Maridaje poético: Safo + Huidobro

Publicado el 08 junio 2016 por Libros Prohibidos @Librosprohibi2

Autor: Safo / Vicente Huidobro
Título: Poemas y fragmentos / Altazor
Idioma original: Griego clásico / Español
Año: ~600 a.C. / 1931
Editorial: Hiperión (2008) / Visor (2008)
Traducción: Juan Manuel Rodríguez Tobal / —-
Género: Poesía
Valoración: Así sí / Así sí

La mezcla de ingredientes de lo más dispares ha producido siempre grandes platos, recetas inolvidables. Si funciona con la comida, ¿por qué no iba a funcionar con los libros? ¡Maridemos poesía! ¡¡Viva el aliño literario!!

Sugerencias del chef: Grecia con Vanguardias.

Cualquier experiencia culinaria comienza siempre en un mercado: alguien enfrentándose a la duda de qué verdura comprar. Con la experiencia lectora suele pasar lo mismo: empieza en la tienda de libros (o en Amazon, hoy en día). Algunos años antes de que Amazon dominara el mundo, un profesor nos había mandado leer Poemas y fragmentos de Safo y yo me enfrenté a la decisión de comprar el libro o leer un ejemplar de la biblioteca. Con una larga lista de libros que comprar para todo un curso, Safo tendría, en principio, todas las de perder: ¿qué puede aportar a un joven del s. XXI, desconocedor de la lengua y la cultura griegas, una poetisa de hace unos 2600 años cuyos poemas, además, no se conservan enteros, quedando reducidos a fragmentos o versos sueltos? La fragmentariedad es fundamental, pues no se enfrenta un lector de la misma manera a una obra que en la primera hojeada aparenta estar compuesta de breves pinceladas que a otra que presenta largas tiradas de versos.

Pese a los factores en contra, me decidí por la compra del libro, quizás por la curiosidad de ver si los prejuicios se cumplían. Resultó cierto que la distancia histórica y cultural entre la autora y el lector es enorme, con continuas referencias mitológicas y con una clara relación entre la religión y la vida cotidiana. También es cierto que el carácter fragmentario de la obra puede descolocar al lector, que quizás se sorprenda al abrir el libro y encontrar que lo único conservado de un poema es, por ejemplo, “Pero pienso que alguno aún me recordará…”. Y, sin embargo, es igualmente cierto que el hecho de que sólo haya llegado hasta nosotros este verso suelto parece potenciar su capacidad evocadora: podría decirse que los puntos suspensivos y todo el espacio en blanco de la página (¡buena elección del editor!) invitan al lector a rellenar con su imaginación el resto del poema perdido. Y es cierto, también, que la aparente distancia entre la autora y el lector pueden incrementar la atracción de éste por la obra, al presentarle una visión de la realidad y una voz poética totalmente desconocidas para él.

Por estas razones me compré el libro; pero tras una primera lectura parcial en casa, tuve que replanteármelas: ¿estaba realmente ante algo tan desconocido para mí? ¿No había leído ya en algún lugar esa inquietud por no ser olvidado (“Pero pienso que alguno aún me recordará…”)? ¿Nunca había sentido yo que “Me estremece de nuevo desatador, / agridulce alimaña invencible, Amor”, o que “…me ha agitado Amor los sentidos / como en el monte se arroja a los pinos el viento”? ¿Acaso esa concepción del deseo como motor de la vida y de la creación poética, tan clara en Safo, no me recordaba, por ejemplo, a la de mi querido Cernuda? De este modo, la percepción inicial de enfrentarme a un abismo de 2600 años se transformó en sorpresa por haberme encontrado con el origen de esos 2600 años de tradición lírica. Y no sólo en los aspectos temáticos, sino también en algunos formales, como muchas metáforas y asociaciones simbólicas que se han mantenido inalteradas a lo largo de los siglos, o como esa marcada voz poética de un “yo” que se dirige a un “tú”, ya sea de forma íntima para confesar su amor o para alabar su belleza, o en forma de reproche, fruto de un amor no correspondido.

Es innegable que esta cercanía de la poesía de Safo con el lector actual puede incrementarse a través de una breve documentación previa sobre la época y el ambiente en los que se escribió. Aunque no sea estrictamente necesaria para empatizar con los sentimientos de la poeta, esa documentación (perfectamente resumida en las cuatro páginas de ‘nota preliminar’ de la edición de Hiperión) sí ayuda a entender algunos elementos culturales como la indivisibilidad entre poesía, música y religión (“¡Habla, lira divinia, y de cantar no dejes…!”), la continua y particular visión de la naturaleza, o la vinculación de la poesía de Safo con la enseñanza. Todo un polígono poético delimitado por los vértices amor, naturaleza, religión, música, aprendizaje y rito, que refleja una constante reflexión sobre y desde la feminidad, y que no puede ser resumido mejor que con los tres únicos versos conservados de este poema: “…así las cretenses con pies delicados / en torno al altar hermoso bailaban / buscando la dulce flor de la pradera…”.

