Maruja mallo

Publicado el 27 febrero 2010 por Anarod


Llevo unos días inquieta.
Acabo de enterarme de que estuve casada.
En la ficción, eso sí. Pero igualmente la cosa resulta preocupante.
Ya soy consciente de que en la realidad estoy casada, pero ¿en la ficción también?
Y eso sí me preocupa.
¿No se trataba de, en la ficción, escapar a la realidad, negarla o sublimarla o embrutecerla, pero salirse de su orbe...?
¡Ay!
¡Qué jeroglífico, lo de Literatura y Vida o Ficción y Realidad!





Y es que detesto ese tópico del que tanto hablan algunos escritores cuando quieren hacerse misteriosos (que diría Rosa Chacel) y se despeñan por el barranco retórico para acabar aterrizando en el lugar común: es que los personajes se me rebelan.
Ese cuento ya nos lo contó (mejor o peor) Unamuno. A mí, pese a reconocer el esfuerzo de don Miguel por armarlo o blindarlo (retóricamente hablando), la cosa nunca me convenció. Yo suscribo lo que Javier Marías dice al respecto... que los escritores a quienes se les rebelan los personaje son unos pusilánimes.
(La vertiente graciosa es ver a según qué postmodernos recitando la doctrina añeja y a los periodistas culturales dedicándoles atención y tomando puntual nota para después contárselo a los lectores a quienes previamente les habían explicado lo de la autoficción y la transversalidad y la hibridación genérica).
¡Copistas!





Pero bueno, me acabo de enterar de que Maruja Mallo estuvo casada.
Nunca jamás sus amigos más íntimos (Rosa Chacel, Ramón Gómez de la Serna, Lorca, Miguel Hernández, Neruda) me dijeron nada al respecto. Tampoco ella. Ni su hermano Emilio, ni otros...
Menos mal que su incógnito marido era del POUM, al parecer, y según mis últimas noticias.
Lo que evitará un divorcio póstumo.





Pero me urge ir a Madrid y averiguar. Por eso ando inquieta, porque el tiempo no se serena y mi viaje requiere calma y no tormentas, aun por perfectas que sean.
Iré a Madrid y me perderé en las salas de la Academia de San Fernando donde -¡en buenahora!- por fin le están dedicando una Antológica a quien fue -dicen- la musa de la generación del 27, la Notre Dame de la alegría.






Mientras tanto...
releo el poema de Rafael Alberti, el verdadero, el que le dedicó a Maruja Mallo cuando vivían su Amor. Él escribía los versos que compondrían uno de sus mejores poemarios ("Sobre los ángeles") y ella pintaba la serie "Cloacas y Campanarios". Y versos y telas se reproducían, juntos o correlativos, en las páginas de "La Gaceta Literaria".




Es un poema que Alberti después eliminó de sus Obras Completas (o al menos de Sobre los ángeles, que es el poemario al que corresponde, donde sólo dejó un poema dedicado a Maruja Mallo y que tituló -¡ay, ay, ay!- "El ángel malo").
Pero el bueno, el de verdad, el excluído, es este poema quellevaba por título

La primera ascensión de Maruja Mallo al subsuelo

y dice así:

Tú,

tú que bajas a las cloacas donde las flores más flores son ya unos tristes salivazos sin sueños

y mueres por las alcantarillas que desembocan a las verbenas desiertas

para resucitar al filo de una piedra mordida por un hongo estancado,

dime por qué las lluvias pudren las hojas y las maderas.

Aclárame esta duda que tengo sobre los paisajes.

Despiértame.

Hace ya 100.000 siglos que pienso en que tú eres más tú cuando te acuerdas del barro

y una teja aturdida se deshace contra tus pies para predecir otra muerte.

El espanto que suben esos ojos deformados por las aguas que envenenan al ciervo fugitivo

es la única razón que expone mi esqueleto para pulverizarse junto al tuyo.

Una luz corrompida te ayudará a sentir los más bellos excrementos del mundo.

Periódicos estampados de manos que perdieron su nitidez en el aceite desgarran hoy el viento

y los charcos de grasa solicitan tus ojos desde los asfaltos reblandecidos.

Aceras espolvoreadas de azufre claman por el alivio de una huella

para que se agrieten de envidia esos vidrios helados que se abandonan a los terrenos intransitables.

Emplearé todo el resto de mi vida en contemplar el suelo seriamente

ahora que ya nos importan cada vez menos las hadas,

ahora que ya las luces más complacientes estrangulan de un golpe las primeras sonrisas de los niños

y exaltan a puntapiés el arrullo de las palomas

y abofetean al árbol que se cree imprescindible para el embellecimiento de un idilio o una finca.

Mira siempre hacia abajo.

Nada se te ha perdido en el cielo.

El último ruiseñor es el muelle mohoso de un sofá muerto.

Desde los pantanos,

¿quién no te ve ascender sobre un fijo oleaje de escorias,

contra un viso de tablones pelados y boñigas de toros,

hacia un sueño fecal de golondrina?

Hasta que llegue el momento de reencontrame con ella, la escucho y atiendo: