Clara Wieck fue la más destacada pianista y compositora del siglo XIX. Pero se la recuerda como la mujer de Robert Schumann o supuesta amante de Brahms. De esa y otras tantas paradojas trató “¿Quién es Clara Wieck?”, de Betty Gambartes y Diego Vila, magnifícamente interpretada por Annie Dutoit Argerich en la temporada del Teatro General San Martin 2022. La obra cuenta que Clara hizo equilibrio esforzado entre su pasión artística, la divulgación de la música de Schumann, y las responsabilidades de ser mamá de ocho hijos. Esa tensión la expuso a desgarradoras contradicciones que atravesaron su vida. En una escena se pregunta, y le pregunta al público, si debiera o no suspender un concierto por la enfermedad de una de sus hijas. Silencio. No suspende. Annie vibrante, con su cuerpo y voz, desgrana los dilemas femeninos, y se indigna al leer reseñas sobre su obra donde se dice que no está a la “altura” de los hombres. “¿Cuál es la altura de los hombres, pregunto yo?”, grita feroz a la audiencia. Otra vez: silencio.
Annie Dutoit Argerich es hija de la pianista argentina Martha Argerich y el director de orquesta Charles Dutoit. Es hija de la “niña prodigio” que con sólo doce años dió su primer concierto en el Teatro Colón, es hija de la “mejor pianista de todos los tiempos”, de “una de las mayores intérpretes contemporáneas”, de “un genio que nació pianista”. Todas estas citas se refieren a Martha. Agrego otra: con solo tres años, en jardín de infantes, un compañerito la desafió a tocar el piano, y dejó a todos con la boca abierta tocando con un solo dedo “London Bridge is falling down”, como si fuera una cajita musical. Así empezó todo. A sus ochenta sigue tocando en los más prestigiosos escenarios del mundo con la misma pasión de sus comienzos. Y una última: su cuerpo le dió batalla. A sus cincuenta y ocho años padeció un severo melanoma que hizo metástasis en sus pulmones. Eligió un tratamiento experimental para su cura porque no quería arriesgar órganos vitales que pudieran afectarla para tocar el piano. Logró recuperase y, en agradecimiento, hizo rugir al Carnegie Hall de Nueva York con diez bises en un concierto a beneficio del John Wayne Cancer Institute de Santa Mónica que estaba investigando ese tratamiento.
Martha Argerich, creo, tiene muchas similitudes con Clara. Excepcional para su época, dueña de un don por el que navegó aguas apasionadas que la hicieron, sólo al principio, dudar de su tan temprano reconocimiento (“sentía que a los diecisiete vivía como si tuviera cuarenta”), para luego abrazarlo, y alcanzar su plenitud. Sólo siguió su instinto, jamás mandatos. Alejada de los estereotipos, se cruzó con el amor varias veces, tuvo tres hijas, con tres padres. Los tres músicos.
Stephanie Argerich, lleva el apellido de su madre. Fruto de su relación con el pianista Stephen Kovacevic, la historia dice que tiraron la moneda para ver qué apellido le ponían, si el de la mamá o el papá. Ganó Martha. Dice Stephanie que cuando era niña la acompañaba en sus giras y se aterraba cuando bajaba del tren en alguna estación por temor a que no volviera a subir. Cuando la veía tocar, sentía que de alguna manera durante los conciertos la perdía. Dice también que no podía entender por qué su mamá pasaba tanto tiempo firmando autógrafos, y que una vez hasta mordió a uno de sus fans de tan enojada que estaba. Hoy, en cambio, se conmueve por la pasión que la gente le demuestra, y entonces piensa: “es un ser sobrenatural en contacto con algo que sobrepasa al resto de los mortales. Soy la hija de una diosa”. Stephanie es directora de cine y fotógrafa y desde los once años filmó escenas familiares con un equipo que su mamá le trajo de regalo de una gira por Japón. Planos cortos, detalles del rostro de su mamá en situaciones cotidianas, comiendo en un tren, despertándose en su cama, maquillándose, aproximándose aterrada, al borde de la fuga, en la previa de los conciertos. Stephanie le hace preguntas. Martha contesta con oraciones cortas, o solo con gestos, siempre precedidos de una pausa y una mirada perdida que junto con su mentón, parecen buscar en la altura una respuesta. Su cámara capta su enorme belleza, cada uno de sus mohínes, sus ojos pícaros que anticipan ocurrencias que sabe serán celebradas. Su sonrisa se sabe hermosa y sobrenatural. Su cabellera imprime su sello distintivo. Esas filmaciones son el magnífico material con el que Stephanie elabora en 2012 Bloody Daughter, su opera prima, un espectacular documental sobre ¿Martha? ¿sobre ella misma? ¿sobre el vínculo de ambas con su padre? ¿con sus hermanas? Tal vez sea sobre todos a la vez, testigos en primera fila de la irresistible Martha. Logra al final la más hermosa declaración maternal: “Entre nosotras nunca hubo una relación muy verbal, no hablábamos mucho. Incluso ahora nos cuesta hablar, porque eso no es lo nuestro. Lo nuestro está en otro lado, no sé dónde. Pero no es verbal. (…) Amo estar cerca tuyo. Me encanta mirarte”
