vida de María Polydouri llega a su final tras suministrarle unas inyecciones de morfina para calmar el dolor de la enfermedad y de la existencia.
“Moriré una mañanita melancólica de abril,cuando enfrente se abra, en mi maceta, una tímida rosa-un retoño-. Y se cerrarán mis labiosy se cerraran mis ojos, ellos solos, en silencio
Moriré una mañanita triste como mi vida,donde el rocío, rosario de lágrimas, discurra compasivoen el santo suelo que adornará con rosas mis exequias,en el santo suelo que será mi cama de muerta.
Cuanto he amado en los años de mi vida habrá de dispersarsey esfumarse lejos de mí: nubes de verano.Cuanto me ha amado acudirá tan sólo a saludarmecon un beso pálido igual que un rayo de luna.
Moriré una mañanita melancólica de abril.Mi último aliento vendrá a decírtelo, y entoncestodo el amor que te queda será como un candil difuso,pobre memoria en el olvido de mi tumba”. (1)
(1) Poema «Cuando Muera», María Polydouri; Los trinos que se extinguen. Traducción Juan Manuel Macías; Vaso Roto Ediciones.