Lo que más me dolió fue que mi padre no quisiese escucharme cuando le advertí que desfilar en aquella procesión resultaría peligroso. Como de costumbre, cerró el debate de manera unilateral, con una sonrisa altiva y su clásica frase: "tú vives en otro mundo". Por entonces yo ya era capaz de predecir sucesos futuros. Sin embargo, aquel Domingo de Ramos no tuve presentimiento alguno; fue el sentido común lo que me hizo entender que un peligro sordo se cernía sobre el desfile, o más bien sobre las consecuencias de participar en él: procesionar con trece años por las calles de una capital de provincias perdida en el mapa, junto a tu padre, en una procesión similar a una romería en la que los niños, generalmente menores de diez años, acompañan a Jesús con palmas y ramas de olivo, me convertiría en el hazmerreír de la clase si mis compañeros me veían. Especialmente un grupo concreto de ellos. Era nuevo en el colegio y tenía dificultades para integrarme en una sociedad donde los apellidos funcionaban como títulos nobiliarios y yo era un simple plebeyo. Por si esto fuera poco, mi actitud defensiva me había conducido a granjearme la enemistad de los matones de mi clase, que llevaban meses intentando cazarme.
Mario Crespo. La 4ª. Ediciones Lupercalia, abril 2014. De la ilustración de cubierta: José Mesa.