Mario Martín Gijón.La Pasión de Rafael Alconétar.Novelaberinto.KRK Ediciones. Oviedo, 2021.
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El alboroto externo, tan molesto, se fue convirtiendo en alborozo interno y regocijo irónico ante la barahúnda de vanidades que iba compareciendo en el auditorio donde esperábamos al célebre literato. Isabel Cardeñosa llegó acompañada de su marido, hasta entonces desconocido para nosotros, y que la seguía con aire de pájaro aturdido y cabeza de chorlito. Raimundo Perojo repartía apretones de manos y palmadotas campechanas sobre hombros de hombres tan apagados como pagados de sí mismos. José María Cambrón, erguido como un gallo, oteaba el panorama juzgando dónde su dignidad le exigía sentar sus posaderas. La llegada del profesor Miguel Ángel Lomas, irremplazable en su papel de maestro de ceremonias y rollista oficial para este género de eventos, señaló el inicio del festejo, tan viejo.Lomas comenzó recordando a un escritor fallecido días antes, ignorado en vida y ensalzado en muerte, suscitando el asentimiento de las cabezas, como si una ráfaga de aire hubiera hecho oscilar a unos cuantos girasoles pochos. La presentación de Lomas, pasablemente ingeniosa, hizo brotar risitas apagadas y rumores impostados.Un silencio hecho de veneración se hizo cuando llegó el turno al escritor de éxito. Su voz nasal y su tono engolado se adaptaban, a todas luces, a las expectativas de la concurrencia. Hubo un momento en que el conferenciante sintió calor y se despojó de su chaqueta, con tan mala ventura que se le cayó al suelo. El profesor Lomas se incorporó veloz y, perdiendo arrobas de dignidad por el camino, se apresuró a recogerla. La dobló con mimo, la abrazó durante un instante y la depositó en una silla trasera.277
Y no te olvides del Bardo Verde, ese Dichtator (como lo llamaba Rafael con germanismo ideado junto a su hermano Jeremías, cuando aún lo era), un hombre atormentado por su fama y propenso a desencadenar tormentas cuando se veía humillado. Un Catón con tacones, zonzo con zancos, puesto de puntillas y alzando la voz, desgañitándose de ganas de ser escuchado más allá de su provincia y vecindario. Todas sus bobadas blogueadas en la garganta, Gargantua grosero aunque se creyera Claudio Rodríguez o Garcilacio. Suspicaz frente a los capaces que le revelaban su impotencia. Con el odio agrio y mezquino del mediocre que ha logrado encaramarse a fuerza de caramelos a unos y otros, de favores y suplicatorios, y que no soporta el talento indomable, el destino de excepción del artista solitario que, por su puesto, no merece alcanzar por su valía los frutos que a él le han costado sudor y rogativas.
Esos retratos de dos significativos personajes, dignos de figurar en lo que Balzac llamaba Escenas de la vida de provincias, forman parte de La pasión de Rafael Alconétar, la asombrosa Novelaberinto que Mario Martín Gijón publica en KRK Ediciones. En boca de dos de las voces de la novela, Pedro Muñoz y Josué Pérez Williams, son dos de los setecientos fragmentos de un ambicioso despliegue narrativo que convoca en su amplia y bien ajustada polifonía el genio protector de Cabrera Infante y de Miguel Espinosa en uno de los empeños novelísticos más admirables de los últimos años.
Sus más de setecientas páginas, que se leen a un ritmo trepidante, reflejan el sostenido empeño del autor por ajustar cuentas con las miserias de la vida literaria en la pequeñez de la vida provinciana, pero son también el brillante resultado de un admirable reto consigo mismo en un empeño narrativo de largo aliento que está al alcance de muy pocos escritores. A partir de la evocación del protagonista, Rafael Alconétar, muerto a los 33 años, cuya trayectoria vital, Pasión y muerte reconstruyen a los diez años de su desaparición sus Sangradas Escriaturas y las voces de sus cuatro discípulos y evangelistas -Susana Cordero, Pedro Muñoz, Dolors Cavalls y Jaime Becerril- y de otros muchos personajes que lo conocieron, se articula esta novela que es una sátira de la vida provinciana, de los ambientes universitarios y literarios, una reconstrucción poliédrica de la compleja peripecia sentimental del héroe en medio de un panorama gris marcado por la mezquindad cainita y la pequeñez de miserables mediocres frente a un héroe contradictorio, rebelde y lúcido empujado a los márgenes y a la crucifixión:
Dicen -afirma en el fragmento inicial la antigua alumna de su taller literario, Susana Cordero- que Rafael Alconétar murió, treinta y tres años después de su nacimiento, bajo un sol de injusticia y las pedradas del grupo de conjurados y el calor de la vergüenza rencorosa que habían ido suscitando sus insolencias. Dicen que allí quedó tendido, es una pendiente apuñalada de pizarras y decorada de cagajones, quizás amarrado al áspero tallo de una retama, puesto que nadie le tomó la mano en su hora final. Por mi parte, su recuerdo quedará siempre unido a una época increíble, en que aquella ciudad, adormecida desde hace siglos a la sombra de sus torreones y al sabor de lo acostumbrado, se vio sacudida por la furia indomable de vivir, la alegría del placer desatado, el hambre de la belleza y la rebeldía de un puñado de conciencias enardecidas por su palabra.
Una novela que reúne en la creatividad torrencial e integradora de sus materiales aluvionales distintos registros, diversos enfoques de la realidad y la ficción para proponer una reflexión amarga y ácida sobre la condición humana, sobre la vida y la literatura.
Intensa y desbordante, monumental y sorprendente, La pasión de Rafael Alconétar es una novela excepcional en el árido panorama literario actual, tan pedestre como conformista y previsible, tan propenso al retruécano gratuito y al calambur de ingeniosos ex seminaristas hipermaduros.
Me parece que Mario Martín Gijón es uno de esos pocos autores que están a la altura literaria de su ambición, para goce de sus lectores, que nunca serán muchos, pero pertenecerán a esa banda de happy few que Shakespeare invocó memorablemente por boca de Enrique V.
Santos Domínguez