Marina et la langue de l'amour - #AdoptaUnaAutora6

Publicado el 20 julio 2017 por Elpajaroverde
Querido Rainer:
Dice Goethe en alguna parte que no se puede crear nada importante en una lengua extranjera - y a mí siempre me pareció que no era verdad. (Goethe en conjunto siempre parece acertado, solo es válido como una suma, por eso estoy siendo injusta con él.)
La poesía ya es una traducción de la lengua materna - a otra, sea esta el francés o el alemán, da lo mismo. Ninguna lengua es lengua materna. Crear versos significa traducir. Por eso no comprendo que se hable de poetas franceses o rusos u otros. Un poeta puede escribir en francés, pero no puede ser un poeta francés. Es ridículo.
Yo no soy un poeta ruso y siempre me asombro cuando me consideran o me ven como tal. Te conviertes en poeta (¡si es posible convertirse en poeta, si no se es de antemano!) para no ser ni francés ni ruso, etcétera, para ser todo. O, dicho de otro modo: se es poeta porque no se es francés. La nacionalidad es in- y reclusión. [...]
Pero cada lengua tiene algo que solo le pertenece a ella, que es ella. Por eso suenas distinto en francés...
Así se expresa Marina Tsvietáieva en una carta dirigida a Rainer Maria Rilke fechada el 6 de julio de 1926. Son los propios poemas del poeta austriaco escritos en francés y recogidos en su libro Vergers los que afloran en Marina estas reflexiones. En una carta posterior dirigida a otro destinatario y que data de principios de 1932, momento en el que Marina se propone traducir al francés la prosa epistolar precisamente de Rilke, proyecto que finalmente no pudo llevarse a cabo, escribe lo siguiente:
"Conozco a Rilke y su lenguaje desde dentro, de modo que lo haré mejor que nadie. Para traducir a un poeta (a cualquiera, ya no digamos ¡a este!), y para traducir la prosa de un poeta, que es - de un género muy particular, hay que ser poeta. Nadie más puede ni debe hacerlo".
Fueron precisamente los poemas franceses de Rilke los que animaron a Marina, que por aquel entonces se encontraba ya exiliada en Francia, a emprender varias traducciones de grandes poetas al francés, lengua que, junto al alemán, dominaba a la perfección. Acometió también traducciones de textos de su propia autoría e incluso llegó a escribir alguno originalmente en francés.

Marina Tsvietáieva. Autor desconocido.

Existen dos textos suyos escritos en esta lengua sobre los que la propia Marina manifestó el deseo de ver publicados juntos. Tal vez ella entendiera que en ellos quedaba retratada la trampa que supone el amor: en uno de ellos la del amor de una mujer por un hombre y, en el otro, la de una mujer por otra mujer, o ser femenino, como a ella le gustaba decir.
El primero de los textos se trata en realidad de una traducción al francés a modo de pequeña novela epistolar de las cartas que Tsvietáieva le envía a Abram Vishniak, editor de la Casa Helikon, una de las editoriales rusas que existían por aquel entonces fuera de la Unión Soviética. Se conocen en 1922 durante el breve paso de Marina por Berlín previo a su estancia en Praga. La poeta rusa inicia así uno de sus idilios cerebrales de los que ya hemos hablado en otras entradas y que se sucederán a lo largo de su vida: arrolladora pasión (casi nunca trascendente al plano de lo físico), gran decepción que la sume en la desesperación y, finalmente, la ignorancia y el olvido. Recurrente es la anécdota, al hablar sobre estos comportamientos cíclicos de Marina, y que podemos conocer de primera mano en este texto, en la que se narra cómo al encontrarse con el editor años después en una fiesta de nochevieja e ir éste a saludarla, ella no le reconoce e incluso insiste en que antes él llevaba bigotes, cosa incierta. Para la rusa ese olvido es algo natural que inevitablemente ha de ser así. Escribe sobre ello de la siguiente manera:
"Mi olvido total y mi desconocimiento absoluto de hoy no son más que tu presencia absoluta y mi absorción total de ayer.
Tanto cuanto fuiste ayer, - no eres hoy. La absoluta presencia, pero al revés. Lo absoluto no puede ser más que absoluto. Una presencia semejante no puede convertirse sino en una ausencia absoluta. Todo - ayer: nada - hoy.
Mi olvido total y mi desconocimiento absoluto no son sino el eco (¡reforzado!) del olvido y del desconocimiento suyos - que me reconozca o no en la calle, que pregunte por mí o no.
Si usted no me olvida como yo lo olvido a usted, es porque no me ha padecido como yo lo padecí. Si no me olvida absolutamente, es porque no hay nada absoluto en usted, ni siquiera la indiferencia. Si terminé por no reconocerlo, usted jamás comenzó a conocerme. Si terminé por olvidarlo, usted ni siquiera me tuvo suficientemente dentro de usted como para olvidarme. ¿Qué es olvidar a un ser? Es olvidar lo que se ha sufrido.
Para que yo, que ayer no conocí a nadie más que a usted, pueda hoy no reconocerlo, fue necesario justamente que ayer no conociera a nadie más que a usted. Mi olvido no es más que otro título de nobleza. Un certificado de su valor pasado".
El texto original en ruso, que lamentablemente se ha perdido, llevaba por título Nueve cartas con una décima retenida y una onceava recibida. De las diez cartas que Tsvietáieva le envía a Vishniak, éste le devuelve nueve y se queda una para sí. Marina sólo recibe a cambio una suya. Años después las reescribe en francés bajo el título de Noches florentinas, por ser ése el título de la novela de Heinrich Heine que propició la relación entre ambos.
Toda la correspondencia es un torrente de sentimientos desatados de Marina hacia Vishniak. Ama sin exigir y, a la vez, exige. Porque no tolera que la amen a medias o que amen una idealización o una invención de ella. Por otra parte, también protege. Se sabe desmesurada e intenta no golpear con su dolor a su corresponsal pero no siempre es capaz (y, en ocasiones, tampoco quiere) de evitar expresar su despecho y desesperación.
Hay declaraciones absolutamente hermosas. A las palabras de ternura que le dedica Vishniak y también a algunas propias las llama "palabras-palma de la mano". Invoca una y otra vez a la noche y a la fase de duermevela como la hora propicia para la comunicación con el amado  "porque es en ese momento cuando las almas  están menos armadas, más amables. ("Semi-sueño... desarme de almas"...)".

