Mark Twain: Autobiografía

Publicado el 05 diciembre 2010 por Alguien @algundia_alguna

El inolvidable autor de Las aventuras de Huckleberry Finn, Samuel Clements, conocido mundialmente como Mark Twain, encontró al final de su vida un gran entretenimiento: dictar en voz alta su autobiografía, tras varios comienzos fallidos y cientos de páginas. Lo hizo con total libertad, cuatro años antes de su muerte, no sin antes dejar estrictas instrucciones para que gran parte de sus dichos sólo se dieran a conocer cien años después de su muerte.

Tal vez un poco de ego o falta de modestia, como el mismo autor reconoce, lo llevaron a asumir que seguiría teniendo lectores un siglo después. No era difícil vaticinarlo, el hombre se vio en la bancarrota por una mala inversión —la compra de una máquina de linotipia a un impresor—, pero sus giras ofreciendo lecturas por el mundo, junto con la publicación de capítulos de sus libros en revistas y periódicos, lo salvaron de la quiebra. Los detalles de la bancarrota y otros episodios en que su hermano mayor, Orion Clements, acudió en su ayuda, son narrados en su autobiografía.

Hasta 1905, Twain acumulaba varios comienzos inconclusos, algunos de ellos tenían número asignado de capítulo. Al año siguiente, le dictó durante tres meses a su amigo taquígrafo James Redpath otros capítulos. Lo hizo de forma desordenada y dependiendo de los intereses del momento. Este caos le dio como resultado una narrativa poco convencional.

Los cien años de la muerte de Twain se cumplieron el pasado abril, y la Universidad de California —que posee los derechos de autor y los textos originales— decidió celebrarlo publicando por primera vez la autobiografía completa, tal como él la dejó a los 74 años de edad (incluyendo alguno de los comienzos fallidos). Se requirieron seis editores que durante seis años trabajaron con los manuscritos. Las ediciones anteriores —de 1924, 1940 y 1959, respectivamente— fueron publicadas con censura previa. Así, las críticas al imperialismo estadunidense y consideraciones como declarar a sus tropas “asesinos uniformados”, quedaron fuera.

“De la primera, a la segunda, tercera y cuarta ediciones, las expresiones de opinión honestas y sensatas deben desaparecer —instruyó el escritor en 1906, demostrando un ojo certero para los negocios—. En un siglo más habrá mercado para esos bienes. No hay prisa. Esperen y verán”. Y claramente se ve: desde que su autobiografía salió a la venta a fines de octubre, se vuelve cada vez más difícil encontrarla en Nueva York. Al menos en la cadena de librerías Barnes and Noble, se agota. El libro ha estado en los primeros lugares de ventas, y eso que es sólo el primero de tres tomos —con aproximadamente cinco por ciento inédito, aunque los próximos vólumenes prometen un mayor porcentaje de material desconocido. La publicación coincide con una exhibición de sus manuscritos en la biblioteca Morgan en Manhattan, que da cuenta de cómo el autor siempre tuvo que vigilar sus dichos contra el colonialismo inglés y lo que consideraba el salvajismo de los blancos. Los manuscritos tachados por el mismo autor, sacando las partes con los comentarios más ácidos, pueden apreciarse en la exhibición, porque ahora, un siglo después, ya puede hablarnos libremente desde la tumba. Éste es el año de Twain:

“Nací el 30 de noviembre de 1835 en el pueblo prácticamente invisible de Florida, condado de Monroe, Missouri. Mis padres se trasladaron a Missouri a comienzos de los años 30: no recuerdo exactamente cuándo, porque no había nacido y no me preocupo por esas cosas. Era un largo viaje por esos días y debe haber sido duro y agotador. El pueblo constaba de cien personas y yo aumenté la población al uno por ciento. Es más de lo que gran parte de los mejores hombres en la historia han hecho por un pueblo. Puede que no sea modesto relatarlo, pero es cierto. No hay registro de una persona que hiciera tanto —ni siquiera Shakespeare. Pero lo hice por Florida y se ve que podría haberlo hecho por cualquier lugar —incluso Londres, supongo.

En un principio mi padre poseía esclavos, pero poco a poco los vendió y les arrendaba los suyos a los granjeros por el año. Por un niña de quince años pagaba doce dólares al año, le daba dos vestidos de lino y lana y un par de zapatos ordinarios, una transformación insignificante. Por una mujer negra de veinticinco años, por lo general sirvienta en la casa, pagaba veinticinco dólares al año y le daba zapatos y los vestidos de lino y lana ya mencionados; por una mujer negra fuerte de cuarenta años, para cocinar y hacer la limpieza, pagaba cuarenta dólares al año y las acostumbradas dos piezas de ropa; y por un hombre sano pagaba de setenta y cinco a cien dólares por año, y le daba dos trajes de mezclilla y dos pares de zapatos ordinarios —atuendo que costaba alrededor de tres dólares”.

Leer algunos fragmentos en Milenio.com

Ficha del Libro: Espasa Calpe.