Nabokov buscaba mariposas cuando no escribía. No hay nada en su literatura que haga pensar en mariposas. Nada cuando las cazaba que filtrara la idea de que escribía. A veces pienso que los escritores, los buenos, los que se toman en serio el oficio, se escinden, ofrecen esa dualidad en la que uno va al supermercado o a los bares o al despacho y el otro, paciente, espera que se le saque y lo obliguen a escribir. No se parecen, no tienen la obligación de parecerse. Y cuando ambos se encuentran, si se produce esa especie de anomalía metalingüística o espiritual o esotérica, discuten. Días en que no se soportan. Como si uno sobrara. Pierde el escritor. La vida los succiona. Vivir y escribir en ocasiones hace daño. Hay que salir a cazar mariposas. Hay que encontrar con qué distraer esa enfermiza voluntad de escribir. La otra es la tirana. O lo son las dos.