Pavillon at 20 Rue Jacob. Fotografía de Eugène Atget. Reproducción de Baptiste Essevaz-Roulet.


Precisamente, lamenta las ocasiones en las que no tiene luz por la noche para poder escribirle y la inmediata consecuencia de tener en su lugar que robar horas a la mañana. Recordemos que la dedicación a la casa y a la familia ocupaba casi todo el día de la poeta y que ésta aprovechaba las horas tempranas, cuando todos dormían, para escribir.  Ya hemos señalado en ocasiones que Marina vivía a través de la escritura, sin embargo, en algunas de estas cartas parece detectarse un deseo (o necesidad) de vivir más allá de ésta.
"Sin usted puedo. No soy ni niña ni mujer; prescindo de muñecas y de hombres. Puedo sin todos. Pero es acaso la primera vez que quisiera no poder." 
"Vivir, es tallar e infaliblemente fallar y luego remendar - y nada se sostiene (y nada tienes, y no se tiene apego a nada) - perdóneme este triste y grave juego de palabras. Desde que trato de vivir, me siento como una miserable y mediocre cosedora que no hará jamás cosas bellas, que no sabe más que estropear y herirse, y que abandonando todo: tijeras, jirones, bobinas, se pone a cantar. Delante del cristal de la ventana, allí en donde llueve por la eternidad."
Pero este intento de anhelo de materializar la relación es un simple espejismo. Ella es plenamente consciente de que su pasión amorosa se sostiene sobre sus propias cartas y lo deja patente en frases como éstas:
"¡Y pensar que si estuviéramos juntos no supiera nada de lo que acabo de enseñarle!
¡Cómo todo se encuentra cuando uno se separa! ¡Cómo todo se une cuando se está lejos!"
Por eso le insta a que la escriba:
"¡Escríbeme!, escríbeme. Dormiré con tu carta. Necesito algo vivo de ti."
No es ninguna ingenua y es conocedora de que el alimento de su alma (y, por tanto, de su escritura) son los amores imposibles. En una nota al margen de una de las cartas llega a escribir lo siguiente:
""La esperanza tiene alas". Las mías, son piedras sobre el corazón: deseos, que sin haber tenido el tiempo de llegar a ser esperanzas, fueron de súbito, por adelantado, desesperanzas, pesos ¡pesos pesados!
¡Concédame Dios no esperar jamás nada para mí!"
Y ni espera de ella ni espera de él. "Es siempre el mismo usted el que no viene hacia la misma yo que siempre espera", le escribe a Vishniak. Sabe que su amor está condenado al fracaso de antemano.
Él la ama sólo por sus versos. Marina se lamenta de que siempre sucede así: o la aman por sus versos o aman sus versos por ella, pero nadie sabe ver que son una misma cosa, un mismo ente de fuerza sin igual. Ella tampoco quiere aparentar lo que no es, ni usar ardides ni tretas como hacen otras mujeres. Asimismo, en cierta medida, se considera inasible. El mundo que habita Marina es inhabitable para el resto de los mortales. Tan sólo podemos acercarnos a sus inmediaciones leyéndola.
"Pero si piensa en mí por sí solo, sepa que no me lleva a ninguna parte, que ya he sido llevada de todos los lugares del mundo - y por mi propia cuenta - hacia uno solo, al que no llego nunca (¡Qué cobardía, decirle todo esto!) Y para ser absolutamente precisa, para no dejar pesar sobre usted - ni siquiera una sombra de responsabilidad: ¡nací llevada!"