La fragmentariedad de algunos de los poemas de Safo, de los que se han perdido palabras o versos sueltos, dificultando la comprensión del poema como un todo, me recordó a Altazor de Vicente Huidobro, que en mi memoria era una obra vanguardista, oscura y de difícil comprensión, con versos que no parecían estar conectados con los adyacentes, dando como resultado una fragmentariedad similar a la de Safo, aunque voluntaria. Pero si son importantes las primeras lecturas, hojeando en la librería, no lo son menos las relecturas. Así que, animado por aquel recuerdo, tras dejar a Safo en la estantería cogí Altazor. Para mi sorpresa, en una obra compuesta por siete cantos y un prefacio, mi idea de fragmentación sólo era aplicable a los cantos VI y VII, apenas diez páginas, por lo que mi recuerdo de oscuridad y abstracción se fue diluyendo durante la nueva lectura. Aunque, por un lado, confirmé mi idea anterior de que Altazor tiene una clara intención innovadora (ya desde el propio título, neologismo que descoloca al lector antes de abrir el libro), por otro lado, fui encontrando una nueva dimensión de la obra, casi filosófica, a través de los pensamientos de Altazor, el protagonista, sobre la muerte, el amor, el paso del tiempo o la propia literatura. No creo que una de las dos lecturas sea más válida, y quizás la combinación de ambas dé una mejor idea general de la obra: una reflexión poética sobre la poesía, la palabra, como forma y significado.

Altazor, como la poesía de Safo, está dominado por la voz de un “yo” que se presenta a sí mismo en el Prefacio en prosa y que va a ir “cayendo, cayendo”. También aparece habitualmente un “tú” (concretizado en lo femenino, “la mujer”), al que Altazor se dirige en el canto II en tono de admiración y deseo, como también ocurría en Safo. A lo largo de su caída (“como la pluma que se cae de un pájaro en la noche”, en paralelo con aquel fragmento de Safo “…y su corazón se les queda frío / y sus alas dejan caer…”), Altazor va viendo todo el universo, incluido él mismo (“sin miedo al fondo de la sombra / Sin miedo al enigma de ti mismo /(…)/ Cae al fondo del infinito / Cae al fondo de ti mismo”), lo que hace pensar en la obra como una suerte de segunda oportunidad, de vuelta a empezar. El re-nacimiento sugerido al comienzo del Prefacio: “Nací a los treinta y tres años”. Efectivamente, el canto I está impregnado de un tono de cansancio, de hastío de lo anterior y, al mismo tiempo, lleno de voluntad de cambio, de innovación (“Todo es nuevo cuando se mira con ojos nuevos”), un cambio que se irá plasmando en los cantos sucesivos.

El libro comienza en prosa, poética pero con una importante carga narrativa, contando las peripecias del comienzo del viaje-caída de Altazor, y acaba en el canto VII con una poesía que ha prescindido ya de las palabras y de su significado predeterminado, creando otras nuevas basándose únicamente en su sonido y en las etéreas connotaciones significativas que éste pueda sugerir al lector. He aquí “lo nuevo” que buscaba Altazor. Porque la reflexión y la búsqueda que plantea el argumento atañen al universo, a la realidad, al propio Altazor, pero están concretizadas en la poesía, en la palabra. En el canto I hay una premonición de lo que va a ocurrir, de lo que el lector va a presenciar, presentando a “la palabra herida” y dejando claro que “Altazor desconfía de las palabras”, de sus significados ya agotados y de las antiguas uniones entre ellas. Altazor en su recorrido entre el prefacio y el cántico VII irá matando a esa “palabra herida”, única forma de dar paso a su nuevo lenguaje anhelado. Para ello se vale del vanguardista Vicente Huidobro y de su facilidad para la creación de asociaciones de ideas tan novedosas y sorprendentes como sugerentes e iluminadoras, utilizando el juego como principal herramienta literaria: “Y puesto que debemos vivir y no nos suicidamos / Mientras vivamos juguemos”. El uso aparentemente lúdico del lenguaje se convierte en Altazor en auténtica investigación sobre el significado.

¿Permanece algo, entonces, del lenguaje poético a lo largo de su lenta muerte en la obra? Sí, al igual que algo siempre permanece de los poemas de Safo pese a su erosión. En Altazor permanece el sonido (la lira de Safo) en las constantes aliteraciones y rimas y, sobre todo, en el ritmo, esqueleto y motor de la obra, que continúa incluso cuando el lenguaje convencional ha desaparecido. En la poesía, parecen querer decirnos Safo y Huidobro, se puede prescindir de algunos fragmentos, de versos o de estrofas y hasta de las propias palabras del lenguaje común, pero lo verdaderamente imprescindible es el maravilloso juego de la creación de ritmos a partir de los sonidos.

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