24/01/2013 0:16:43
Por Mercedes Rodríguez García
Quiso la Naturaleza más occidental de Cuba hacerle un monumento bello y misterioso al Héroe Nacional. Formación rocosa de Viñales. Paisaje fascinante, caprichosa geografía. Para divisarlo solo es posible desde la distancia, desde un punto singular donde crecen un pino y una palma. Entonces aparecen la frente, la nariz, el bigote, la barbilla... «Y la alfombra es puro helecho / Y los muros abedul, / Y la luz viene del techo / Del techo del cielo azul».
Y por si no bastara el homenaje natural y magnífico del Martí yacente, en una húmeda colina, entre orquídeas, crece un híbrido que florece cada mayo. Único en el mundo, de sus pétalos magnos y de blancura extrema emana una fragancia leve. Cruzamiento de color y olor logrado por un horticultor japonés que vio en la novísima flor lo distintivo oriental símbolo de pureza, clarividencia y libertad. Lirio José Martí, le llamó aquel admirador venido del país del Sol Naciente a tierra pinareña.
Grandioso percibir al Héroe en la coloración-efluvio del singular lirio, divisarlo en las cumbres del intramontano valle alcanzando su profético deseo: «Duermo en mi cama de roca / Mi sueño dulce y profundo / Roza una abeja mi boca / Y crece en mi cuerpo el mundo». Espléndido sentirlo en esa comunión botánica-mineral de esencias afianzadas en fincas y cantera, bajo soles distintos de paseo y tormento, de río y caballo, de cadena y grillete.
Hombre genial, animado por un espíritu creador que nunca se detuvo, Martí es perdurable, más allá del lirio y de la roca, por su condición pura y encendida, por esa humanidad formidable capaz de engendrar y generar unidad en patria para todos y por el bien de todos. Martí asombra, más allá del lirio y de la roca, por su mundo interno, inmenso y refulgente, universo de vivencias e intuiciones ante el cual palidecen eruditas cavilaciones enjuiciadoras y desdibuja el mejor de los lenguajes.
Convence el Apóstol desde niño por su aplicación en los estudio educación cívica y moral, respeto a la familia. De joven ya prueba su voluntad, y no se queja, y no siente inclinación por la venganza, ni acumula odios: «Odiar y vengarse cabe en un mercenario azotador de presidio...», escribe. No era un santo, Martí. Él estaba hecho para el amor y sus desgarraduras, para honradez a toda prueba, para el sacrificio infinito: «Ud. se duele en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; ¿y por qué nací de Ud. con una vida que ama el sacrificio?» Pero por sobre todo y él, la Patria, la voluntad de la independencia y el supremo anhelo de justicia social.
Martí, el de los brazos extendidos al Sur, dispuesto a ayudar, a curar, a alertar. En México, en Guatemala, en Venezuela. En sus campos y ciudades, otra madre, telúrica, mitológica, perpetua, indígena, mestiza, con virtudes, vicios y conflictos; quemada, degollada, robada y violada por los conquistadores: «Que importa que vengamos de sangre mora y cutis blanco? [...] ¡Se viene de padres de Valencia y madres de Canarias, y se siente correr por las venas la sangre enardecida de Tamaco y Paramaconi...».
Martí raigal. Hijo también del Libertador, el de la estatua que visitó el viajero sin quitarse el polvo del camino, sin preguntar antes dónde se comía y se dormía. La obra de Bolívar estaba incompleta, como la de otros próceres. Bien lo sabía. «Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos», encajando «de modo que sean una, las dos manos...» Por eso estaba allí, celoso el ojo, dispuesto el corazón.
Como todo individuo superior, irradiaba luz de faro, y su palabra ardiente —en voz y en tinta—, esparcía consejos y arengaba alianzas. Sus las palabras daban en el blanco. Discursos hirvientes y categóricos, poemáticos y conceptuales, fundadores de un nuevo proyecto revolucionario que iba más allá de la guerra «inevitable», «necesaria».
¿Por qué sabía tanto este escritor, poeta y orador?
Humano sobre todo fue, asimismo, un humanista. Genio de la política, de la literatura y del pensamiento universal, bebió y disfrutó, sorbo a sorbo todo en su tiempo le rodeó. Vibraba, temblaba, conmovíase ante lo bello y frágil: zunzunes, sinsontes, jilgueros, una hoja de caimito, un pétalo de rosa, una mariposa, un pájaro carpintero, una bijirita... «No hay detalle pequeño en un hombre grande». Brillante discípulo de la carne propia, este hombre, «el hombre más puro de la raza», aprendió lecciones cardinales desde los entresijos de las circunstancias.