Amazona Natalie. Serie: los nombres de los visitantes de grandes mujeres.
Ilustración de Nadezhda Sayapina.


Para Marina, Vishniak es un coleccionista de versos y de autógrafos. Ambos aman la poesía, pero la aman desde perspectivas diferentes y, especialmente, con implicaciones distintas. Ella le insta (casi le regaña) a que comparta su misma visión y se entregue en absoluto a la poesía. Sus declaraciones al respecto no tienen desperdicio:
"Usted ama la poesía - ni siquiera como a las flores, la ama como a los perfumes: un pacer al cual se puede renunciar. Pero ¿acaso le dilata el alma? El dolor, ¿qué es en su vida? (En la mía - todo). ¡Amado mío! si fuese irremediablemente así, durante todos los días de su vida, no se lo diría hoy, como no se dice nada a un poeta cuyos versos son todos igualmente nulos. Pero ¡aún creo en usted! Lo que le deseo es el dolor; - no el dolor brutal que golpea a garrotazos y nos hace asnos o muertos, sino aquél que hace de nuestras venas cuerda de viola, el otro - ¡el arco! Y que usted le someta todo su ser. Que viva en él, que se abrigue en él con toda libertad, que le conceda plena libertad en usted, todo el espacio del placer que hay en usted, que no le arregle cuentas con estas palabras (eternamente masculinas): "no quiero, eso duele". Que usted, que no es más que piel (la superficie profunda que es su piel) a ciertas horas se prive de la piel. Desollado, pero al vivo."
Esta idea de gratificarse en cierto tipo de dolor concuerda con su carácter estoico y su gran capacidad de sacrificio y de darse a los demás. Marina ha "preferido siempre dar que quitar, dar - que recibir, dar - que tener." "Porque cuanto más damos, más nos queda; cuando lo prodigamos -¡todo afluye! Desangrémonos - y henos aquí fuente viva."
Y esto nos enlaza también con su idea sobre la renuncia con la que comienza el otro texto al que hacía mención casi al inicio de esta entrada.
"Renunciar: esto es lo que ustedes llaman una virtud burguesa; burguesa o no, es el resorte principal de mis actos. ¿Resorte? - ¿la renuncia? Sí, porque la inhibición de una fuerza exige un esfuerzo infinitamente más arduo que su libre expresión, - que ésta, no exige ninguno. En ese sentido toda actividad natural es cosa pasiva, como toda pasividad obtenida - es actividad (desahogo, - resignación, inhibición - acción). ¿Qué es más difícil, retener un caballo o dejarlo correr? Y puesto que el caballo que retenemos somos nosotros mismos; de las dos cosas: ¿cuál es más penosa: retenerse o dejar actuar nuestra fuerza? ¿Respirar o no respirar? ¿Se acuerda de aquel juego de niños en el que todo el mérito lo tenía aquél que aguantaba más tiempo asfixiándose en un baúl? Juego cruel y poco burgués.
¿Actuar? Dejarse llevar. Cada vez que renuncio me da la sensación de un terremoto dentro de mí. Soy yo - la tierra que tiembla. ¿Renuncia? Lucha petrificada."

Natalie Clifford Barney entre 1890 y 1910.
Fotografía de Frances Benjamin Johnston.

