Marrakech con los cinco sentidos

Por Flaviaaroundtheworld @FlaviaATW
Hace casi seis años que visité por última vez Marrakech, pero su recuerdo sigue muy vivo en mi, como si hubiera ido ayer. Si cierro los ojos me puedo trasladar a esta ciudad y recorrer las calles de su medina, no sin perderme un par de veces.
Marrakech fue la primera ciudad de la que me enamoré. Me pasó algo parecido a lo que me ha pasado con Estambul y fui dos veces en el mismo año. La última vez que estuve ahí, mi coche nos llevó a mi hermana Celia y a mi por gran parte de Marruecos y, como no podía ser de otra forma, también por Marrakech.

Plaza de Yame El Fna

Vayas como vayas, Marrakech es una ciudad que o bien te enamora o bien la detestas de por vida. Por suerte (o por desgracia) yo me enamoré. Me enamoré porque es una ciudad que disfrutas con los cinco sentidos.

Vista

Rojo es el color que identifica a Marrakech. Rojos son la mayoría de los edificios de su medina. Rojo, un color muy acertado para esta ciudad tan viva, con pasión y tan cálida.
Con la vista podrás contemplar grandes edificios de Marrakech como la mezquita de la Kutobía, uno de los más representativos de la ciudad y el más alto. 

Mezquita de la Kutobía

Las magníficas tumbas saadíes tienen tantos detalles, tanto en las tumbas como en las paredes que las rodean, que no sabrás si tus ojos serán capaces de detectar toda la belleza que alberga este lugar.
Podrás revivir las mil y una noches en el palacio de la Bahía pasando de habitación en habitación y recorriendo parte de sus jardines.

Habitación de la madraza de Marrakech

Si aún quieres ver más, no te puedes perder la madraza de Ben Youssef, una joya de arquitectura marroquí donde antes se estudiaba el corán.

Imaginándo el cómo fue el palacio El Badi

Para visualizar lo que fue el palacio El Badi, tendremos que cerrar los ojos y imaginar que este lugar fue en su día una de las maravillas del mundo musulmán.
Aunque no tengas ganas de visitar ningún museo, acércate al museo de Marrakech y date un paseo por su patio de este antiguo palacio. 

Patio del museo de Marrakech

Al anochecer no te puedes perder el espectáculo lo la plaza de Yamaa el Fna, un auténtico teatro al aire libre con cientos de años de antigüedad. Mucho dirán que ya no es lo que era, pero ¿qué se mantiene imbatible al paso del tiempo?

Oído

Bullicio. Puede que sea la primera impresión que te lleves de esta ciudad. Mucha gente trajinando de aquí para allá, coches tocando el claxon a la vez, hablando unos con otros... Si no fuese tan bulliciosa, no sería Marrakech.
La llamada a la oración, como en cualquier otra ciudad musulmana, es una constante en Marrakech. Recuerdo la primera vez que la escuché mientras dormía y me desconcertó tanto que no sabía qué estaba pasando.

Calle con tráfico cerca de una mezquita

De nuevo, la magnífica plaza de Yamaa el Fna por la noche, donde hay músicos tocando sus piezas con la intención de sacar algún dirham al turista. También se contarán historias que seguramente no entiendas o se representarán pequeñas piezas de teatro. Todo esto 365 días al año. Sin descanso y siempre con el aforo completo.

Olfato y gusto

No existe olor sin sabor ni sabor sin olor. Dos sentidos que no se pueden separar y que en Marrakech van muy de la mano.
El olor a especias de las tiendas de la medina y de la mellah perfuman la ciudad: curry, anís, comino, cúrcuma, menta, pimienta, té... ¡Cuántas horas me habré pasado de tienda en tienda oliendo especias!
Todos estos olores los podrás saborear luego en su rica gastronomía muy variada y especiada. Aunque ¡ojo! no apta para todo el mundo. 

Especias de la mellah

El cuscús lo puedes degustar sobre todo los viernes; un rico tajín en cualquier momento ya seas vegetariano o carnívoro; la pastela, uno de mis preferidos; los kebabs (lo que llamamos pinchos morunos). Elijas lo que elijas te chuparás los dedos.
Si lo que quieres es hidratarte, haga frío o calor, el té moruno es siempre la mejor opción, aunque un zumo de naranja recién exprimido de la plaza de Yamaa le Fna tampoco está nada mal.

Degustando el té marroquí

Primero hueles el pan recién hecho y luego no te queda otra que comprar una torta marroquí. No te olvides del maravilloso pan marroquí, una especie de tortas que querrás comer solo eso, pan con pan.

Tacto

El contacto con la gente es uno de los atractivos de Marrakech. Son cercanos (a veces de más) y querrán hablar con el viajero siempre que se deje. Muchos lo hacen solo por el interés de que entres en su tienda y compres algún recuerdo para tu casa. Otros por el simple hecho de saber qué es lo que piensas de su país. No necesitarás ni saber inglés, ni francés ni mucho menos árabe. Muchos chapurrean español y otros lo hablan casi a la perfección. Déjate invitar a una taza del güisqui marroquí y disfrutarás como nunca del calor de su gente.

Con un vendedor de bolsos de cuero en la medina

Marrakech es también artesanía: suaves bolsos de cuero hechos a mano por los curtidores, lisas cerámicas, sedosas telas. Un sin fin de diferentes texturas componen la artesanía de la ciudad.

Tatuaje de hena negra

Déjate tatuar la piel. No te asustes, nada permanente. En muchos países del magreb usan la hena para tatuarse la piel, pero este pigmento se va con los días. La que más dura es la negra (también es la más cara). Encontrarás a muchas mujeres en la gran plaza ofreciéndote pintarte la mano. Eso sí, regatea y que no te empiece a tatuar sin que tú se lo hayas dicho.