La figura trágica de Antígona es una de las que ha alimentado con más fuerza y con mayor continuidad la literatura y la filosofía desde Sófocles hasta hoy. De hecho, George Steiner dedicó un ensayo a las diversas Antígonas de la historia.
Desde la de Eurípides a la de Brecht, pasando por la de Hölderlin, y desde Goethe a Kierkegaard pasando por Hegel, pocos mitos han inspirado tantas interpretaciones, variaciones y reelaboraciones como el de la hija de Edipo.
En la historia de Antígona, explicaba Steiner, se resumen cinco conflictos propios de la condición humana: el enfrentamiento entre hombres y mujeres; entre la senectud y la juventud; entre la sociedad y el individuo; entre los vivos y los muertos; entre los hombres y Dios (o los dioses).
Desde la experiencia de la guerra civil y el exilio, desde los años cuarenta, ese personaje se convierte en un referente constante del pensamiento de María Zambrano, que ya en 1948 hizo una primera aproximación al tema en su “Delirio de Antígona.” Ese es uno de los textos sobre la heroína trágica –entre ellos dos cuadernos inéditos- que recoge Cátedra Letras Hispánicas en La tumba de Antígona y otros textos sobre el personaje trágico, con edición de Virginia Trueba.
Además de los temas que enumeraba Steiner para explicar la enorme fecundidad de la figura de Antígona, en la obra de Sófocles vio María Zambrano una síntesis de poesía y conocimiento que se ajustaba a su concepción de la razón poética. Por eso afirmaba en el prólogo que esta tragedia es entre todas las que de este autor y de todos los demás conocemos la más cercana a la filosofía.
Y hay además otras razones añadidas que explican su interés por el personaje: la rebeldía del resistente, la guerra civil y la condición de exiliada, la angustia y la soledad esencial del personaje.
De manera que, por su sentido existencial o por su dimensión política, Antígona se convierte para María Zambrano en una figura viva y en un símbolo contemporáneo al que dedicó este ensayo de estructura dramática que publicó en 1967 y que, junto con Claros del bosque, es su obra más ambiciosa desde el punto de vista literario.
Pero en medio del desamparo del vencido, del abandono en la oscuridad y de ese no-lugar que define el territorio existencial del desterrado, aparece el sentido moral de Antígona, que nace del todo a la vida en un re-nacimiento que consiste en un nuevo proyecto vital construido con el sacrificio, la piedad y la conciencia, en un nuevo conocimiento poético en busca de la luz que surge de las sombras:
Pedíamos que nos dejaran dar. Porque llevábamos algo que allí, allá, donde fuera, no tenían; algo que no tienen los habitantes de ninguna ciudad, los establecidos; algo que solamente tiene el que ha sido arrancado de raíz, el errante, el que se encuentra un día sin nada bajo el cielo y sin tierra; el que ha sentido el peso del cielo sin tierra que lo sostenga.
En todas las voces sobre las que se vertebran las doce escenas de su estructura dramática suena el eco del pensamiento de María Zambrano, en un viaje sin retorno al fondo de la conciencia a través de la palabra y sobre todo de la escucha, que en su pensamiento filosófico tiene, como en Heidegger, más importancia que el decir, como explica Virginia Trueba en un excelente estudio que ocupa la mitad del volumen. Más que una mera introducción, es el mejor ensayo que conozco sobre La tumba de Antígona.
Por eso el motor esencial de la búsqueda de Antígona es la necesidad de saber y su centro es la palabra contra el poder injusto. Palabra que desde la conciencia se proyecta en una orquestación de voces y ecos, de sombras y de sueños, de metáforas y símbolos (la luz y el agua, la sangre y la piedra) alrededor de los dos monólogos de la protagonista –el personaje autor- que abren y cierran este libro imprescindible y central en la obra de María Zambrano.
Santos Domínguez