Marina: la voz dominando la oscuridad - #AdoptaUnaAutora8

Publicado el 23 octubre 2017 por Elpajaroverde
«Mi madre es muy extraña.
Mi madre no se parece en nada a una madre. Las madres siempre admiran a sus hijos y a los niños en general, pero a Marina no le gustan los niños pequeños.
Su pelo es castaño claro, rizado por los lados.
Tiene los ojos verdes, la nariz aguileña y los labios color rosado. Tiene una esbelta figura y unas manos que me gustan.
Su día preferido es el de la Anunciación. Mi madre es triste, rápida; le gusta la Poesía y la Música. Escribe versos. Es paciente, siempre lo soporta todo. Se enfada y ama. Siempre tiene que ir corriendo a algún lado. Tiene un gran corazón, una voz que acaricia y andares rápidos. Marina siempre lleva sortijas. Marina lee por la noche. Casi siempre hay una chispa de malicia en sus ojos. No le gusta que la acosen a preguntas  estúpidas, cuando eso ocurre se enfada mucho.
A veces anda como si estuviera perdida, y de pronto parece como si despertara: se pone a hablar, y luego otra vez es como si se marchara a alguna parte».
Así describe Ariadna Efron a su madre, Marina Tsvietáieva, en diciembre de 1918; así queda constancia de ello en uno de sus cuadernos de infancia. Cuenta solo seis años cuando escribe estas líneas. Sorprende su dominio del lenguaje, su capacidad de expresión y su perspicacia. Una niña precoz, podríamos pensar, como lo fue su madre; y también podríamos añadir a ese pensamiento la sensación de que, al igual que ocurrió con Marina, su progenitora tuvo mucho que ver en esa precocidad. Precisamente, en su libro Marina Tsvetáeva, mi madre, Ariadna nos regala, aún sin haberla conocido, un brillante análisis psicológico de la que fue su abuela materna. Pero no es, por mucho que me apetezca recrearme en esa compleja mujer llena de conflictos internos que fue Maria Mein, la madre de Marina la protagonista de esta octava entrada para Adopta una autora; será de la nieta de la primera e hija de la segunda, de su relación con su madre y de su visión de ésta, de las que se ocupen los siguientes párrafos.

Ariadna Efron en 1926

Por Alia (diminutivo de Ariadna) sentí fascinación desde que la conocí en Diarios de la Revolución de 1917, libro con el que descubrí a su madre. Me conquistó con diálogos como los que siguen, en los que queda patente no solo esa mencionada precocidad de la primogénita de Marina sino también la complicidad existente entre ambas:
«-Áliechka, ¡cuál debería ser la última palabra en La abuela? Su última palabra, - ¡más bien un suspiro! - con la que muere.
-¡Naturalmente - Amor!
-Bien, bien, muy bien, pero yo había pensado: Cupido.
Le explico la noción y la encarnación.
-Amor - es la noción, Cupido - la encarnación. La noción - es general, redonda; la encarnación - una arista, ¡hacia arriba! Todo en un punto. ¿Entiendes?
-¡Oh, Marina, lo he entendido!
-Entonces, dame un ejemplo.
-Tengo miedo de que no sea correcto. Ambos son demasiado etéreos.
-No importa, no importa, dímelo. Si no es correcto, te lo diré.
-La música - es la noción, la voz - la encarnación. (Pausa.) Y otro: la valentía - es la noción, la hazaña - la encarnación. - Marina, ¡qué extraño! La hazaña - es la noción, el héroe - la encarnación».
 