Lyda Chen Argerich es la hija mayor de Martha con el director de orquesta Chen Liang Sheng. Es abogada y violinista y aunque quería tocar el piano desde pequeña, no pudo porque su papá le decía que no podía competir, “no podés tocar lo mismo que tu mamá”. Al comienzo, el vínculo con su madre fue tortuoso signado por graves conflictos que incluyeron la pérdida de su custodia por parte de Martha hasta el alojamiento de la niña en hogares de acogida. Martha reconoce que no supo cómo hacer, no supo qué hacer en esa dura saga, “es dificil de explicar” responde en Bloody Daughter ante la pregunta de Stephanie. Son las únicas escenas en las que Martha mira para abajo antes de contestar varias veces un “no sé”. Finalmente, se reencontraron. Y fue, dice Lyda, como una “aparición”, que le resultó “tan familiar como extraña”. Transitaron años de reconstrucción del vínculo. El mayor esfuerzo fue de Lyda quien entre escenarios, ensayos y partituras (es la única de sus tres hijas que se dedica a la música), recorrió senderos que oscilaron entre la devoción por imitarla, a su tezón por abrirse camino por ella misma. Hoy es reconocida como intérprete de música clásica para viola y comparte escenarios con Martha. Lyda tiene un hijo. El niño se llama David Chen y derrocha futuro (recomiendo su cuenta de IG @dodikito donde se ven más de una de sus proezas como pianista). El pasado 12 de agosto, David, salió a escena de la mano de su abuela vistiendo la camiseta número 10 de la selección argentina para interpretar juntos, a cuatro manos, un momento de “Mi madre, la oca”, de Ravel. El Teatro Colón implosionó en aplausos.
Martha, está claro, fue una mamá atípica, excepcional. Definió sus propias reglas y construyó vínculos que inspiraron al mismo tiempo admiración y desconcierto, fascinación y rechazo. ¿Annie redimió con su interpretación de Clara Wieck a su mamá Martha? ¿Y Stephanie, con su Bloody Daughter retratándola como nunca antes? ¿Y Lyda grabando junto a ella a Schumann y Shostakóvich? ¿Y su nieto David Chen, actuando junto a su abuela en el mismísimo lugar donde inició su carrera?
Martha Argerich no necesita que nadie la redima, es un espíritu libre, el olimpo es su habitat. Pero justo es reconocer… qué bello círculo está dibujando su presente. Un halo de rigor, picardía, curiosidad, vértigo, magia y sueños cumplidos la rodean. Un Sol Mayor, como titula Adriana Riva el libro sobre su vida, la ilumina.
Emmanuelle Carrere en su libro Yoga define a Martha como “salvaje, sensual, intensa, indómita, genial” y habla de su expresividad durante su interpretación, muy joven, de la Polonesa Heroica de Chopin. Concluye que la sonrisa fugaz que dibuja su rostro en el minuto 5:30 del video, demuestra que Martha vislumbra, en ese preciso instante, el paraíso : “Ella lo ha visto durante cinco segundos, (…) y al mirar a Martha Argerich tienes acceso a él”.
Tiene razón. Martha Argerich nos transporta. No sé si al paraíso, pero seguro a algo sublime, inspirador, en las mismísimas antípodas de la mediocridad.
Pd. 1). La foto que ilustra el post fue tomada en el año 2016 cuando Martha Argerich recibió de la mano del presidente Obama el Kennedy Center Honor junto con otros artistas como James Taylor, Al Pacino, la banda de rock Eagles y la cantante de gospel Mavis Staples. El logotipo colorido del premio, que Martha luce en su escote, simboliza el amplio espectro de habilidades dentro de las artes escénicas.
Pd. 2) Además de disfrutar de uno de los conciertos en los que Martha Argerich interpretó en el Teatro Colón a Bach (Partita Nro 2 en Do menor) en el Festival Argerich 2022, y de ¿Quién es Clara Wieck? en el San Martín, leí para la escritura de este post, el perfil de Martha escrito por Valeria Tentoni que se incluye en el libro Extremas, editado por Leila Guerriero. También ví por segunda vez Bloody Daughter y por enésima vez la interpretación de su Polonesa Heroica de Chopin (ambos en YouTube). Todo un mundo Martha… Próximo paso: buscar Sol Mayor, de Adriana Riva (autora de La Sal, hermosa novela que también viene a cuento por narrar pliegues y repliegues en las relaciones familiares y muy puntualmente, el de una hija con su madre). Las ilustraciones de Sol Mayor son de Josefina Schargorodsky. Definitivamente, voy a buscar el libro, aunque yo tenga la edad que tengo y el libro esté dirigido al público juvenil. Por qué no, no?