Las revoluciones democrático-burguesas de los siglos XVIII y XIX arrasaron generalmente con los vestigios y principios feudales. Se daba pasa a una nueva etapa histórica, a un nuevo modo de producción. Pero este paso fue imposible sin haberse desarrollado determinados paradigmas sobre las que basar la nueva sociedad capitalista. Estas ideas liberales e ilustradas son las que todavía hoy en día rigen nuestra sociedad. Liberté, égalité et fraternité. Los resultados están a la vista de todos. A la igualdad se le debería aplicar lo mismo que decía Lenin sobre la libertad. Eric J. Hobsbawn lo describe de este modo.
“La libertad y la igualdad ante la ley no eran en forma alguna incompatibles con una desigualdad real. El ideal de la sociedad burguesa-liberal está claramente expresado en estas irónicas palabras de Anatole France: «La ley, en su igualdad majestuosa, da a cada hombre el derecho a cenar en el Ritz y dormir debajo de un puente»”[1]
De este modo entramos en una primera distinción importante. La “igualdad ante la ley” y la “igualdad real”. Lo que se conoce como igualdad formal y igualdad material respectivamente. En consecuencia surgen las justificaciones para aplicar por ejemplo, medidas de discriminación positiva. Partiendo de la base de una desigualdad material, se deben aplicar las leyes y litigios en este sentido. De ahí la idea de Aristóteles de tratar igual a los iguales y desigual a los desiguales. “Así, pues, lo justo es algo proporcional.”[2]. En 1837, Marx en un carta a su padre ya daba cuenta de esta distinción.
Está claro que esta contradicción en el principio igualdad se revela de distintas formas. Pero el Estado, es defensor de intereses particulares. Y el Estado, como instrumento de la clase dominante, no acabará con este antagonismo. Si no que lo defenderá. Con relación a la censura prusiana, Marx escribe lo siguiente en 1842.
“La ley que incrimina las opiniones no es una ley del Estado para los ciudadanos sino la ley de un partido contra otro. Ella suprime la igualdad de los ciudadanos frente a la ley. No es una ley de unión sino una ley de separación y todas las leyes de separación son reaccionarias. No es una ley sino un privilegio. (…) en una sociedad en la cual un solo órgano se cree el único y exclusivo poseedor del Estado y en la cual un gobierno entra en una contradicción de principio con el pueblo y considera por ello su propia opinión, aunque ésta sea contraria a la naturaleza misma del Estado, como la opinión general y normal, la mala conciencia de la facción inventa leyes tendenciosas, leyes de venganza contra una opinión que sólo se encuentra entre los miembros del gobierno.”[3]
En la sociedad capitalista se revelan este tipo de escenarios. La libertad de expresión en este caso se reconoce como derecho igual para todos, pero su salvaguarda corre de manera diferente de acorde a la ideología. La presunta igualdad formal se manifiesta como compatible con esta desigualdad material. Se suponía que desterrado el feudalismo, se habían acabado las desigualdades de iure. Y en cierto modo es cierto. Pero de facto, no cambió nada. De hecho, cuanto más desarrollada esté una sociedad, mayor será la desigualdad.
“La cuestión de la propiedad, que en nuestra época es una cuestión mundial, no tiene sentido, pues, más que en la sociedad burguesa moderna. Cuanto más desarrollada está esa sociedad,(…) tanto más aguda aparece la cuestión social; es más aguda en Francia que en Alemania, en Inglaterra que en Francia, en una monarquía constitucional que en una monarquía absoluta, en una república que en una monarquía constitucional. Es así, por ejemplo, cómo las colisiones del crédito, de la especulación, etc., en ninguna parte son más agudas que en los Estados Unidos de América. Y en ninguna parte la desigualdad social se afirma más netamente que en los Estados del Este de la América del Norte, porque en ningún lado está menos cubierta por la desigualdad política”[4]
El Estado declara que todos los hombres son iguales por derecho y siguen siendo desiguales de hecho. Esa es la gran contradicción del Estado. Algunos hegelianos de izquierdas consideraban que esto se podría superar mediante la emancipación religiosa. El mérito de Marx reside en superar ese hecho.
“La miseria religiosa es, al mismo tiempo, la expresión de la miseria real y la protesta contra ella. La religión es el sollozo de la criatura oprimida, es el significado real del mundo sin corazón, así como es el espíritu de una época privada de espíritu. Es el opio del pueblo.