«-¡Alia! ¡Qué cosa espléndida - el sueño!
-Sí, Marina, - y también: ¡el baile!»
Comprenderéis la grata sorpresa que me llevé cuando, al indagar sobre la bibliografía a mi alcance para involucrarme en este proyecto, descubrí que Ariadna había escrito un libro sobre su madre. En él mezcla los apuntes de su infancia y sus reflexiones de adulta para desgranar sus primeros años de vida junto a Marina, a la que idolatraba y entorno a la cual giraba todo su mundo.
Cabría esperar, a la luz de lo esbozado hasta ahora, que la relación entre la poeta y la pequeña Alia fuera idílica. No fue así. Sin duda fue única y especial, pero el sustrato del que se alimentaría lo que las separaría a medida que la niña fuera cumpliendo años ya estaba presente en ambas. Marina no era complaciente ni prodigaba halagos vacíos y era exigente con aquellos que la rodeaban. Olvidaba a veces la corta edad de su hija y esperaba de ella razonamientos de los que incluso muchos adultos se mostraban incapaces. Ariadna recuerda una ocasión en la que Marina le narra el último concierto de una célebre cantante rusa. La juventud y la belleza ya la han abandonado, tan solo permanece en ella su virtuosa voz. A la sombra que queda de lo que fue solo han acudido a verla más sombras. Cuando éstas se van la cantante se queda a solas en el auditorio, su voz dominando la oscuridad. Cuando Marina se da cuenta de que Alia no ha entendido el relato más allá de su literalidad, la echa sin contemplaciones a su cuarto a jugar.
Este tipo de anécdotas son las que siembran los primeros recuerdos de Ariadna. Su infancia sí que tiene para ella tintes idílicos. Probablemente la arrolladora personalidad de su madre y el mundo propio que crean todos los niños le impidieron percibir las penurias pasadas en la Rusia revolucionaria, en la que madre e hija malvivieron en una buhardilla en la que todo estaba descuidado «menos [en palabras de la propia Alia] el alma». No hay palabras en su testimonio para su estancia en el orfanato, su padecimiento de Malaria ni para la muerte de su hermana; de hecho, a la pequeña Irina tan solo se refiere en un par de ocasiones y de forma tangencial. Sí las tiene para las ocasiones en las que acudió con su madre a recitales en el Palacio de las Artes. Recuerda especialmente las dos ocasiones en las que fueron a escuchar a Block, único poeta al que su madre consideraba superior a los demás y al que ni siquiera se atrevió a presentarse pues «sabía que los único encuentros que jamás decepcionan son los encuentros imaginarios».

Portada de la edición española del libro que reúne
los textos que Ariadna Efron escribió sobre su madre.

El binomio Marina-Alia es más fuerte aún si cabe debido a la ausencia del padre, en el exilio debido a su adhesión al Ejército Blanco durante la Revolución. Será el escritor y periodista Ilyá Grigórievich Ehrenburg quien consiga descubrir el paradero de  Serguei Efron y le entregue a Marina, en forma de carta, las primeras noticias suyas tras seis años de separación. En 1922, Marina y Alia parten rumbo a Berlín en donde se reunirán con Serguei, tomando luego la decisión de trasladarse a Praga.
La pensión de la Pragerplatz en la que se hospedan en Berlín es un punto de encuentro de personalidades provenientes de Rusia. Allí conocen al editor de Hélicon, con quien Marina vive uno de sus idilios cerebrales y del que os hablé en mi entrada Marina et la langue de l'amour. Atención a las observaciones de Alia respecto a esa relación. He aquí un fragmento de uno de sus cuadernos de aquella época:
«Hélicon siempre vive desgarrado entre la rutina cotidiana y las cosas del alma. La rutina cotidiana es el peso que lo mantiene sobre la tierra y sin el cual, según él, no tardaría en echarse a volar, como Andréi Bieli. Pero también es capaz de no estar desgarrado porque carece de alma: necesita tranquilidad, descanso, sueño y comodidades, que es precisamente lo que no da el alma.
Cuando Marina pasa por su oficina, se asemeja al Alma, que inquieta al individuo, lo priva de descanso y lo eleva hasta ella, en lugar de rebajarse ella hasta él. La amistad de Marina no se caracteriza por los mimos ni las buenas palabras sin más. A veces habla con la gente, convencida de que lo que dice le está haciendo bien, aunque ocurra lo contrario, Marina habla con Hélicon como lo haría un titán. Es para él tan incomprensible como el Polo Norte para un oriental, pero fascinante al mismo tiempo. Sus palabras le hacen sentir que en medio de las penosas ocupaciones cotidianas hay una lucecita de esperanza y algo que escapa de la mera rutina. Veo que Marina lo atrae como el sol, vuelve todo su ser arrugado al sol. Pero al mismo tiempo el sol está lejos, porque la esencia de Marina es el dominio de sí misma, con la mandíbula apretada, mientras que él es flexible y blando como una vaina de guisantes».
Ariadna aún no había cumplido los diez años cuando escribe esto. Incluso a la propia Marina las apreciaciones de su hija le parecen demasiado adultas y se ocupa, confiándola a una niñera, de devolverla a la infancia.
1922 es también el año en el que se inicia la relación epistolar entre Marina Tsvietáieva y Borís Pasternak, nuevamente por mediación de Ehernburg. Dichas misivas fueron ya objeto de una entrada anterior, pero en esa ocasión me centré más en el triángulo que ambos poetas formarían con Rainer Maria Rilke cuatro años después, por lo que no me resisto a ampliar aquí información, más aún cuando la propia Ariadna Efron recurre a ella para perfilarnos a su madre.

