Martirio en la vida de san Francisco y sus seguidores; recuerdo de los mártires franciscanos del Perú, especialmente de Ocopa
J. Jorge Cajo Rodríguez, OFM, guardián de Ocopa
- Introducción
El presente tema preparado con ocasión del XX aniversario del Martirio de Miguel Tomaszek y Zbigniew Strzalkowsk, nos permite dar a conocer una historia del martirio de los frailes franciscanos en el Perú, que hasta hoy, poco o nada se ha estudiado. El "martirio" es uno de los elementos esenciales de la perfección de la vida cristiana, en el que el fiel se inmola dando testimonio de su fe, y en el caso de los franciscanos como expresión de su consagración religiosa.
Todos conocemos que el término Mártir deriva del griego "martys", pero en su acepción profana, significa "testigo". Ya en los siglos II y III en la teología, este mismo término, designa a una persona que ha dado testimonio a favor de Cristo y su doctrina con el sacrificio de la vida.
El presente tema tiene dos partes, la primera tratamos de enlazarnos con el pensamiento y espiritualidad martirial en San Francisco y su empeño en alcanzar el martirio, y cómo la orden de los menores ha seguido con convicción, a través de la proclamación del evangelio. El martirio es ante todo, expresión del espíritu misionero, evangelizador, y que tiene como transfondo la propia experiencia personal de San Francisco y de la Orden (fraterna); en un segundo momento, tocaremos el martirio de los franciscanos en el Perú, de un listado de más de setenta mártires, de los cuales hemos considerado a algunos, para nosotros los más significativos, mencionamos a los primeros mártires de la evangelización en la selva peruana, en la que sobresale la figura del Fr. Jerónimo Jiménez, 1637, y en último lugar, el martirio del Fr. Crisóstomo Cimini, misionero que después de la clausura del convento de Ocopa, en 1824, entró ayudar en las misiones al único franciscano que permaneció en ella, Fr. Manuel Plaza, en 1840, su martirio sucederá en 1852.
Además consideramos el martirio del Padre Manuel Biedma, el misionero por excelencia en la selva, en el siglo XVII, e igualmente cuando después de un trabajo arduo por parte del fundador del convento de Ocopa, las misiones sufren un fuerte revés con la sublevación de Juan Santos Atahualpa (1742) consignamos el martirio de los padres Domingo García y compañeros (1742) y Manuel Albarrán y compañeros (1747) en su afán de predicar el evangelio.
I. Martirio en la vida de San Francisco y de sus seguidores
San Francisco de Asís es una de las figuras más relevantes de la historia de la humanidad y de sobre todo de la historia de la Iglesia. Cuando uno estudia la vida de san Francisco y la relación que tiene con el martirio, nos encontramos con una realidad totalmente asombrosa, ya que ella tiene relación con la acción evangelizadora, con la misión.
Así podemos descubrir en la primera fuente biográfica, de Celano, y sólo él, nos cuenta que Francisco había tratado de llegar a Tierra Santa bastante antes de 1219. Su primer intento, lo había hecho por el mar. "En el año sexto de su conversión", se habría embarcado en una nave para atravesar el Adriático, alcanzando las costas de Dalmacia, donde supo que difícilmente, habría salidas para Siria. Entonces volvió a Italia. (Cf. 1C 55). El segundo intento, en su deseo de alcanzar el martirio, recorrió los caminos de Italia y Francia, a lo largo de las costas del Mediterráneo, y alcanzado así España, con la intención de llegar a Marruecos y convertir al califa Mohamed-ben-Nasser, que había sido derrotado en las Navas de Tolosa. Una vez más, Francisco no culminó su viaje, porque la enfermedad le obligó a regresar a Italia. (cf. 1C 56)[1]
Sobre el martirio de san Francisco afirma R. Manselli: "que es interesante advertir que la finalidad de estos viajes no es la peregrinación sino el martirio. Y aquí es oportuno recordar cómo desde el siglo XI en adelante y como consecuencia de la cruzada -son muchos los elementos que apuntan en esta dirección- vuelve a aflorar vivamente la idea del martirio y a ser grandemente valorado"[2].
El monacato, en todas sus facetas, tendía a presentarse como el martirio cotidiano, el martirio continuo de la penitencia y de la mortificación, que de este modo sustituía al de la sangre. De ese modo se elaboró una teoría de la vida monástica como martirio, con una gradualidad que iba de la ascesis a la muerte por Cristo predicando su fe. Con las cruzadas se retoma profundamente y revive la mística del martirio.
Otro punto importante en la vida de san Francisco y de la Orden, es justamente el año de 1219. La fraternidad reunida en capítulo, programó en serio la evangelización de los infieles, y se formó cuatro grupos: que deberían llevar el mensaje de paz a los tres frentes de contienda entre cristianos y musulmanes:
Marruecos: a donde se dirigieron los primeros mártires;
Siria: dirigida por Elías;
Egipto (Damieta) dirigida personalmente por Francisco
Túnez: dirigido por el hermano Gil.
Fruto de esta expedición del 1219, está la famosa entrevista de Francisco con el Sultán. Jacobo de Vitry añade que, al despedirse con todos los honores, le dijo el Sultán: "ruega a Dios que se digne manifestarme aquella ley y aquella fe que más le agrada a Él".
Otro testimonio claro y evidente es el Capítulo 16 de la RnB, (1221). Este capítulo puede considerarse como el resultado de las cuatro experiencias misioneras enumeradas. Cada una aportó lecciones útiles para el futuro. Los de Túnez fueron obligados a regresar. Los de Marruecos en su afán de conseguir el martirio, primero fueron maltratados y encarcelados, en Sevilla y cuando lograron llegar a Marruecos fueron decapitados un 16 de enero de 1220. Al tener noticias de sus martirios Francisco exclamó: "ahora tengo cinco verdaderos hermanos menores". La misión de Siria echó raíces sin dificultad en las tierras controladas por los cruzados.
Sobre este capítulo, podemos valorar[3]:
- Que La vocación misionera, la de ir entre infieles, al igual que la vocación evangélica es también inspiración divina. Es un llamamiento especial que da al hermano un verdadero derecho a realizarlo. Por eso enseñaba que "la obediencia más perfecta de todas, en que no tiene parte la carne ni la sangre, es aquella por la que se va, por divina inspiración, entre los infieles, bien sea para salvar al prójimo, bien por el deseo del martirio. Pedirla lo consideraba cosa muy grata a Dios". (2C 152)
- Que la vocación misionera es vista exclusivamente como vocación al martirio, así lo expresan las antiguas fuentes franciscanas, lo viajes de Francisco tienen esa finalidad. Tanto el texto bíblico introductorio como, sobre todo, los que se añaden al final del capítulos tienen un sentido martirial.