Tras unos breves párrafos dirigidos personalmente a Natalie Clifford-Barney, estas son las primeras palabras de  Carta a la Amazona, texto en este caso escrito originariamente en francés. Marina lo escribe en 1932 (y lo revisa en 1934) como respuesta a Pensamientos de una Amazona de la citada Natalie Barney. Barney era una millonaria norteamericana afincada en París y abanderada del lesbianismo que recibía a lo más granado de la intelectualidad parisina en su salón literario en el 20 de la rue Jacob. Marina, que dada la precariedad económica en la que vivía residía en los suburbios parisinos, se mantenía alejada de esos círculos. Fue por mediación de su amiga Elena Izvolskaya, muy relacionada con ese mundo, que es invitada a leer su propia versión francesa de su poema Los muchachos. El poema en cuestión redunda en el tema del sacrificio por parte de la mujer, aspecto que no gustó a este círculo de mujeres. Unido esto a la complejidad de los versos de Tsvietáieva, no puede considerarse la velada de exitosa, precisamente. 
Marina levanta las reflexiones que conforman su Carta a la Amazona en algo que Natalie Barney, en su propio texto antes citado, "menciona sin cesar. Le concede en frecuencia lo que le resta en importancia, lo siembra aquí y allá": el Niño. A la sentencia de la americana "Los amantes no tienen hijos", Marina responde que es cierto, pero mueren. "Mueren - o es el amor el que muere [...] El amor es por sí mismo infancia. Los amantes son niños. Los niños no tienen hijos. [...] No se puede vivir de amor. La única cosa que sobrevive al amor, es el Hijo". Alude no sólo al deseo de las mujeres de tener un hijo del amado sino a aquellas otras que desean emprender la maternidad en solitario, y entra de lleno en las relaciones homosexuales entre mujeres, aquellas en las que el deseo de ser madre "es el único punto fallido, el único atacable, la única brecha en esa entidad perfecta que son dos mujeres que se aman. Lo imposible - no es resistir a la tentación del hombre, sino a la necesidad de hijo." "Porque el Niño es un haber innato, está en nosotros antes del amor, antes del amante". En su exposición hay también lugar para las excepciones:
"Omito el caso excepcional: la mujer no maternal. Omito también el caso banal: la muchacha depravada, por instinto o por moda: el ente, siempre desdeñable, del placer.Omito, también, el caso raro del alma en pena, aquélla que en el amor busca el alma, - predestinada a la mujer.Y la gran enamorada, aquélla que en el amor busca el amor y toma el bien donde lo encuentre.Y el caso médico.Tomo el caso normal, el caso natural y vital de un ser femenino joven que teme al hombre, va hacia la mujer y desea un niño. El ser que entre lo extranjero, lo indiferente, es decir, el enemigo-revelador, y la amada represora, termina por escoger al enemigo.Quien prefiere tener un hijo en vez de amar.Quien prefiere amar a su hijo que al amor." 
Distingue el caso que expone de aquel otro protagonizado por una pareja heterosexual en la que el hombre sufre de esterilidad. "¿Es acaso una razón para dejarlo?", se pregunta en referencia al hombre en cuestión. He aquí su respuesta.
"Un caso de excepción no puede ser comparado a una ley sin excepción. Es toda la raza, toda la causa, toda la cosa la que estará condenada en cada caso de amor entre mujeres.
Dejar al infecundo por su hermano fecundo es diferente a dejar a la eterna infecunda por el enemigo eternamente fecundo. Allí no digo adiós sino a un hombre; aquí digo adiós a toda la raza, a toda la causa, a todas las mujeres en una sola.
No cambiar sólo de objeto (...). Cambiar de orilla y de mundo."
 

Sofía Yákovlevna. Parnok.
Autor desconocido.

