Las sirenas modernas (o tritones, si eres mujer), esperan al final de la barra del bar para brillar por ojos antes que por escamas. Ases del camuflaje, su vida de semi-pez se presta a la confusión en mensajes y llamadas telefónicas. Al igual que los marineros enloquecieron por sus cánticos, mucha gente embarranca la vida por pasiones que sólo rinden cuentas ante Poseidón o una parrilla de sábanas. Vuelta y vuelta, en su jugo.
Que los peces van dopados, sardina mía, es tan cierto como que todos perseguimos un Moby Dick. Somos altivos capitanes Ahab, obcecados con alguna ballena blanca que se comió nuestra pierna de la ilusión. Embarcamos a Ismaeles e iletrados arponeros, e insistimos en dar caza a cachalotes de obsesión, aunque el Pequod vaya al fondo del mar. Todo por no soltar el ancla del conformismo.
Que los peces van dopados, sardina mía, es tan cierto como que equivocamos deseo, ambición y progreso por memoria de pez dopado. Avanzar, amor de mis entrebranquias, es nadar contra corriente cuando se hace necesario, pero sin contaminar las aguas que te dan vida, que (ya sabes tú), el pez grande se come al chico; y el chico, como un corredor de maratón plateado, viene cargadito de voltarén.
Un estudio presentado en la III Conferencia Anual Scarce, que tiene lugar estos días en Valencia, revela niveles de residuos de fármacos como el antiinflamatorio dicoflenaco o Voltarén en peces de los ríos Ebro, Llobregat, Xúcar y Guadalquivir, según ha informado la organización.
Hallados residuos de Voltaren en los peces del Júcar y del Ebro. El País.
“De todos los animales, el que tiene ahora más contaminantes en el cuerpo eres tú”, dice Nicolás Olea, de la Universidad de Granada, uno de los pioneros en España en investigar presencia de contaminantes en el organismo. (…)El punto negro está sobre todo en el pescado y el marisco, alimentos en que las concentraciones no bajan.