Pero Francisco considera semejante disposición como una actitud que debe ser común a todos los hermanos, no sólo a los misioneros: "Y todos los hermanos, donde quiera que se hallaren, recuerden que se entregaron a sí mismos y abandonaron sus cuerpos al Señor Jesucristo; por amor suyo han de exponerse a los enemigos visibles como invisibles…" (RnB 16,10s). Más tarde escribirá san Buenaventura: "Los que piden ser recibidos en nuestra Orden, han de venir dispuestos para el martirio"[4].
Todo esto nos enseña que en San Francisco no influyó la fascinación del martirio en sí mismo y por sí mismo, sino como consecuencia posible, que había que afrontar valerosamente, en una acción misionera para convertir a los infieles. Ésta es la impresión general que produce tanto el comportamiento del santo, como su actitud personal que excluyó hasta el más mínimo gesto provocativo o desafiante, esto quedó de manifiesto en el Capítulo 16, la misión debe darse en dos tiempos: el de vivir espiritualmente o de vivir entre los hombres y en el momento oportuno anunciar la palabra. (RnB 16, 6-7)
Los seguidores de Francisco lógicamente están empapados de toda esta enseñanza.
En la historia ha habido tiempos, o, oleadas de mártires, el tiempo de las cruzadas, en la lucha entre cristianos y musulmanes: mencionamos a los Mártires de Marruecos, pero también murió Ramón Lulio, en Túnez, (1315). Él enseñó a comprender el Islam, además de ser un gran conocedor de lengua. También hubo mártires en tiempo de la reforma (s. XVI), en Inglaterra: el beato John Forest, en los Países Bajos y otros lugares.
Igualmente, cuando se evangelizó el oriente, la difusión de la fe le valió la muerte a san Pedro Bautista y a sus numerosos compañeros en 1597 en Nagasaki (Japón). El imperio nipón multiplicaría los santos mártires franciscanos, religiosos y laicos terciarios entre los años 1617 y 1632. La revolución francesa (1789) será el nuevo lugar de enfrentamiento no sólo de las antiguas y nuevas ideas en cuestión política, sino además ocasión para dar testimonio de la pureza de la fe. La última generación de mártires franciscanos pertenece al Siglo XIX. Desde Juan de Triora, estrangulado en Tchang Cha, en Kiansi (China), en 1816, hasta las víctimas de los boxers, que asesinaron a dos mil cristianos, entre ellos dos obispos franciscanos. Entra en el listado Maximiliano Kolbe, muerto en campo de concentración de Auschwitz[5].
II. Mártires franciscanos en el Perú
Conviene indicar que la orden franciscana en el Perú tiene una presencia desde los primeros momentos de la conquista del Perú. Los primeros frailes desembarcaron, por el hoy puerto de Paita, y según refieren las crónicas, fueron doce los primeros frailes que llegaron a nuestras tierras; este hecho fue tan significativo que cuando se fundó la primera provincia franciscana en el Perú, fue nominada como "DOCE APÓSTOLES".
Sabemos igualmente que el trabajo evangelizador de todas las órdenes religiosas, durante el primer siglo de nuestra historia colonial, fue muy ardua y ésta se concentró en lo que denominamos la costa y la sierra. La selva poco o nada se hizo por su evangelización. Muchos de los autores refieren que ni los mismos Incas, fueron capaces de conquistar este inmenso territorio. Éste permaneció impenetrable.
La historia nos detalla que el primer grupo de frailes que entró a la selva fue liderado por el Padre Bolívar, que partió desde Huánuco en 1619. Al poco tiempo se destaca la presencia del P. Fr. Felipe Luyando, iqueño, quien se propuso como meta evangelizar a los panatahuas[6] (1631), partiendo desde nuestro convento San Bernardino de Huanuco.
La historia del martirio de los frailes franciscanos en nuestras tierras peruanas, y sobre todo en nuestra amazonía, se debe en gran parte a la decidida acción evangelizadora de muchos de ellos, que penetraron en lugares donde nunca otros habían ingresado, haciendo explicito el mensaje de Jesucristo: "vayan y hagan discípulos a todos las gentes y bautícenlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a guardar todo lo que yo los he mandado" (Mt. 28,19-20a.).
Nuestra historia martirial, está unida a la evangelización, por eso la mayoría de estos frailes, hombres de Dios, que en su afán de llevar a los lugares lejanos la palabra de Dios, se convirtieron en verdaderos exploradores, fueron los primeros descubrir lugares, y luego darlos a conocer, describiendo esta geografía con sus ríos y valles, y sobre todo, con sus habitantes que encontraron. Igualmente se convirtieron en verdaderos lingüistas, porque al querer tener un contacto más cercano, sintieron la necesidad de comunicar la doctrina cristina, en sus propias lenguas, esto les llevó a aprender las diversas lenguas, de las cuales compusieron vocabularios y gramáticas, algunos incluso elaboraron la doctrina, los catecismos en las lenguas de los naturales.
Esta acción evangelizadora fue desde sus comienzos cruenta, los franciscanos fuimos quienes más vidas perdimos en esta ardua labor. Con su sangre tiñeron las selvas vírgenes y los caudalosos ríos. Muchas veces fueron vidas jóvenes que violentamente quedaban truncadas extraordinariamente, muchos murieron a manos de los infieles, entre los que se destacan los shipibos, y piros que son considerados como las etnias más sanguinarias.
En total se cuenta a 72, los religiosos franciscanos que inmolaron sus vidas en manos de las tribus selváticas de nuestra amazonía peruana, sin embargo tanto P. Fr. Julián Heras[7], como P. Fr. Antonio Goicoechea advierten que la lista puede aumentar, ya que ellos mismo anotan a otros, que no necesariamente murieron a manos de los indígenas, sino de aquellos que perecieron ahogados en los ríos. Es así, que P. Julián Heras destaca a los siguientes: el P. Antonio Gallisans, que pereció ahogado en el Río Tulumayo (+1842); el P. Ramón Busquets (+ 1846), haciendo una expedición se ahogó en Urubamba; El P. Ignacio María Tapia (+1878), que murió ahogado en el río Tamaya; el P. Mauro Rodríguez, (+9-2-1967), se ahogo al atravesar el Río Yochegua, afluente del Apurimac; El P. A. Goicoechea además de los mencionados agrega a esta nomina al P. Carlos Cantella, (+1984) ahogado en el río Tambo[8].