Serguei Efron

Ariadna nos cuenta las rutinas de Marina a la hora escribir. Destaca entre ellas la curiosidad de que no tachaba lo que había escrito y no le gustaba, sino que lo subrayaba para buscarle así alternativas. Nos cuenta que tenía una letra «muy original, redonda y clara» y que consideraba el no cuidarla un insulto al lector, cualquiera que éste fuera. Tan solo en los últimos años su letra se torna un tanto ilegible y plagada de abreviaturas, como si escribiese para sí misma. Incide, además, y en diferentes ocasiones, en la necesidad de lectores (de oídos) que tenía Marina; y es precisamente esa necesidad la que podría explicar la fuerte amistad que unió a Tsvietáieva y Pasternak. Borís era su oído, no necesitaba explicarle nada, siempre atento, siempre receptivo. Fantasearon y propusieron ambos poetas un encuentro, pero, en el fondo, Marina era reticente a ello. Así se lo explica a Borís:
«En cuanto a «la vida con usted...»: tengo una antigua y total incapacidad para vivir con alguien viviendo de él, para vivir de él viviendo con él.
¿Cómo vivir con un alma en un apartamento? En un bosque, quizá. En un tren, quizá [...]
Vivir -coexistir- «con él», sólo soy capaz de hacerlo en sueños. Y es maravilloso. Exactamente como en mi cuaderno».
La misma idea puede extraerse de la carta fechada el 14 de febrero de 1925 en el que Marina anuncia a Borís el nacimiento de su tercer hijo y le comunica el nombre elegido para él:
«¡Querido Borís! El domingo 1 de febrero, a mediodía, nació mi hijo Gueorgui. Fue Borís durante nueve meses dentro de mí y diez días en el mundo; pero Serioya [diminutivo de Serguei] deseaba -sin exigirlo- que se llamara Gueorgui, y cedí. Una vez tomada la decisión, sentí alivio.
¿Sabe qué sentimiento me atormentaba? Una inquietud, un malestar interior: introducirlo a usted, el Amor, en la familia, domesticar a un animal salvaje: ¡el Amor! Amaestrar a una pantera.
Sustraerlo a él a los míos, y entregarlo a usted a ellos. Hacer de usted un bien común, hacer de un ser salvaje un ser domesticado, una suerte de sobrino o de tío... No es una locura, sino un cálculo muy exacto».
Pero nos estamos adelantando en el tiempo. Aún quedan tres años para este acontecimiento. Volvamos a 1922 y avancemos hacia ese año de inflexión en la vida de la familia Efron que es 1925.
¿Qué recuerda Ariadna Efron de los tres años que vivió en Checoslovaquia? Recuerda las continuas mudanzas, recuerda las felices veladas con su padre leyendo mientras su madre y ella cosían, la complicidad reinante, que su padre y su madre se llamaban cariñosa y respectivamente león y lince y que así firmaban muchas veces, recuerda las fiestas organizadas para los niños. Y recuerda también su estancia en el internado de Moravská Třebovà.
Es el padre de Ariadna el que quiere que la pequeña Alia reciba instrucción; Marina compartía la anticuada opinión de que las niñas no necesitaban una educación, además, teme la separación. Así se lo hace saber por carta a una amiga en noviembre de 1923. Explica el origen de ese temor en la separación en 1920 de sus hijas cuando se ve obligada a dejarlas en un hospicio con el resultado de la enfermedad de la mayor y la muerte de la menor.

Marina Tsvietáieva en 1917.
Fotografía del pasaporte y firma.

