Un largo paseo por el Sudeste de Marruecos hasta llegar a la populosa y turística Marrakech. En muchos pueblos uno se retrotrae a la época de Jesucristo. El paisaje, el paisanaje, sus vestiduras, sus elementos de transporte y trabajo (burros, camellos). Aunque electricidad y escuelas en cada pueblo perdido. Una naturaleza tan fascinante como ruda. El desierto.
Ouarzazate convertida en un escenario cinematográfico natural, con dos estudios de cine en activo e incluso un museo del tema.
Para llegar a Marrakech, el Atlas, subiendo con el coche a más de 2.000 metros, en escenarios propios de los Alpes, a través de carreteras de montaña de tránsito casi imposible.
Me reafirmo en que es un país muy vivo con enormes posibilidades, que combina lo vetusto con lo moderno, la tranquilidad con la prisa, la eficiencia con el caos, el conformismo con la ambición… Tres etnias diferentes, saharauis, bereberes y árabes, siendo estos últimos los dominantes, desde hace muchos siglos.
En Ouarzazate me alojo en un hotelito encantador de una intrépida empresaria española. De esas necesitamos muchas.