Y aún hay más, porque A. Goicoechea a esta lista de los ahogados, agrega a la lista de los mártires a aquellos que sufrieron durante largos años la terrible enfermedad de la lepra, quienes murieron santamente como los Padres: Luis Estaper (1887-1939) P. Nicolás Giner (1876-1949) P. Bernardo García (1913-1967) y P. Santiago Santamaría (1920-1983)[9]. Apoyándose en san Pablo que dice, que los mártires completan en su carne, con alegría, la pasión de Cristo en su Cuerpo que es la Iglesia (Cfr Col 1,24)[10].
2.1 Nomina de los mártires franciscanos[11]
1. Fr. Jerónimo Jiménez (+1637)
2 P. Cristóbal Larios (+ 1637)
1. P. Matías Illescas (+1641)
2. Fr. Francisco Piña (+1641)
3. Fr. Pedro de la Cruz (+1641)
4. N N (+1642)
5. N. N. (+1642)
6. – 12 N.N.(+1657)
13-17. P. Francisco Mejía (+1670[12]) + cuatro hermanos legos más.
18.P. Alonso de Madrid (+1670[13])l
19.Fr. Antonio Acevedo (+1670)
20.P. Francisco Izquierdo (+1674)
21.Hno. Andrés Pinto (+1674)
22.P. Francisco Carrión (+1674)
23.Fr. Antonio Cepeda (+1674)
24.P. Manuel Biedma (+1687)
25.P. Juan Vargas Machuca (+1687)
26.P. José Soto (+1687)
27.Fr. Pedro Álvarez (+1687)
28.Hno. Pedro Laureano (+1687) Callao
29.P. Blas Valera (+1694)
30.P. Juan Zavala (+1694)
31.P. Francisco Huerta (+1694)
32.P. Jerónimo de los Ríos (+1704)
33.Hno. Juan Delgado (+1718)
34.Tomás de San Diego (+1721)
35.-36. P. Fernando de San José (+1724) Hno. Donado (N.N,)
37. Fr. Lucas de Jesús (+1724)
38. Fr. Tomás de San José (+1724)
39. P. Manuel Bajo (+1737)
40. P. Cristóbal Pacheco (+1737)
41. P. Alonso Del Espíritu Santo (+1737)
42. Hno. Juan De San Antonio (+1737)
43. Hno. Simón de Jesús (+1737)
44. P. Domingo García (+1742)
45. P. José Cabanes (+1742)
46. Hno. José de Jesús (Tenorio) (+1742)
47. P. Manuel Albarran (+1747)
48. Fr. Fernando de Jesús (+1747)
49. Hno. Jacobo (+1747)
50. P. Antonio Caballero (+1757)
51. P. Francisco Francés (+1763)
52. P. Roque Aznar (+1766)
53. Hno Manuel Ranero (+ 1766)
54. P. Juan de Dios Fresneda (+1766)
55. Fr. Francisco Jiménez (+1766)
56. P. Mariano Herranz (+1766)
57. Fr. Antonio Goroztiza (1766)
58. Fr. Alejandro de las Casas (+1766)
59. Fr. José Caballero (1766)
60. Hno. Manuel de Animas (+1766)
61. P. Juan de Santa Rosa (1766)
62. P. José Miguel Salcedo (+1766)
63. P. José Jaime (+1766)
64. P. José Menendez (+1766)
65. Fr. Manuel de San Pablo (+1766)
66. Hno. Andrés Bernal (+1766)
67. Hno. Mauricio de san Francisco (1766)
68. Hno. Hipólito de Jesús (+1766)
69. P. Juan Crisóstomo Cimini (+1852)
70. P. Feliciano Morentin (+1852)
71. Fr. Andrés Bertona (+1852)
72. P. José Romaguera (+1896)
III. Martirios significativos:
1. Los Proto- mártires Fr. Jerónimo Jiménez y P. Fr. Cristóbal Larios (1637)
Fr. Jerónimo de Jiménez era limeño de nacimiento. A los 23 años renuncia los bienes paternos y decide ingresar a la orden franciscana en el Convento de los Descalzos. Además tenía el titulo de Bachiller en artes y había cursado la teología. A pesar de su formación, por más que por obediencia le exigieron que se ordenase sacerdote, prefirió el estado laical.
Su labor misionera comienza, cuando por consejo de Fr. Bernardino Salas, le orienta hacia los puestos de misiones en los panatahuas. Nuestro fraile se encontraba en aquellos tiempos en Cusco, había llegado el 30 de septiembre de 1628.
Jerónimo Jiménez tuvo el privilegio de ser el compañero del P. Felipe Luyando, en la evangelización de los panatahuas. Hay que destacar que su presencia en la región fue extraordinaria, en Tarma, entre los Tinganeses, y en Tonua, como un verdadero misionero, en 1631, fundó una escuela en la que enseñaba a 50 niños a leer y ayudar a misa con éxito que, a pesar de tener que escribir el abecedario en tablillas de madera por falta de textos, según cuenta el mismo algunos aprendieron en una semana el alfabeto y con el tiempo llegaron hasta leer latín. Además él aprendió el idioma de la región. Aquí permaneció tres años. En unas de sus entradas, a los diversos lugares circunvecinos terminó perdiéndose dieciocho días.
En 1635 pasó al Cerro de la Sal en el cual por espacio de dos años conmovió las regiones de Paucartambo, del Chanchamayo y del Perené y predispuso los corazones de los indios para ser regeneradores en las aguas bautismales. Fue en esta región que un 8 de diciembre de 1737 fue martirizado.
Tanto Amich como el cronista Córdova mencionan que Fr. Jerónimo Jiménez, ingresó por el pueblo de Huancabamba en el año de 1635, hacia el Cerro de la Sal y en Quimiri (hoy la Merced) fundó el primer pueblo con capilla[14]. Que se detuvo en los valles de Huancabamba y Oxapampa, como base para entrar con seguridad a las regiones inmediatas pobladas por indígenas Amueshas y Campas. Además descubrió una ruta posible: Huánuco, Huancabamba, Cerro de la Sal[15]. Ocasión propicia para no pasar por Tarma que era monopolio dominico y además permitía estar exentos del peligro físico causada por el paso de la serranía de Jauja[16].