En navidad de ese mismo año Marina y su marido pasan unos días visitando a Alia. Así relata Ariadna años después el reencuentro con su madre:
«En realidad, me observaba de reojo, reparaba en todo lo que le decía y en las palabras que cogía prestadas aquí y allá a unos y otros, en mis nuevas actitudes, en todas las rarezas, los modales desenvueltos, vulgares, superficiales y bobos que se habían pegado a mi embarcación que por primera vez había ido a navegar sola. Sí, yo, la niña de su alma, su respaldo; yo que, gracias a mi autenticidad, había remplazado para ella a Serioya en todos los años que había durado su ausencia; yo que estaba dotada del talento más raro: la capacidad de quererla como ella necesitaba; yo que siempre había sabido lo que no me habían enseñado, que había sentido la hierba crecer y nacer las estrellas en el cielo, yo que había presentido; yo que llenaba de ella mis cuadernos; yo que a mi vez llenaba también los suyos («Éramos -recuérdalo en un porvenir que probablemente será difícil- yo tu primer poeta, tú mi mejor verso»), me había convertido en una niña normal y corriente».
Es durante su estancia en tierras checas que Marina mantiene su tumultuosa relación con Konstantín Boleslávobich Rodzévich, compañero de estudios de Serguei. Sorprende que su hija Ariadna le dedique unas palabras. Sorprende aún más el tono e incluso admiración que se desprende de éstas. Llega a decir que su padre lo quería como a un hermano, declaración que contrasta con la del propio Serguei que, en carta a su amigo Maximiliam Voloshim, lo califica como «un casanova de segunda» y que llega incluso a barajar la separación de Marina a causa de esa infidelidad. Sospecho que es la militancia tanto de Konstantín como de Ariadna en el comunismo la que hace que la segunda haya conseguido dejar de lado el cisma familiar que causó el primero. La hija de Marina es objetiva cuando habla de su madre, a la que adoraba, pero en cuestiones políticas, y a pesar de todo lo que el régimen soviético la hizo sufrir, sus manifestaciones son claramente partidarias.
Los recuerdos felices de infancia que Ariadna atesora de sus años en Checoslovaquia contrastan con las vivencias de sus padres. En 1924 Serguei le expresa por carta a su hermana que en Praga se siente enjaulado, así como su cada vez más creciente deseo de volver a Rusia. Le comunica además que no augura más que dificultades para el próximo año y que tal vez en París tenga más probabilidades de encontrar trabajo. Los versos de Marina de aquella época también están invadidos por el pesimismo («Todo es más importante, más necesario, / más indiscutible que yo».) Al contemplar la posibilidad de trasladarse a Francia no puede evitar pensar en la vida que está llevando su hija. Así se expresa al respecto:
«Existe, por supuesto, el tema Alia, - para ella también es difícil, aunque no entienda. Interminables cubetas y trapos, - ¿cómo puede uno desarrollarse así? La única distracción - hacer provisión de ramas secas. No estoy por el teatro y las exposiciones - ¡ya tendrá tiempo! - sino por la infancia, es decir también por el gozo: ¡el ocio! Y ella no tiene tiempo de nada: la limpieza de la casa, las compras, el carbón, las cubetas, la comida, los estudios, la leña, el sueño. Me da lástima, porque es de una nobleza excepcional, jamás refunfuña, siempre intenta aligerar las cosas y se alegra con la tontería más insignificante. Una facilidad sorprendente para la renuncia. Pero esto no es para los once años, a los veinte el odio será feroz. La infancia (la capacidad de alegrarse) no vuelve».
Está sin saberlo describiendo la que será su propia vida en París y vaticinando el futuro alejamiento entre ella y Alia.
Es con París como futuro destino y con el nacimiento de su hermano Gueorgui en ese antes mencionado 1925 con los que concluye Ariadna el relato de su infancia. No me resisto, ya que he iniciado esta entrada con una descripción de Marina por parte de la pequeña Alia, a dejaros las palabras con las que la Ariadna adulta captura ese alma inasible que fue su madre. Éstas son:
«Todo su carácter, toda su personalidad estaban hechos de contradicciones; poseía una dualidad (no se trata en absoluto de duplicidad) en su manera de percibir y expresarse, en su manera de sentir, desde las profundidades de un alma ardiente, y de considerar los sentimientos, a las personas y los acontecimientos desde un punto de vista llegado de tan lejos que parecería provenir de otro planeta.
Su asombrosa memoria igualaba su capacidad de olvido; su pueril inconstancia iba a la par con su profunda fidelidad, su reserva con su confianza y su apertura a los demás; en la alegría del encuentro, sembraba ella misma la semilla de la separación, y estaba dispuesta a avivar las brasas de cada separación para encender un nuevo fuego. ¡Ponía tanto desinterés en el amor, y tanto fervor en sus cenizas! ¡Había en su universo interior un equilibrio tan «disonante» entre los abismos y las cumbres, tal atracción recíproca de los mundos y los antimundos!...
Tenía también la capacidad de comprender el presente mediante los días, los siglos, los milenios ya transcurridos, adivinando la problemática futura gracias a la dolorosa experiencia del pasado».