Y como grande de verdad poro importaban créditos y fama. Vivió, amó, trabajó, lucho y murió sin más propósito que salvar la revolución y la nación cubana. Martí era uno, en alma y en intento por la fijeza de su idea, por la firmeza de su carácter. Y por esa idea lo inmoló todo. Nada se antepuso a la redención de su pueblo. El artista exquisito olvidó su arte, el hombre apasionado sus afectos. «Los pueblos, como los volcanes, se labran en la sombra, donde sólo ciertos ojos los ven; y en un día brotan hechos, coronados de fuego y con los flancos jadeantes, y arrastran a la cumbre a los disertos y apacibles de este mundo, que niegan lo que no desean y no saben del volcán hasta que no lo tienen encima. ¡Lo mejor es estar en las entrañas, y subir con él!».
Nada lo detuvo en su trayecto. Ni su Carmen que «no comparte mi devoción a mis tareas de hoy, pero compensa estas pequeñas injusticias con su cariño siempre tierno y con una exquisita consagración a esta delicada criatura que nuestra buena fortuna nos dio por hijo...» Junto a la esposa tejió una vez ensueños del paraíso, pero su porvenir «es como la luz del carbón blanco, que se quema él para iluminar alrededor». Martí lo siente, «jamás acabarán mis luchas. El hombre íntimo está muerto y fuera de toda resurrección, que sería el hogar franco y para mí imposible, adonde está la única dicha humana, o la raíz de todas las dichas».
Es la Patria para el Apóstol comunidad de intereses, unidad de tradiciones y de fines, «fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas». Unidad igualmente frente al peligro que representaban para Cuba y América los Estados Unidos: « [...] El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América».
Pero ya los árboles, puestos en fila, entorpecen al gigante de las siete leguas, y nuestra América «se está salvando de sus grandes yerros». Inspirada en sus ilustres paladines de libertad y justicia, dispone de leales defensores, políticos legítimos, líderes plenos y sinceros. Hombres «con un solo pecho y una sola mente», que escuchan respetuosos al indio, a los ancianos y hablan con ojos alegres a los trabajadores. Gobernantes elegidos por su pueblo, que proponen integración contra el hambre, salud por derecho, educación como el mejor sustento libertario.
Martí es perdurable, más allá del lirio y de la roca, porque el ímpetu de sus ideas y la fuerza de su ejemplo continúan siendo compás de los revolucionarios en su nueva horneada. Martí asombra, más allá del lirio y de la roca porque él resume en él, el hálito los que fueron padres paradigmas, y en muchos otros, lo que fuera él, hijo sumo de la historia y de la vida.
En este aciago transcurrir del siglo XXI, tan lleno de temores, de asechanzas y de peligros reales, el conocimiento se transmuta en valor, y urge levantar en la conciencia colectiva el ánimo martiano, los denuedos de Bolívar. «La frecuencia de los grandes hombres da un deseo invencible de imitarlos. Si no se les ve de cerca, ni se les sospecha. ¿Cómo ha de nacer en el alma el andar que sólo despierta el estímulo? Estudiándolos se ve el lugar a que llegamos y la manera con que llegaron a él. Así dueños de sus mismas alas». Diríase que a Bolívar y a Martí todos les debemos.
Y si es tremendo percibir al Héroe Nacional cubano en la coloración-efluvio del singular lirio, o divisarlo en las cumbres del intramontano valle, envuelto en abedules y helechos, bañado el rostro pétreo de azul iluminado, colosal sería legitimar su gloria, no tanto en el acto exuberante de la Naturaleza, sino en un abrazo fecundo de humanidad, que no es el mero sentimiento fraterno de comunidad e idioma...
¡Qué el rostro de José Martí se vislumbre desde cualquier punto de su Isla! ¡Qué el Maestro emane de la nación misma! En cuerpo y alma. En la piedra lanzada al cíclope imperial por el hace medio siglo David reivindicado. En la flores del «vivir humilde», y el «trabajar mucho», perdurará el Maestro. Nadie nos lo impedirá. Y como a él, nada nos abatirá.
Martí, más que roca, honda; más que lirio, hombre.
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