Fr. Jerónimo en la planicie de Cerro de la Sal hizo levantar una Iglesia con la advocación de San Francisco, allí catequizó por seis meses a los indígenas amueshas[17], y entabló una cristiandad llena de fervor infundiendo a los neófitos un nuevo espíritu y reformando sus costumbres, labor que se entendió a los campas[18] que estaban en el pueblo de Quimirí, cuyo cacique Andrés Zampati había recibido el bautismo con anterioridad por los dominicos. El cacique a los ocho meses de conocerse con Fr. Jiménez le invitó a establecer una misión en Quimirí, que fue llamada por Fr. Jerónimo san Buenaventura.
Fr. Jerónimo durante el año de 1636 no se descuidó de la enseñanza cristiana y se dedicó al estudio de la lengua campa, que aprendió con expedición y gran gusto de los indios. Toda iba viento en popa, hasta que la conducta poligámica del Cacique Andrés Zampati[19] de hacerse con tres mujeres, mereció la amonestación paternalmente de Fr. Jerónimo. A pesar de quedarse con una de ellas, Zampatí buscaría el momento oportuno para tomar venganza de lo que creía era un agravio a su persona. Su amor que tuvo al misionero se convirtió en odio mortal[20].
Fr. Jerónimo a pesar de la situación difícil, continuó su obra catequética, y una vez preparados, y no siendo sacerdote, invitó al Padre Fr. Cristóbal Larios, que estaba en Huánuco para que hiciera la celebración de los sacramentos. El cual llegó prontamente.
Zampati después de haber fracasado en un primer intento de dar muerte a los misioneros, no desaprovechó la ocasión que se le presentó cuando llegaron a Quimirí el P. Fr. Tomás Chávez, dominico, que buscaba la conversión de los infieles de aquellas comarcas, y que estaba acompañado de un grupo de soldados. El mismo informó que era fácil entrar al Perené, y visitar aquellas tierras, y que el P. Chávez hallaría buena acogida y cosecharía muy abundantes frutos; y que sobre todos los misioneros le podrían acompañar.
A pesar que conocía la verdadera intención, Fr. Jerónimo aceptó acompañar la expedición, y lo hizo para que el Padre Dominico no interpretase, como falta de caridad y envidia, además porque anhelaban la palma del martirio. El padre Tomás Chávez a los días de navegación se enfermó de gravedad, quedándose en el camino y cuando pudo regreso a Quimirí.
La caravana en la que iba Fray Jerónimo fue atacada río abajo por el Perené, en un punto, próximo a las cascadas. Los primeros en caer fueron los cinco soldados españoles. El cacique y su mujer y los balseros, saltaron al agua y a nado ganaron la orilla. Llovían las flechas hasta que murieron casi todos, menos un joven de catorce años, que mal herido pudo escapar y salvarse, sin embargo, los indios perdonaron la vida a Fr. Jerónimo, pero cuando el cacique llegó a tierra, mandó que le flechasen. Su mujer se esforzó por impedirlo, advirtiéndole que aquel Padre le había enseñado las oraciones, y su compañero le había bautizado; que ningún mal le había hecho.
Nuevamente intimó a que flechasen al fraile. Sin embargo no se animaban, en una tercera advertencia dos de los indios obedecieron: las dos saetas le dieron en el pecho, pero ninguna en el corazón.
El siervo de Dios viéndose herido, se puso de rodilla sobre los palos de la balsa; tomó en la manos el Santo Cristo, le miró con toda ternura que le inspiraba su ardiente amor, lo estrechó a su pecho con dulces lágrimas de júbilo por la dicha del martirio; luego con el crucifijo entre las manos, levantó con los ojos al cielo, su patria, a donde iba a volar sus alma; y quedo en aquella postura en coloquios dulces y ardientes con Dios y con María Santísima, su tierna madre.
Al negarse los indios a tirarle más flechas, Zampati se arrojó en persona al río, llegó a la balsa, tomó uno de los remos, y le dio dos golpes en la cabeza y lo dejo tendido y muerto. Esto sucedía un 8 de diciembre de 1637.
Después Zampati dio órdenes para buscar al P. Larios y sus compañeros y darlos muerte. Estos procedieron con cautela y los esperaron en lugar en que no les valiesen sus armas. Así el 11 de diciembre, fueron emboscados en una cuesta en donde no se podía subir sino valiéndose de ambas manos. Flecharon a la primera avanzada. el P. Larios, cayó rodando cuesta abajo, muriendo al instante.
Dos soldados pudieron salvarse de ambas masacres y estos fueron quienes dieron testimonio del final glorioso de estos dos religiosos[21].
2. Martirio de P. Matías Illescas, Fr. Francisco Piña y Fr. Pedro de la Cruz (1641)
El martirio de estos tres ilustres misioneros, es digno de consignarlo para nuestro conocimiento. Fr. Matías nació en Toledo (1617), habiendo tenido un buen porvenir como banquero en Lima, ingresó entre los franciscanos a los 21 años de edad, y apenas ordenado sacerdote pensó en los infieles y logró que le nombrasen en 1640 cura de la parroquia de Huancabamba, próxima al Cerro de la Sal. Sus compañero, ambos ecuatorianos, tanto Fr. Pedro de la Cruz como Fr. Francisco Piña ingresaron la orden franciscana en el convento de San Diego de Quito. Ambos vivieron muy unidos en las voluntades, y ambos resolvieron dedicarse a las misiones de infieles y solicitaron entrar a la provincia de los Quijos, en las riberas de los afluentes del Napo[22]. Igualmente ambos formando parte de una expedición misionera realizada en 1635 a la región amazónica, líderada por el P. Comisario Fr. Calderón, el cual significó una proeza, lamentablemente la corona decidió dejar como responsables de estos lugares de misión a los padres Jesuitas.
Situación que obligó a estos hermanos a venir a a Lima. Justamente no perdieron oportunidad por trabajar en el oriente ecuatoriano entrando por el Ucayali. Estos llegaron a Huancabamba, quienes contaron al P. Matías Illescas sobre la grandeza del Amazonas, de sus poderosos afluentes, y de la mucha gente que vivía en sus márgenes, que deseaban recibir el santo bautismo y abrazar la religión cristiana.