Fotografías familiares en una de las paredes de la Casa-Museo de Marina Tsvietáieva en Koroliov. Fotografía de Vorona Serg.


¿Qué fue de Ariadna? ¿Cómo vivió la relación con su madre una vez instalada la familia Efron en Francia? ¿De dónde surge esa necesidad de reivindicar a Marina? Han llegado hasta nosotros datos y testimonios que nos ayudan a aventurar las respuestas a estas preguntas.
Ariadna Efron regresa a la URSS en 1937.
En 1939 es detenida, encarcelada e interrogada bajo tortura. De las respuestas a las preguntas de su juez de instrucción se obtiene su testimonio sobre las dificultades de su vida con Marina en los años posteriores a su llegada a París. Ariadna relata que eran frecuentes las discusiones y roces entre su madre y ella y que todo se agravó al conseguir un trabajo como enfermera en la consulta de un dentista. Marina la instó a decidir entre el trabajo y ella, pues su ayuda era necesaria en casa, y Ariadna eligió el trabajo. No le fue bien, la explotaban y aprovecharon que se puso enferma para despedirla. Contaba cerca de veintiún años, no se veía con fuerzas de volver a casa y reconocer su fracaso pero tampoco podía asumir el vivir de manera independiente. Cuenta incluso que decidió terminar con su vida y que fue la intervención de su padre la que frustró sus planes.
En 1940 es condenada a ocho años de «reeducación por el trabajo» y enviada a un campo. Es allí donde se entera de la muerte de su madre.
En 1955, con cuarenta y cuatro años, obtiene la liberación definitiva.
Muere en 1975. De ese mismo año data esta declaración de amor filial:
«A nadie amé tanto en la vida como a mamá - ni a mi padre, ni a mi hermano, ni a mi marido, e hijos no tuve. Siempre ame a mamá, pero hubo una época, en mi juventud, en la que quise que este amor coexistiera con algunos chicos y chicas, con el cine y demás, y mamá desdeñaba la diversidad no selectiva de mis intereses. En ese entonces mamá era demasiado para mí, y tuve que sufrir mucho y vivir mucho para crecer hasta comprender a mi propia madre».
Esos últimos veinte años transcurridos entre su liberación y su muerte los dedica a rescatar y difundir el legado literario de su madre, consiguiendo para ella los lectores que tanto anheló en vida y, quién sabe si quizás, viendo en aquella anciana cantante de la que le hablara Marina en su infancia, a su propia madre dominando con su voz la oscuridad, porque, como Borís Pasternak le dijera a Tsvietáieva en una de sus cartas, «lo importante es lo que haces. Lo importante es que construyes un mundo que corona el enigma del genio. Durante tu existencia, mientras vivas, ese tejado se funde en el cielo, en el azul vivo del cielo por encima de la ciudad en la que vives, o que imaginas cuando describes tu universo. En tiempos futuros la gente caminará sobre esa capa, que pasará a ser el suelo de las épocas venideras. Los adoquines de las ciudades están colocados sobre las anticipaciones del genio de los siglos precedentes».

Sigo caminando. Con la esperanza de que futuros lectores quieran emprender camino. Con la certeza de que el que lo haga será capaz de distinguir una voz en la oscuridad. Su voz. Escucha la mía, Marina: nuevos oídos están por llegar.

Monumento conmemorativo a Marina Tsvietáieva en Tarusa, ciudad de veraneo de la familia Tsvietáieva, en la que Marina expresó
en vida su deseo de ser enterrada y en la que reposan los restos mortales de su hija Ariadna. Fotografía de Mitya Napasik.




Bibliografía:
Marina Tsvetáeva, mi madre. Ariadna Efron. Traducción del francés de Isabel González- Gallarza. Prefacio de Simone Goblot (traductora al francés del original ruso). (Contiene: Páginas de recuerdos. Páginas del pasado). Circe, 2009. 291 páginas. ISBN: 978-84-7765-275-5.
Diarios de la Revolución de 1917. Marina Tsvietáiva. Traducción de Selma Ancira. Acantilado, 2015. 224 páginas. ISBN: 978-84-16011-39-1.
Confesiones: Vivir en el fuego.Marina Tsvietáieva. (Autobiografía póstuma a partir de cuadernos y cartas de Marina Tsvietáieva). Presentado por Tzvetan Todorov. Traducción de Selma Ancira. Galaxia Gutemberg / Círculo de Lectores, 2008. 598 páginas. ISBN: 978-84-8109-715-3 / 978-84-672-3020-8.

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