Udall está furioso por el programa de tortura de Estados Unidos y por la gran censura que hubo sobre el resumen ejecutivo. También está furioso por la interferencia de la CIA y la Casa Blanca en la labor de supervisión de la Comisión de Inteligencia y quiere que el informe completo esté a disposición de la población. Aunque todavía tiene calidad de secreto, Udall podría publicar el documento clasificado en su totalidad. Para poder entender cómo es útil volver a 1971 y recordar la publicación de los Papeles del Pentágono y a un senador de Alaska llamado Mike Gravel.
Los documentos conocidos como “Los Papeles del Pentágono” son una crónica secreta de la participación de Estados Unidos en Vietnam, escrita por orden del entonces Secretario de Defensa Robert McNamara. Daniel Ellsberg, uno de los analistas de inteligencia que trabajaron en el proyecto, filtró los Papeles del Pentágono al periódico The New York Times. Ellsberg me dijo: “Me encontré ante 7.000 páginas de documentos altamente secretos que demostraban comportamiento inconstitucional por parte de una sucesión de presidentes, la violación de su juramento y la violación del juramento de cada uno de sus subordinados [incluyéndome], que habían participado en ese fraude horrible e indecente a lo largo de los años en Vietnam, que nos arrojó a una guerra inútil”.
El New York Times publicó su primera crónica sobre los Papeles del Pentágono el 13 de junio de 1971. Un tribunal federal ordenó al periódico que dejara de publicar notas sobre el tema, por lo que Ellsberg buscó un senador federal cercano a su causa que pudiera hacer incluir los Papeles del Pentágono en el Registro del Congreso. Por esta vía lograría además que todos los documentos quedaran a disposición de la población en su versión completa, no solamente los extractos seleccionados por el Times y otros periódicos. Ellsberg encontró a Mike Gravel.
Gravel se oponía a la guerra en Vietnam y había realizado maniobras obstruccionistas en el Senado para bloquear el servicio militar obligatorio. Ellsberg le había entregado una copia de los documentos secretos del Pentágono a Ben Bagdikian, editor del Washington Post, bajo la condición de que le diera una copia al senador Gravel. Bagdikian se reunió con Gravel una medianoche frente al Hotel Mayflower y trasladó los documentos del baúl de un coche a otro. Para lograr incluir estos documentos clasificados en el Registro del Congreso, Gravel halló un vacío legal sobre el que me habló recientemente en “Democracy Now!”:
“Como era el presidente del Subcomité de Edificios y Terrenos del Senado, yo podía convocar ese subcomité a sesión en cualquier momento, tomando como precedente a la Comisión de Actividades Antiestadounidenses de la Cámara de Representantes, que se llamaba a sesión en cualquier lugar del país y a cualquier hora con el objetivo de lograr que la gente testificara, muchas veces bajo engaño. En ese momento eran cerca de las 11 [pm] y decidí convocar de manera urgente al subcomité. Habíamos podido conseguir un congresista de Nueva York, [John G.] Dow, que se presentó ante el comité a testificar. Él quería que se construyera un edificio federal en su distrito. Y yo le dije, ‘Bueno, lo comprendo y me encantaría autorizar la construcción de un edificio federal en su distrito, pero no tenemos el dinero. Y la razón por la que no tenemos el dinero es que estamos malgastándolo en el sudeste de Asia. Permítame que le lea cómo nos metimos en ese lío’. Y luego procedí a leer en voz alta los Papeles del Pentágono”.
Exhausto, conmocionado y sin certezas sobre las consecuencias jurídicas de sus acciones, Gravel comenzó a leer el registro de los horrores de la guerra de Vietnam de los que dan cuenta los Papeles del Pentágono. Y si bien no pudo seguir leyendo porque rompió en llanto, ya no importaba: al haber leído una parte del documento, el resto se podía entregar al registro público del Congreso para su divulgación completa. Sin embargo, los intentos para lograr que la población conociera el contenido de los Papeles del Pentágo no habían terminado. Gravel procuró que fueran publicados por el brazo editorial de la Iglesia de la Asociación Unitaria Universalista, Beacon Press, pero el gobierno de Nixon hizo todo cuanto estaba en su poder para detener la publicación, al punto de casi llegar a destruir la Iglesia. La edición de los Papeles del Pentágono, dividida en varios tomos, finalmente vio la luz, con la cara de Gravel en la portada.
Recientemente, Dick Cheney respondió preguntas sobre el uso de la tortura en “Meet the Press”. Allí dijo: “Lo haría de nuevo en un minuto”. ¿En serio? ¿El submarino? ¿Muerte por hipotermia o golpes? ¿Alimentación rectal? ¿Privación del sueño? Tal vez al ex vicepresidente le gustaría que la práctica de la tortura continúe, pero no es algo que dependa de él. Depende del pueblo estadounidense. Y para ello, el pueblo necesita información.
Ahí es donde entra en juego el senador Mark Udall. Él puede publicar el informe completo sobre la tortura. Como senador, está protegido por la cláusula de Discurso y Debate de la Constitución y no puede ser procesado. El ex Senador Mike Gravel tiene un consejo para el todavía Senador Mark Udall. Dado que el informe secreto sobre la tortura ya forma parte del Registro del Congreso, Gravel afirmó: “Lo único que tiene que hacer es (...) tomar este documento de 6.000 páginas, publicar un comunicado de prensa que detalle por qué lo va a hacer público y presentarlo a la población. Es así de simple”.
Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de esta columna.
© 2014 Amy Goodman