Maria Zef - Paola Drigo

Publicado el 23 septiembre 2016 por Rusta @RustaDevoradora

Edición:Periférica, 2016 (trad. Paula Caballero y Carmen Torres)Páginas:232ISBN:9788416291366Precio:18,00 €
La escritora Paola Drigo (Castelfranco Véneto, 1876 – Padua, 1938), influenciada por el verismo de Giovanni Verga (o, lo que es lo mismo, el realismo italiano del siglo XIX) y coetánea de la premio Nobel Grazia Deledda, permanecía inédita en castellano hasta la traducción de Maria Zef, una novela publicada en 1936 que ha sido adaptada dos veces al cine y se considera una pequeña obra maestra de las letras italianas. En ella, destacan dos claves de su narrativa: la localización en el Véneto rural, su tierra natal, y los personajes femeninos, mujeres que se enfrentan a una sociedad patriarcal opresiva. La protagonista de este libro, Maria Zef —llamada Mariutine en su forma dialectal—, es una muchacha que viaja de pueblo en pueblo junto a su madre y su hermana pequeña. Son vendedoras ambulantes que llevan a cuestas el pesado carromato en el que trasladan sus baratijas. A pesar de su situación, Mariutine no pierde el buen humor y, mientras recorre las ciudades, canta tonadillas en dialecto que embelesan a los lugareños. Sin embargo, la muerte de la madre cambia su suerte y deja a las hermanas desamparadas.Después de pasar unos meses en un convento, las hermanas, huérfanas de padre y madre, se instalan con su tío Barbe Zef en una cabaña perdida en el monte. Son los más pobres de entre los pobres, pero Mariutine no se deja vencer por la autocompasión. Es, como buena mujer de campo, una chica curtida, criada en la escasez, en el no quejarse, en resistir cualquier padecimiento con estoicismo, como una mártir cristiana. Si antes cargaba con el peso del carro, ahora se hace responsable de la subsistencia de los tres. No obstante, la novela dista mucho de ser una historia amable: con la peripecia de Maria Zef, una joven de comportamiento intachable según los valores de la época, Paola Drigo critica la desprotección de las mujeres pobres en la montaña. Las únicas opciones de Mariutine son permanecer en la cabaña, a cargo de la familia, o marcharse a servir a una casa del pueblo. En ningún caso puede apostar por su propia independencia. La desprotección de las mujeres tiene mucho que ver con las carencias en su educación, no ya en la escuela, que está fuera del alcance de las niñas pobres, sino la educación que se transmite de madre a hija. Mariutine es disciplinada y muy apañada en los quehaceres domésticos —una educación de las tareas del hogar y el campo, suficiente para subsistir en un sentido fisiológico—; ahora bien, se revela terriblemente ingenua en las relaciones con los hombres. Nadie le ha hablado del sexo, de cómo protegerse ante las malas intenciones. Mariutine es como una predecesora campestre y empobrecida de las protagonistas de Natalia Ginzburg, con Anna de Todos nuestros ayeres a la cabeza (1952), unas mujeres que han recibido una educación que anula su conciencia del yo, de su placer, de sus deseos, mujeres que se marchitan al soportar el dolor sin ser capaces de rebelarse. Si en las primeras páginas conocimos a una Mariutine alegre y cantarina, con el paso del tiempo deja de cantar, y su mutismo se convierte en el símbolo de su voz silenciada.La autora aborda asimismo otro conflicto inherente a la montaña: el aislamiento. Las hermanas pasan de recorrer caminos a mantener una vivienda fija en un lugar remoto. Aunque la mayor está acostumbrada al silencio y la frialdad por su madre —otra mujer aguerrida que se hizo fuerte porque no le quedó otro remedio—, con el tío las cosas empeoran: Barbe Zef, un ermitaño huraño y tosco, no facilita la convivencia. Mariutine sufre la soledad, el miedo. Se hace adulta aprendiendo a descifrar su entorno en silencio, haciéndose responsable de los demás sin preguntar. En cierta ocasión, visita a una anciana (una persona marginal, como ella): este encuentro pone de manifiesto la necesidad de un referente femenino, de una cómplice con quien hablar. El campo, como en las novelas de Cesare Pavese, se concibe como un espacio hostil, marcado por el embrutecimiento, la perversión, el alcohol y la miseria, donde los trapos sucios pueden esconderse y los débiles se vuelven más débiles todavía. Con respecto a la narrativa que sugiere idílicos regresos al campo, Paola Drigo recuerda los atractivos de la civilización urbana para los más humildes: la comunicación, el acceso a la sanidad y la educación, la posibilidad de un trabajo remunerado o la protección que no se tiene a la intemperie.

Paola Drigo

La protagonista solo tiene una esperanza: el regreso de un chico, campesino como ella, que se marchó a Argentina en busca de oportunidades y le prometió volver. La relación entre ambos, como todo en la montaña, estuvo marcada por el silencio. Paola Drigo es una narradora precisa y sutil, que mediante una tercera persona centrada en Mariutine deja que el lector deduzca las palabras que nunca se han pronunciado, los sentimientos que nunca se han expresado (el desasosiego, la angustia, las dudas). Desde el realismo, los hechos se observan como un espectador; el lector se convierte en testigo sin entrar en la mente de los personajes. Es un trabajo de contención impecable, mostrar sin contar de forma explícita, con una gran pulcritud. La novela crece a medida que Mariutine, sin prisa pero sin pausa, toma decisiones para salir de esta jaula. El texto, muy ameno, está salpicado del dialecto de la zona en los diálogos y los apodos, que por momentos puede sonar un tanto anticuado. En suma, Maria Zef puede leerse como una fábula rural sobre una huérfana que lucha por salir adelante en las peores circunstancias. Eso sí, una fábula tremendamente cruel, puesto que su gracia está en cuestionar los valores establecidos.Imágenes de la película basada en la obra (Maria Zef, 1981), dirigida por Vittorio Cottafavi.