Fr. Pedro y Fr. Francisco tenían la convicción que llegarían a su destino final, según sus conocimientos geográficos ellos podrían bajar por el río Tarma y llegar hasta los quijos ecuatorianos del Napo subiendo por los ríos peruanos (Ucayali, Amazonas y afluentes) sin tener que pasar por las misiones de los jesuitas de aquel país. Así se embarcarían en Quimirí e irían río abajo, como Dios lo dispusiese, y un 3 de agosto de 1641 se embarcarían en la aguas del Perené. Nadie supo de ellos, hasta que 45 años después se conoció que habían sido alevosamente muertos por los Shipibos en el río Aguaytía[23].
Según un relato hecho, en 1686, por el P. Fr. Francisco Huerta, después de haber realizado en el Ucayali la conversión de los Cunibos, le dieron cuenta que hace 45 años habían visto dos religiosos como él, en una balsa, con dos españoles y dos indios campas, llevando algunas herramientas. Que éstos trataron por todos los medios de que no siguieran su trayecto, porque los Shipibos no les perdonarían la vida. Los Cunibos no supieron más de ellos; pero años más tarde observaron que los Shipibos tenían herramientas. E interrogados, dijeron que eran de unos Padres y Viracochas que vieron pasar por la desembocadura del Aguaitía, a quienes convidaron amigablemente, y luego mientras dormían les quitaron sus vidas y se hicieron con las herramientas que llevaban. Años después los Shipibos de Laguna afirmaron lo mismo al P. Vital[24].
3. Martirio del P. Manuel Biedma (+1687)
Manuel Biedma es uno de los grandes misioneros del siglo XVII. Ingresó a la orden franciscana el 17 de julio de 1658. Al poco tiempo lo vemos trabajando como misionero con la Callisecas o Shipibos en el 1663 y desarrolló una actividad misionera realmente extraordinaria por lo extenso de su ministerio (montañas del Pangoa, Mantaro, Apurimac, Tambo, Perené y Ucayali) y llena de descubrimientos y frutos misioneros. Escribió gramáticas, vocabularios y catecismos en campa, y relatos de sus viajes, el principal de los cuales es el Memorial al señor Virrey sobre las misiones de los indios Andes, escrito por orden del virrey Marqués de la Palata y preparado en 1683 y contiene un resumen de las actividades de las misiones franciscanas entre los años de 1640 y 1683, tiene un valor incalculable para conocer la geografía de entonces y de de las etnias que la habitan[25].
En tiempos en que sucedió su martirio, los franciscanos habían llegado hasta el río Ucayali, no lejos de la desembocadura del Pachitea, con dirección al sur y se instalaron con los Cunibos. Se fundo san Miguel de los Cunibos. Pero una dificultad surgió al encontrarse con los padres jesuitas, y siguiendo el dictamen de la prudencia, resolvieron retirarse para no dar margen a un conflicto que pudiera resultar poco edificante a los indígenas a quienes se quería evangelizar.
Respetando los dictámenes a favor de los Jesuitas, el P. Comisario General dispuso fundar y establecer una misión con el nombre de San Francisco Solano, en un punto entre el Tambo y el Ucayali, designado para esta empresa al P. Biedma. Tanto la autoridad política como los superiores de la Orden no detectaron el peligro a que se exponían a los misioneros al entrar en aquella coyuntura del río Tambo, cuyos márgenes estaban dominados por los piros, quienes eran los más agresivos de la región.
Teniendo todo disponible, P. Fr. Manuel Biedma partió acompañado de Fr. Juan de Varga Machuca y Fr. José Soto, del religioso lego Fr. Pedro Álvarez, y del hermano donado Pedro Laureano y varios indios cristianos. Entre la expedición no figuraban ni indios de guerra ni militares españoles y esto fue sin duda una omisión lamentable.
A principios de Julio del 1687 ya estaban los mencionados misioneros en el puerto de San Luis. Sería en la segunda o tercera jornada, cuando cayeron en una emboscada, donde la lluvia de flechas no dejó con vida a ninguno de los viajeros.
Sobre el Martirio de Biedma y compañeros no ha quedado una relación escrita, porque al parecer no hubo ningún sobreviviente de la masacre. Tradicionalmente se cuenta que P. Manuel Biedma murió cuanto trataba de proteger al niño cunibo de los golpes de la macana[26].
4. Mártires en tiempo de la sublevación de Juan Santos Atahualpa
En el año de 1742 después de la gran labor evangelizadora iniciada en el 1709, por el fundador del Convento de Santa Rosa de Ocopa, Fr. Francisco de San José (+1736), las misiones se encontraban en pleno auge, pero desgraciadamente sucumbieron por la aparición de Juan Santos Atahualpa, destrozando todo cuanto encontraba a su paso y reduciendo a la nada en poco tiempo la paciente labor de muchos años.
Según los datos que se refieren a Juan Santos, venía fugitivo del Cusco, a causa de haber dado muerte a su amo, un religioso de la Compañía de Jesús, y que para su seguridad en la montaña, se presentó como el descendiente legítimo de los antiguos incas[27]. Así en mayo de 1742, lo hizo ante Mateo Santebangori, Cacique de Quisopango en el Gran Pajonal, como el verdadero inca, descendiente de Atahualpa, además de presentarse cómo un gran mesías, salvador de toda dominación extranjera e injusta, según él proponía acabar cualquier tipo de esclavitud como obrajes, panaderías, etc. Discurso que sirvió para que pronto todos los grupos étnicos lo apoyasen y se alzarán en armas.
En poco tiempo Juan Santos Atahualpa se ganó la estima y las voluntades de las distintas etnias, infieles como cristianos, valiéndose sobre todo de magníficas promesas. Estaban con él los Piro, los Mochobos, los Simirinches, hasta los moderados Cunibos. Los indígenas del Pajonal, del Perené y Cerro de la Sal se sentían orgullosos de ser el centro de donde partía el nuevo movimiento.
Sin embargo, el cacique de Sonomoro se negó a darle su obediencia, y construyó un refugio para todos aquellos que negaran su obediencia. Hasta Sonomoro llegaron los fieles indígenas de Jesús María, Catalipango y Parica, incluso los conversores del Gran Pajonal Fr. Pedro Domínguez y Fr. Francisco Gazo creyeron prudente al verse abandonados de sus neófitos varones, refugiarse con los niños y mujeres en Sonomoro.