No obedecen las reflexiones de Marina a mandatos de la Iglesia ni del Estado. Ella no lo toleraría ni se sometería. Pero sí escucha y obedece a la naturaleza, esa cuyas "aguas, los aires, las montañas, lo árboles nos han sido otorgados para comprender el alma de los humanos, tan profundamente escondida". Y "la naturaleza dice: no. Al prohibírnoslo se defiende a sí misma."
Marina ilustra sus ideas recurriendo a la relación entre dos mujeres, dos hermanas, una joven y otra mayor. Y explica la caída en el error de esta manera tan hermosa:
"Es una trampa del alma. Cayendo en los brazos de una mujer mayor que ella, no cae ni en la trampa de la naturaleza, ni en la de la amada, que muchas veces es vista como seductora, cazadora, rapaz, y hasta - vampiresa, mientras se trata, casi siempre, de un ser amargo y noble, cuyo único crimen es el de "ver llegar", y digámoslo de una vez, - el de ver partir. La jovencita cae en la trampa del alma. Ella quiere amar - pero..., le gustaría - sí... y hela en los brazos de la otra, la cabeza contra el pecho, allí en donde reside el alma.¿Rechazarla? Pidámoselo a los hombres, viejos y jóvenes." 
La poeta incide en el hecho (sentimiento) del abandono y nos muestra al ser abandonado, en este caso la mujer mayor, como un ser de notable dignidad aun en las condiciones más adversas, conducta que recuerda mucho a la propia Tsvietáieva.
Conviene recordar algún aspecto autobiográfico de la firmante de esta Carta a la Amazona que, si bien no es coincidente con lo en ella relatado, sí nos puede alejar de caer en la trampa de considerar su texto o su pensamiento homófobos.
La propia Marina mantuvo relaciones homosexuales (y las mantuvo ya antes de escribir esta prosa). Dos de sus más ilustres partenaires en el plano afectivo fueron la poeta y traductora rusa Sofía Parnok y la actriz Sonetchka Holliday. Ambas, como era habitual en sus relaciones, inspiraron algunas de sus obras (en el caso de Sonetchka la que es considerada una de sus mejores obras en prosa). La relación con Sofía Parnok, más concretamente el término de la relación, fue devastadora para Marina. Fue una de las pocas ocasiones en las que sus idilios saltaron al plano de lo carnal. En este caso la abandonada es ella, que era la más joven, y Sofía no la abandona para cumplir el deseo de ser madre sino que la deja por otra mujer. Cabe recordar también que la propia Marina tuvo tres hijos y que cuando conoció a Sofía ya había dado a luz a su hija mayor. No se corresponde, pues, esta relación con la retratada en la carta que inspira el texto de Natalie Barney, pero sí nos señala que las ideas de Marina al respecto no provienen de afuera sino que ha vivido en propias carnes la situación.
Marina no reniega del amor entre mujeres ni lo considera impuro o grotesco, tan solo piensa, por la razón que ha expuesto, que son relaciones condenadas al fracaso. En esto no difiere demasiado de su consideración respecto al amor entre un hombre y una mujer. Tal vez, sin poder renunciar a él, su concepción del amor se corresponda con la fatalidad. Recordemos que, excepto su eterna admiración por un Rilke ya ausente y su, aunque en los últimos años ya enfriada, amistad con Borís Pasternak (y sin contar a sus hijos y a su hermana, por supuesto) prácticamente el único afecto constante en su vida fue su marido Sergei Efrón. Y fue la suya una relación cuyo amor pasional se esfumó a los pocos años de conocerse y que se mantuvo por el profundo sentimiento de lealtad y protección que Marina sentía hacia su esposo.
Termino aquí esta sexta entrada para el proyecto Adopta una autora dedicada a demostrar que, como pensaba Marina Tsvietáieva, sí se puede crear algo importante en una lengua extranjera y que el idioma de un poeta trasciende las fronteras lingüísticas. Y no me resisto a despedirme de vosotros y a emplazaros para una próxima entrega sin dejaros un pequeño fragmento de la versión francesa precisamente de su poema Los muchachos, traducido al español (o recreado, como el gustó decir) para la edición española de Carta a la Amazona y otros escritos franceses por Severo Sarduy. Buen viaje y hasta la vista.
Cerca de la carretera

Mil y una gotas.Que me guarde quien me quieraLa milésima primeraUn trozo de tu retratopara el próximo contrato.Buen viaje y hasta otro rato.Que alguna esperanza existaPara futuras visitas.Buen viaje y hasta la vista.

Templo de la Amistad en el 20 de la Rue Jacob.
Fotografía de Eugène Atget. Reproducción de Baptiste Essevaz-Roulet.


Bibliografía:
Carta a la Amazona y otros escritos franceses. Marina Tsvietáieva. Introducción y traducción de Elizabeth Burgos. Epílogos de Hélène Cixous. Traducción de los poemas de Severo Sarduy. (Contiene: Noches florentinas (Nueve cartas, una décima retenida, más una undécima recibida); Carta a la Amazona; Poemas franceses). Hiperión, 1991. 190 páginas. ISBN: 84-7517-313-6.
Cartas del verano de 1926. Marina Tsvietáieva, Borís Pasternak y Rainer Maria Rilke. Traducción del ruso de Selma Ancira; traducción del alemán de Adan Kovacsics; traducción de los poemas por Selma Ancira y Francisco Segovia. Edición e introducción de Konstantín Azadovski, Evgueni Pasternak y Elena Pasternak. Minúscula, 2012. 435 páginas. ISBN: 978-84-95587-88-6.

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Infancia y familia de origen
Primeras lecturas: Aleksandr Pushkin
Diarios de la Revolución de 1917
Correspondencia entre Marina Tsvietáieva, Borís Pasternak y Rainer Maria Rilke

Ideas acerca de la poesía y la crítica

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