Marqués de Santillana

Publicado el 10 noviembre 2017 por Monpalentina @FFroi
Vigencia del Marqués de Santillana, en el sexto centenario de su nacimiento.


El año del 98,  estuvo cargado de conmemoraciones, y se cumplieron seiscientos años  del nacimiento de un palentino insigne: Don Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, Conde del Real de Manzanares, y Señor de Hita y Buitrago.
Vivió en un siglo oscuro, lleno de violencia y de intrigas, con unos reyes pequeños que dejaban el poder de los “privados”, y una nobleza (a la que él pertenecía), que luchaba ferozmente por no perder sus privilegios  y su poder (“El Rey pone su nombre; los Mendoza, ponen todo lo demás”...”si el Rey está más arriba que yo, es por que yo lo puse...”, palabras dichas por el propio Santillana, que ilustran suficientemente su orgullo nobiliario.
Desde muy pequeño, cuando su padre y su hermano mayor murieron, tuvo que defender varias de sus más queridas y emblemáticas posesiones (su propio castillo de Guadalajara, los valles de Santillana, y el Real de Manzanares) contra parientes cercanos que quisieron arrebatárselos, aunque contó con la decisiva ayuda de su madre Doña Leonor de la Vega.
Como debo ceñirme al espacio de que dispongo, me limitaré a analizar sólo aquellos aspectos de la figura del Marqués que han sido de mayor trascendencia para la posteridad. En primer lugar, la importancia del contacto con Carrión de los Condes, lugar donde había nacido el 19 de agosto de 1398, en sus años infantiles y adolescentes, y la educación y primeras lecturas que su abuela Doña Mencía le proporcionó.
La imagen de político hábil entregado a las letras es la que ha pasado a la posteridad, así como también el retrato que de él hizo Hernando del Pulgar : “ Fue omne agudo e discreto, e de grand coraçon, que ni las grandes cosas le alteravan, ni en las pequeñas le plazía entender... Fablaba muy bien e nunca le oían dezir palabra que non fuese de notar... Era cortés e honrrador de todos los que a él venían, especialmente de los onmnes de sciencia... “
Por otro lado, a pesar de su intensa participación en los sucesos e intrigas más importantes de la vida política de su tiempo ( luchó a favor y en contra del rey de Castilla, y también a favor y en contra de los Infantes de Aragón, con los que simpatizaba más), y aunque dio siempre muestras de gran valentía, sin embargo don Íñigo se atrevió a decir que la ciencia y el saber no son patrimonio de débiles, sino de personas de bien; y esto, cuando muy pocos se atrevían a hacerlo así. Fue el primero que defendió la convivencia pacífica entre la espada y la pluma (“la sciencia no embota el fierro de la lanza, nin faze floxa la espada en la mano del caballero”). No sólo no despreció el estudio, sino que profundizó más y más en él, hasta adquirir una cultura poco corriente en su tiempo, y convertirse en ejemplo de lo que sería el ideal del cortesano renacentista. Defendió durante toda su vida  la importancia de la cultura, incluso dejó escrita en su  testamento la voluntad de que “sus descendientes se den al estudio commo yo lo fize, con la firme creencia de que ello acrescentará sus personas y alzará sobre las otras su casa”.
Amaba tanto los libros y la lectura, que llegó a tener una espléndida Biblioteca en su castillo de Guadalajara, al que mandaba traer los ejemplares más nuevos desde Italia, para la que compraba todos los manuscritos y códices que caían en sus manos. En su testamento manifestó que el mayor tesoro que dejaba, era precisamente su biblioteca.
Convirtió su casa en una verdadera corte literaria; era un mecenas que se escribía con humanistas italianos, y era el prototipo de “eruditus” , ese nuevo tipo de intelectuales que apuntaba entonces tímidamente en el panorama cultural, con un amplio repertorio de lecturas de la Antigüedad clásica y cuya más preciada virtud era la de discutir y criticar con argumentos (este aspecto es de gran importancia, si tenemos en cuenta que todavía no habían salido del medievo, donde todo se decidía con las armas); también trabajaban en equipo, comunicándose los logros de sus investigaciones, y defendiéndose de los que los atacaban. Hoy equivaldría al concepto de Generación Literaria, y el Marqués de Santillana el primero que constituyó, por tanto,  una generación literaria en la península: la primera generación de humanistas españoles.
Aunque inmerso en el ambiente cortesano, frívolo y pedante de su siglo, él supo destacar con unas obras alegóricas y doctrinales en que siempre se anteponen las ideas a la mera forma ; destaquemos “La Comedieta de Ponza”, “El Infierno de los Enamorados”, “El Diálogo de Bías contra Fortuna”  (coloquio entre el filósofo Bías -que representa la razón-, y la Fortuna,          -símbolo de la sinrazón-, en que él sostiene la importancia de la firmeza de ánimo frente al torbellino de los acontecimientos y la seguridad de la virtud frente a las mutaciones de la Fortuna).  “Los Proverbios” (que son una serie de consejos para la educación del futuro Enrique IV, en que diseña el modelo de príncipe, amador de sus vasallos y accesible a ellos, a cuyas virtudes cristianas se suman las virtudes caballerescas y la serenidad y el saber procedente de la cultura clásica), o “Doctrinal de Privados”; también se atrevió a componer 42 Sonetos, siendo el primero que lo intentó en castellano y  abrió camino al hacerlo,  a otros sonetos, más perfectos que los suyos, que setenta años más tarde compondría Garcilaso de la Vega.
También escribió poesía popular, de un refinamiento exquisito y un sentido musical y rítmico inigualable (“Las Serranillas”), gracias a las cuales, sobre todo, pervive hoy en la Literatura Española como uno de sus máximos poetas.
En conclusión, creo que de lo dicho puede deducirse sin dificultad la inmensa importancia y la vigencia indiscutible de este hombre que supo valorar el tiempo en que vivió, y que vislumbró también las nuevas luces del Renacimiento, aunque ya no las pudo disfrutar.
Imagen: Infierno de los enamorados, manuscrito del siglo XV - Dominio público, commons wikimedia

Sección para "Curiosón" de Beatriz Quintana Jato.