Aún saboreando la experiencia vivida en el Alto Atlas nos adentramos en el palmeral de Tinerhir con las rápidas y frescas aguas del rio Todra, envueltas en una vegetación lujuriosa, pertenenciente a la provincia de Ouarzazate. Hay que señalar que este valle, habitado ya en la Edad Media, se ha caracterizado siempre por la independedencia y rebeldía de sus habitantes, siendo así que en diversas épocas históricas el valle del Todra ha sido reino independiente, con una economía basada en la rica agricultura y en las minas de plata de la región, algunas de ellas aún en explotación.
Después de perdernos por aquel lugar en varias ocasiones nos invitaron a tomar una té con unas pastas y cacahuetes, muy ricos por cierto. Entre tanto asistimos a la realización de un dibujo de henna, una maravilla el verlo. La henna, reina de todas las flores, de suave perfume de este mundo y del otro como dijo el profeta Muhammad, es una de las plantas más apreciadas en Marruecos, y en el mundo islámico en general, por sus propiedades medicinales. Es antiséptica, antibacteriana, antimicótica, antihemorrágica, etc., pero además posee cualidades cosméticas y mágicas. Se utiliza para teñir y sanear los cabellos, así como para embellecer las manos y los pies, como podemos ver en la imagen.
Tras el "refrescante" té partimos hacia el Desierto de Erg Chebbi, previo paso por el Desierto Negro, cuyo nombre se debe a las rocas y arenas negras fruto de la explosión de un antiguo volcán situado en el Océano Atlantico en la Era Paleozoica , hecho que queda patente al ver los innumerable fósiles de trilobites y ammonites.
Al atardecer llegamos a Merzouga donde nos estaba esperando nuestro guía Touareg y sus tres dromedarios. Es increíble ver como las dunas cambian de tonalidad al son de la rotación de la Tierra. Antes de llegar al oasis donde nos esperaba la cena, Ráfa, JD y el que les escribe decidimos bajarnos de aquellos incómodos mamíferos y cargados con nuestro equipo intentamos subir a una duna. El Touareg nos dijo que si estábamos locos, pero no le prestamos atención, total, era una "pequeña" duna a simple vista y la coronaríamos para fotografiar el atardecer. Aquella duna era la Gran Duna de Marruecos, de más de 250 metros de altura. Como os podeis imaginar se nos hizo de noche sin llegar a subir ni la mitad de ella.
Después de la merecida cena (llegamos exhautos y sedientos a la haimas) tuvimos una sorpresa. Ismail y sus amigos del desierto nos deleitaron con su mejor repertorio. Grandes canciones como Mama Africa o Aicha fueron coreadas entre los allí presentes.
Después de aquella velada podeis pensar que nos fuimos a dormir. Error, comenzaba el ansiado trabajo nocturno. Fotografiar el firmamento. La Vía Láctea, Escorpio con su brillante Antares y varios satélites fueron nuestra compañía aquella noche, sin olvidar a nuestros queridos dromedarios, escarabajos y por que no decirlo, serpientes y escorpiones.