"Canta la muerte y es distinta su música", escribe Marta López Vilar al comienzo de Rito, el poema que abre su último libro En las aguas de octubre, que publica Bartleby Editores.
El mundo clásico y la geografía mediterránea del mito son los espacios reales y culturales en los que la autora proyecta su intimidad y su memoria a través de su mirada y su palabra. Una palabra poética que se convierte en medio de conocimiento de uno mismo y en una forma de consuelo y de iluminación en lo oscuro ante todo lo que huye.
Poesía como exploración, como búsqueda y recuento de las pérdidas, como indagación en la memoria y como salvación de esa primera persona que atraviesa el libro en busca de la revelación de sí misma en el otro y en lo otro: los misterios de Eleusis y los ritos órficos, Ovidio y Espriu, Orfeo y Píndaro, Calímaco y Marco Aurelio, Sophia de Mello y María Poliduri.
Entre el nunca y el después, esos son algunos de los referentes que articulan En las aguas de octubre, un libro que responde a una concepción sagrada y oracular de la poesía como iluminación y como expresión de los adioses, porque “escribir es despedirse”, como escribe en Las huellas.
Y por eso en este diálogo con el mito, con la literatura y el paisaje como espejos en busca de respuestas tienen una enorme importancia las figuras femeninas marcadas por la muerte o el abandono: Eurídice y Perséfone, Níobe y Nausicaa, Dido y Calipso, que se reflejan en el espejo de las aguas discursivas y temporales de estos poemas.
Unos poemas en los que la sabia matización del adjetivo marca el rumbo de un viaje a la luz desde la sombra y buscan en la levedad y el silencio un ámbito habitable, una lectura del mundo que aspira a ir más allá del desierto o del destierro que son los lugares del poeta.
Entre una isla griega o el Etna, un efímero conjuro para eludir la muerte con el temblor del instante en la delicada tela de la vida o para fijar la arena del tiempo o del camino como en este espléndido Eurídice:
Quédate así un instante,
que esta luz que ahora me cubre
la memoria –ese paraje inhóspito y helado-
nunca convertirá en final lo que ahora brilla
como una lluvia débil cayendo de los árboles.
Es la prueba más hermosa
de estar vivos para siempre.
La única, tal vez.
Santos Domínguez