El movimiento también tuvo éxitos, gracias a la ineptitud de las autoridades de Lima, Jauja y Tarma. La rebelión duró más de diez años y que terminó con todas las misiones franciscanas.
a. Martirio del Padre Fr. Domingo García y compañeros (1742)[28]
Cómo hemos mencionado, no se dieron hechos concretos para sofocar la rebelión de Juan Santos Atahualpa. La ocasión se presentó cuando fueron capturados tres indígenas partidarios de Juan Santos, en el pueblo de Nijandaris, poco distante de Quimirí. Estos propusieron entregar a Juan Santos si el padre Domingo García les acompañaba. El padre aceptó tal propuesta de ir a Cerro de la Sal a pesar que el Padre Arévalo buscó por todos lo medios de hacerlo desistir, porque conocía las verdaderas intenciones.
P. Fr. Domingo García partió acompañado del P. Fr. José Cavanes y el hermano Tenorio, y los tres indígenas, dos se estos luego se adelantaron con el pretexto de alistar las balsas, para pasar al río Paucartambo, pero en realidad iban a advertir a los suyos para que preparasen la matanza. Llegados los misioneros a las riberas de este río, en el punto más cercano a la cumbre del Cerro de la Sal, aparecieron en la banda opuesta, junto con los dos indios, que se adelantaron, otros no pocos, dolosamente alegres, risueños y fingiendo amistad.
Consecuentes con su actitud, pasaron con presteza en balsa a los misioneros, y a nado las mulas. Luego embarcaron en una balsa a los tres misioneros; y cuando se hallaban en el punto más peligroso, les voltearon la balsa, mientras ellos luchaban con la corriente impetuosa y con los peligros de la muerte, ansiosos de ganar la orilla, fueron atacados por un grupo que salieron del espeso bosque y dispararon sus flechas sobre los náufragos. A pesar de los disparos, los misioneros se iban acercando a la ribera, ya mortalmente heridos.
El padre Cavanes, reparando que ya se desangraba del todo por innumerables heridas y que le iban dejando los últimos alientos, acordándose de la agonía de nuestro S. Jesucristo y con gran deseo de salvación de sus mortales perseguidores, dijo en alta voz; "Amorosísimo Padre y Señor Mío, perdónales por tu infinita misericordia, pues no sabe lo que hacen". Y acabando de hablar así su cuerpo se inclinó y se desplomó al río, para ser arrastrado por las ondas. El P. Domingo llegó a la orilla, donde fue masacrado a golpes. Luego le cortaron la cabeza, que fue recogida y enterrada en la Iglesia del Cerro de la Sal por uno de los indígenas menos malévolo, su cuerpo fue arrojado al río y arrastrado, al igual que la de sus compañeros. Esto sucedió un 21 de setiembre de 1742.
Posteriormente el P. Arévalo recogió la cabeza del Padre Domingo García, que se hallaba incorrupta, todo un milagro, ya que es fácil que toda carne se descompone en menos de veinticuatro horas. Tanto su cabeza como sus huesos rescatados del río fueron trasladados y enterrados en Ocopa.
Juan Santos Atahulapa se hizo fuerte, más aún cuando capturó el fuerte de Quimirí construido por los españoles. Esto sucedió a fines de diciembre de 1742. Toda la fuerza militar que había quedado disminuida terminó sucumbiendo frente a una gran multitud de indígenas.
b. Martirio del P. Manuel Albarrán y Compañeros (1747)[29]
En 1746, el 20 de agosto, se determinó construir dos fuertes: uno en Chanchamayo y otro en Oxabamba para contener el avance y audacia de los infieles, y a los habitantes de la sierra impedir su entrada a la montaña.
Para estos años El P. Manuel Albarrán concentró todos sus cuidados a la conservación de la cristiandad de Sonomoro. Debido a que se dio por perdidas las esperanzas de lograr recuperar Huancabamba, Oxapampa, Cerro de la Sal, el Gran Pajonal, Chanchamayo, Metraro.
El P. Albarrán, por estos tiempos, recibió la información, que en la montaña de Acon que confina con la provincia de Huanta, los indios infieles que suelen salir a los cocales de dicha provincia, decían que querían tener paz con todos y ser cristianos; y que si los padres entraran por allí, les recibirían con amor, y les entregarían al rebelde.
El Padre Albarrán pensó que no podía perder aquella coyuntura para lograr una entrada franca a la región de Pangoa por la provincia de Huanta; y en el mes de febrero de 1747, salió de Ocopa acompañado de Fr. Fernando de Jesús y del hermano donado Jacobo.
En Huanta amplio sus informaciones sobre el animo de los mencionado infieles, por el cual se decidió seguir su expedición. Acompañaron la expedición diez soldados españoles y veinte indios cargueros, y salieron de Huanta a mediados de marzo, el 28 de aquel mes estaban en las márgenes del río. Era martes santo, y pasaron la noche en aquellas riberas, con las balsas ya listas para pasar el río al día siguiente.
El padre Albarrán no ignoraba que aquel sitio era de los más peligrosos; y así exhortó a todos de la comitiva a que se confesasen, y él con sus compañeros religiosos pasaron toda la noche en oración. Algunos indígenas serranos los abandonaron antes del amanecer.
Celebró la misa el miércoles santo con gran devoción y recogimiento. Estaban agradeciendo por la comunión, cuando sorpresivamente se vieron cercados de una muchedumbre de indios, que luego arrojaron sobre ellos una lluvia de flechas. Vanos fueron los esfuerzos para demostrarles su amistad y benevolencia. Los militares fueron apabullados por el gran número de los nativos.
Se conoce este relato, porque uno de los cargueros de Huanta, que permaneció escondido en el monstruo paraje pudo ver la ejecución de los misioneros. Este testigo salió para Huanta, el 14 de abril de aquel año de 1747 y contó lo acaecido al padre Fr. José de San Antonio y a Fr. Juan Raimondez, que estaban en Huanta de paso a España por la vía de Buenos Aires.
Las causas de este martirio no sólo se debió a la influencia subversiva de Santos Atahualpa, ni la malevolencia de los Campas, o Simirinches o Piros. Según declaración de Juan de Cáceres, comerciante de coca, y la que agrega el P. Fr. José de San Antonio, se debió especialmente, a unos refugiados en esta zona, perseguidos por la justicia por haber cometido homicidios, quienes instigaron a los indígenas para matar, según ellos a los intrusos, lógicamente con la finalidad de no ser descubiertos, estos hombres también habrían influenciado en los indígenas para dedicarse al pillaje en las fronteras y otras cosas inauditas.
La revolución de Juan Santos Atahualpa siguió su curso, en el año 1751, se encaminó a castigar a los Simiriches y Antis que se encontraban en Sonomoro, quienes se habían negado a someterse a su autoridad. Luego de devastar Sonomoro, en 1752 salió a la sierra, Andamarca, para solicitar el rendimiento de los cristianos indígenas a su autoridad. Encerró en la cárcel a los padres Fr. Juan de Dios Frezneda, y a Fr. Mauricio Gallardo. Sin embargo, no consiguió que se sometieran a su autoridad, después de saquear al pueblo, lo incendió, intentando que los misioneros murieran en dicho incendio, felizmente fueron rescatados antes de que las llamas hagan estragos en ellos.
Este hecho sería el inició de su final, se retrajo a las vencidades de Metraro, Eneno y Pichana. Santos Atahualpa no sería ya el señor del Perú y de las Américas; porque se oponía a este intento, la insuperable barrera de la indolencia e insensibilidad de los serranos. Se cree que murió entre los años de 1755 -1756.
5. Martirio de P. Cimini y compañeros (1852)[30]
Fr. Crisóstomo Cimini fue el primer misionero que entró a las misiones ayudar al P. Fr. Manuel Plaza quien se encontraba sólo desde la clausura del convento en 1824, esto sucedía en 1840. Cimini que era italiano de nacimiento vino a Perú para incorporarse al Convento de santa Rosa de Ocopa siendo aún corista (estudiante) y se ordenó sacerdote en Lima, el 4 de abril de 1840.
Fr. Crisóstomo Cimini igualmente trabajó incansablemente en las márgenes del Ucayali y sus afluentes. Fue un misionero muy solícito en organizar el trabajo apostólico en los diversos centros establecidos allí, y sobretodo en facilitar a los misioneros el ingreso y la salida de aquella lejana región.
Cuando volvió a Ocopa, realizó un impresionante trayecto, debido a que pasó del Ucayali al Huallaga, de éste a Balsapuerto, de aquí a Moyobamba, luego a Trujillo, de Trujillo a Lima, y de Lima a Ocopa. Su finalidad fue siempre encontrar la mejor vía para llegar con prontitud y con menos dificultad a estos lugares.
Fr. C. Cimini tuvo el firme propósito de restaurar las conversiones de Huanta, abiertas con tanto éxito en tiempo del P. Manuel Sobreviela, y abandonadas al consumarse la independencia del Perú. Se conoce que desde el 1781 se fueron estableciendo importantes conversiones, tanto a orillas del río Mantaro como en las riberas del Apurimac.
Ya en mayo de 1852 realizó una expedición fallida, él y sus compañeros estuvieron navegando el río Apurimac, incluso se salvaron de morir ahogados. En esta expedición iba acompañado del P. Fr. Juan Bautista Narváez. Sin embargo el percance no desanimo al Padre Cimini, conocedor sobre todo de la rica tradición de tantos hermanos franciscanos, quienes habían estudiado esta región, cuyos ríos cuencas y valles, como Sanabamba, Vizcatán, Simariba, Acón, Chognacota, no les eran desconocidos, y que además fundaron las misiones de Mantaro, Simariba, Intate, Maniroato y Quiemperic.
En ese mismo año después de haber estado presente en el Capítulo Guardianal de Ocopa, emprendió de nuevo su viaje por las márgenes del Mantaro y Apurimac, acompañado del P. Feliciano Morentín y de Fr. Amadeo Bertona. Cimini había escrito, antes de salir, al P. Calvo, previniéndole que si no le era posible restaurar nuevamente las conversiones de Huanta, bajaría a Sarayacu.
El relato del martirio del Padre Cimini y compañeros está envuelto de misterio, y cubierto de oscuridad. Hay distintas versiones. En Huanta se asegura que la muerte violenta de los padres fue entre Chaymacota y Catongo. Sin embargo tanto la Historia de las misiones de Ocopa, y un folleto titulado Los campas. Descripción de los pasos y costumbres de la tribu que habita las regiones del Apurimac, por J.G. impreso en 1868. Describe los hechos con bastante acierto.
Al parecer los misioneros fueron bien acogidos, sin embargo pronto cambiaron sus sentimientos, seducidos por el intérprete, que estos misioneros no eran tales en realidad, sino que venían con otros fines, el de robarles sus mujeres e hijos, para hacerles trabajar como esclavos en sus haciendas, arremetieron contra los padres asesinándoles cruelmente con sus flechas y macanas.
El folleto en mención, describe: que los infieles trataron a los padres con respeto, porque la misión les traería grandes beneficios a ellos. Pero que en esa época se hallaban dos individuos escondidos por diversos crímenes. Perseguidos por la justicia, advirtieron que la presencia de los misioneros, no les era nada favorable, y conspiraron el modo de expulsar a los misioneros.
Para tal efecto, aseverando que esos hombres no eran realmente bondadosos, como suponían, sino unos soldados disfrazados para abusar de la sencillez de ellos, y que más tarde serían perseguidos, privados de sus comodidades, hijos y mujeres, y que andarían errantes sin tener como reunirse entre ellos. Con tales ideas, expuestas a los indígenas, estos reunieron y dialogaron la forma de deshacerse de los misioneros.
Resolvieron asesinarlos, creyendo que era el último remedio, y porque también atizaban tal decisión los malvados intérpretes, proponiendo que sea lo más pronto; y en efecto así actuaron, cuanto menos lo pensaron los misioneros y con la mayor serenidad, consumaron la muerte de todos ellos volteándoles la canoa en que iban navegando por el río Apurimac.
El sabio Raimondi calificó "sea como fuere, lo cierto es que tanto la religión como la ciencia geográfica perdieron con el P. Cimini un valeroso y abnegado campeón". La necrología del Convento fecha su muerte el 30 de noviembre de 1852.
A modo de conclusión
La presente relación nos ha permitido
- Sacar del olvido a un número considerable de religiosos franciscanos que vivieron con autenticidad su vocación religiosa, sacerdotal y misionera, que fueron capaces de entregar la vida al igual que el Maestro.
