Martyrs

Publicado el 18 junio 2013 por Fiebredecabina
El género o la nadaNo es casual que una película como Martyrs (2008) haya sido objeto de críticas y comentarios en esta web en numerosas ocasiones. El extraordinario trabajo técnico, su explícito contenido violento y la feria mediática desarrollada en torno a este film justifica más que de sobra que pase a los anales de la historia del fantástico contemporáneo, aunque el en futuro, ya veremos si es que llegamos a él o una plaga o desastre natural no nos sume a era postapocalíptica con la que tanto nos deleitamos en la pantalla. Martyrs no habla precisamente de eras postapocalípticas, ni de nuevas religiones, tampoco es un thriller en el que los buenos acaban con los malos y restaurarán el orden. Todas esas referencias convencionales quedan muy lejos de esta cinta. Martyrs es un film que trata sobre el ejercicio de la violencia hasta sus últimas consecuencias. En este caso la violencia pretende ser justificada por la accesibilidad a un conocimiento proporcionado por los que, sometidos a un régimen de tortura extrema, llegan a un estado de conciencia tal que permiten ser mensajeros de lo que hay en el otro lado. En definitiva, un martirio. Este fue un proyecto largamente acariciado por Pascal Laugier, su director, quien tras el espaldarazo recibido a su mediocre El internado (Saint Ange, 2004) vio el cielo abierto para hacer cine con algunas de sus obsesiones e ideas más originales.En los pases proyectados dentro de los festivales especializados se produjeron acalorados debates en torno a lo que el director quería significar mediante este brutal despliegue de torturas y profanaciones del cuerpo humano. Se buscaban las claves que el realizador oculta en la película para que los espectadores se fueran con una idea cristalina del mensaje que Laugier quería transmitir; mensaje de inusual transcendencia en el cine fantástico pues los protagonistas, convertidos en nueva carne magullada, vapuleada y finalmente desollada, y por fin liberados de todas sus ataduras carnales, debían alcanzar el paraíso y transmitir tal gozo a los miembros de la secta que les había hecho el favor del martirio. Tales objetivos, inspirados en las historias de mártires elevados a los altares e incluso otros anónimos que fueron cultivados por la secta suponen el punto seminal de la película, si bien esta parte de la historia es desvelada en el tercer acto de la misma. La originalidad de dicho punto de partida remite a algunos de nuestros miedos conscientes, a nivel personal y social: el trauma violento, la culpa, el secuestro, la vejación, la anulación de la identidad y por último la violación del cuerpo a nivel casi biológico, son cartas que el director galo juega con habilidad, produciendo una angustia que viene arropada por impresionantes efectos de maquillaje. No en vano, Laugier fue reclamado por Hollywood para hacer el remake de Hellraiser, los que traen el infierno (Hellraiser,  1987) aunque finalmente fue desechada su participación.Sin embargo, y dejando aparte los numerosos méritos que tiene la cinta y reguero de acólitos que dejará tras suyo, el problema surge en ese mismo punto de partida que plantea interrogantes trascendentes a la lógica humana, y que nos llevan en el mundo de la mística, del cual renegamos todos hasta que ciertas preguntas aparecen delante de nosotros, sin darnos oportunidad a eludirlas pues, en definitiva, se trata de las eternas cuestiones del ser humano: qué somos, de dónde venimos, adónde vamos.Cuando Stanley Kubrick plantea a Arthur C. Clarke la escritura de la novela 2001, una Odisea en el espacio (2001, A Space Odyssey, 1968) pide al escritor de ciencia ficción que visualice lo que sería un viaje ultradimensional y un encuentro con una entidad inteligente. Lejos de presentar a un ser humanoide, director y escritor manejan una hipótesis más atrevida y menos entendible por el espectador, que es la de plantear estéticamente dicho viaje mediante un caleidoscopio de colores, brillos y sensaciones que acabarán con el astronauta Bowman en una aséptica habitación donde el tiempo y el espacio son convencionalismos rotos por la naturaleza incognoscible del supuesto que persiguen los creadores del film. Gran parte del público no estuvo de acuerdo en esta visión del viaje ultradimensional y la película es hoy una de las grandes incomprendidas y a la vez admiradas del cine fantástico, pero eso a Kubrick y a Clarke les dio igual. Ellos se arriesgaron y se apartaron de la complacencia para ofrecernos una visión personal, y ahí quedará para siempre, nos guste o no, el camino que escogieron. El camino de Laugier no tiene nada que ver con el de Kubrick. Es el contrario, es el de la cobardía.En los minutos finales de Martyrs, la protagonista, en pleno éxtasis, describe al oído a la jefa de la secta todo aquello que ve, comunicándole un mensaje o revelación del más allá. Es en este momento donde toda la película se desploma. Laugier es un buen técnico y planificador, pero como cineasta le queda mucho ya que no sabe rescatar al espectador del laberinto de horror y violencia donde le ha sumergido durante dos horas de metraje. El suicidio de la jefa de secta no responde al egoísmo de ésta para no compartir con sus discípulos el mensaje de la mártir, toda vez que ese mensaje permanece oculto al espectador. Más bien responde a la incapacidad de Laugier para mojarse en un tema tan trascendental, un escaqueo consciente de dar una opinión personal sobre el otro mundo y la relación de los humanos con él, y esto convierte a la película en un simple entretenimiento hiperviolento y gratuito.