- Conocer la inmensa actividad evangelizadora desarrollada por nuestros mártires franciscanos, y quizás reconocer que ellos con su muerte no sólo testificaron a Cristo, sino que fueron semilla de lo que actualmente es nuestra Iglesia del Perú, sobre todo en aquellos lugares en que murieron y hoy son iglesias locales. Tarma, Huanuco, Huancavelica.
- Conocer que la muerte de los frailes franciscanos en muchas ocasiones se debió a la inconstancia y artimaña de los indígenas. Recordar que varios misioneros murieron al amonestar ciertas conductas que el evangelio jamás permite, por ejemplo, la poligamia, sobre todo, de los caciques que después de haberse bautizado volvieron a sus antiguas costumbres. La corrección por parte del misionero llevó consigo el odio y posteriormente la muerte.
- Igualmente conocer que el misionero tuvo un enemigo en aquellos refugiados en estas zonas, que perseguidos por la justicia movieron cielo y tierra, con tal de no tener cerca de ellos a un ser que podría delatarles y por tanto perder su libertad, hasta inventaron falsos supuestos que a las finales costó la vida al misionero.
BIBLIOGRAFIA
Libro de incorporaciones y desincorporaciones Colegio de Propaganda Fide de Ocopa, Introducción y notas Fr. J. HERAS, Lima. Imprenta Editorial San Antonio, 1970, 151.
GOICOECHEA, A., El convento de Ocopa. Su influjo histórico-misionero y cultural en la provincia misionera de san Francisco Solano del Perú. Lima, Ediciones Centenario, 2007.130.
IRIARTE, L., Vocación Franciscana. La opción de Francisco y Clara de Asís. Síntesis de los ideales de san Francisco y santa Clara. Valencia, Editorial Asis, 1989, 378.
IZAGUIRRE, B., Historia de las misiones franciscanas y narración de los progresos de la geografía en el oriente del Perú. Nueva edición preparada por F. SAIZ: Vol. I (1619-1767). Lima, 2001. Vol. II (1772-1794) Lima, 2002; Vol. III (1781-1815) Lima, 2003; Vol. IV (1795-1897) Lima, 2003. Vol. V (1852-1921) Lima 2004.
MANSELLI, R. Vida de san Francisco de Así, Oñati (Guipúzcoa), Editorial Franciscana Aránzazu, 1997. 356.
ROTZETTER, A.; VAN DIJK, V.; MATURA, T., Un camino de evangelio. El espíritu franciscano ayer y hoy, Madrid, Ediciones Paulinas, 1984, 343.
Convento de Santa Rosa de Ocopa, agosto 2011
Fr. Jorge J. CAJO RODRÍGUEZ. OFM
[1] L. IRIARTE, La vocación franciscana, p.361.
[2] R. MANSELLI, Vida de San Francisco de Asís, 1997. p. 216.
[3] Cf. L. IRIARTE, Op.Cit. p.364-365
[4] L. Ibid. p.366.
[5] Cf. W. VAN DIJK, El Espíritu franciscano a través de los siglos. En Un Camino de Evangelio. p. 175-176
[6] Según la Obra de B. Izaguirre, los panatahuas era una raza aguerrida y vigorosa, que vivían en la margen izquierda del río Huallaga. Vol. I. p. 101. El P. F. Luyando "empleo diez años de su labor a evangelizar a los Panatahuas, extirpó la superstición, bautizó, y logró unirlos con el sagrado vinculo del matrimonio. Formó familias de ejemplar piedad, etc" Vol. I. p. 137. Además ver AIA 30 (1928) 55 y 2(1942) 436.
[7] J. HERAS publicó la nomina de 72 religiosos como Apéndice del Libro de incorporaciones y desincorporaciones del Colegio de Santa Rosa de Ocopa, 1970.
[8] A. GOICOECHEA, Convento de Ocopa, p.105.
[9] Ibid. 105
[10] Ibid. p.105.
[11] Ver nota 7.
[12] B. IZAGUIRRE, sobre el martirio de P. Francisco Mejía lo sitúa en 1667. Ver p. 162.
[13] Ibid., Caso parecido en el mismo año de 1667. Además anota que fueron martirizados tanto Fr. Francisco Mejía y P. Alonso De Madrid el hermano Antonio Acevedo.
[14] Cf. B. IZAGUIRRE., Vol. I, p. 186.
[15] Cerro la Sal es un ramal de la cordillera oriental andina. Se hizo famosa por tener un potente veta de sal gema, hasta ahí llegaban los nativos de lugares circundante. El Cerro de la Sal llegó a ser un lugar de mucha importancia y decisiva para la labor de la misión franciscana. Sus depósitos de sal satisfacían la necesidad de este elemento esencial para la alimentación de las tribus no sólo de la zona, sino también de otras muchas interior de la selva.
[16] B. IZAGUIRRE, Vol I, p. 186.
[17] Los Amueshas moraban los pequeños ríos el Paucartambo, el Palcazu, Pozuzo, el Mairo y, parte del Pichis y algunos afluentes del Pachitea.
[18] Los campas era una nación numerosa, notable por su nativo orgullo, muy extendida por las márgenes de grandes ríos, como Perené, Tambo, y la parte más elevada del Ucayali y el Apurimac.
[19] Andrés Zampati ejercía su poder no solo en Quimirí y Nijandáris, sino también en el Perené, y hasta la región de los Andes,
[20] B. IZAGUIRRE, Vol I, p. 194
[21] Según el P. Tena el lugar de la muerte de Fr. Jerónimo Jiménez, se llamaba Avitico (f.107) y el lugar de la segunda masacre cerca de Epilo, lugar que posteriormente formó parte de Eneno, según se deduce de la carta de Juan Fernández Durana a don Juan de Espinosa, corregidor de Tarma (BNM ms 2950 ff.110-111) Además Cf. B. IZAGUIRRE Vol. I, Nota 161. p.199.
[22] Ibid., Vol I. notas 169 y 170 p. 210
[23] Cf. Ibid., Vol. I. p. 214-215
[24] Ibid., Vol. I. nota 178 p.215.
[25] Cf. Ibid., Vol. I. nota 193 p. 227-228.
[26] Cf. Ibid., Vol. I. nota 276. p.337
[27] Cf. Ibid., Vol. I p. 470-471.
[28] Cf. IZAGUIRRE. Op. Cit. p. Vol. I. 486-489.
[29] Cf. Ibid., Vol. I. p. 502 -504
[30] Cf. IZAGUIRRE. Op. Cit. Vol. IV p. 220