La eliminación de la religión como ilusoria felicidad del pueblo, es la condición para su felicidad real. El estímulo para disipar las ilusiones de la propia condición, es el impulso que ha de eliminar un estado que tiene necesidad de las ilusiones. La crítica de la religión, por lo tanto, significa en germen, la crítica del valle de lágrimas del cual la religión es el reflejo sagrado.(…) La crítica del cielo se cambia así en la crítica de la tierra, la crítica de la religión en la crítica del derecho, la crítica de la teología en la crítica de la política.”[5]
Lo que Marx nos dice en este fragmento es que la religión, no es más que la consecuencia de una situación material anterior. Por ello, sólo eliminando esta última se puede uno emancipar de la religión. En otras palabras, se debe superar el modo de producción capitalista. Porque la situación de la igualdad, es consecuencia del Estado, consecuencia por lo tanto de las relaciones de producción.
“Para que funcione la desigualdad de fondo hay que enmarcarla en un Estado que predice la igualdad de formas. La desigualdad social necesita la complicidad de la igualdad política. Para explotar a fondo al trabajador y sacar toda la plusvalía posible a su trabajo éste tiene que vender libremente su fuerza de trabajo.(…)Para que ese entramado funcione es necesario que las desigualdades sociales —el mundo del bourgeois— parezcan como algo privado, carente de significación política. La política, es decir, el Estado proclama que los individuos son libres e iguales. Lo que luego hagan con su libertad e igualdad es cosa de ellos. “[6]
Marx en “La cuestión judía” hace una diferenciación importante en relación con los derechos humanos. Distingue entre homme y citoyen. Contrapone al ciudadano como receptor de derechos civiles con el hombre egoísta, el hombre separado del hombre y de la comunidad. Para Marx la Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano complementa ambos. Lo que se nos viene a decir es que sólo habrá derechos humanos para el ser humano integrado en un Estado. De ahí la clave de la emancipación, que no se debe quedar en un mero análisis religioso. Debe ser con respecto a ese Estado.
En esta respuesta a Bruno Bauer nos habla de la igualdad como un consecuencia de la libertad, es decir, las desigualdades se manifiestan de acorde a esta. Esto nos recuerda a Tocqueville, que nos advertía que la igualdad y libertad no son compatibles en el sentido que una prevalecerá sobre la otra. Para él, debe ser la segunda quien lo haga. Esto es lo que ocurre en toda sociedad capitalista.
Pero todas estas menciones a Marx son de un Marx anterior a 1848, esto es un Marx todavía en proceso de formación y consolidación teórica, lo que puede dar lugar a alguna sorpresa en las lecturas de estos fragmentos. Pero a continuación trataremos la Crítica al Programa de Gotha, escrita en 1871, probablemente la obra más interesante de Marx en el tema que nos ocupa. En relación a una medida de los Lasallianos sobre el “reparto equitativo” y el “derecho igual”, Marx responde lo siguiente.
“A pesar de este progreso, este derecho igual sigue llevando implícita una limitación burguesa. (…) Este derecho igual es un derecho desigual para trabajo desigual. No reconoce ninguna distinción de clase, porque aquí cada individuo no es más que un trabajador como los demás; pero reconoce, tácitamente, como otros tantos privilegios naturales, las desiguales aptitudes de los individuos y, por consiguiente, la desigual capacidad de rendimiento. En el fondo es, por tanto, como todo derecho, el derecho de la desigualdad. El derecho sólo puede consistir, por naturaleza, en la aplicación de una medida igual; pero los individuos desiguales (y no serían distintos individuos si no fuesen desiguales) sólo pueden medirse por la misma medida siempre y cuando que se les coloque bajo un mismo punto de vista y se les mire solamente en un aspecto determinado; por ejemplo, en el caso dado, sólo en cuanto obreros, y no se vea en ellos ninguna otra cosa, es decir, se prescinda de todo lo demás. Prosigamos: un obrero está casado y otro no; uno tiene más hijos que otro, etc., etc. A igual trabajo y, por consiguiente, a igual participación en el fondo social de consumo, uno obtiene de hecho más que otro, uno es más rico que otro, etc. Para evitar todos estos inconvenientes, el derecho no tendría que ser igual, sino desigual.
En una fase superior de la sociedad comunista, (…) sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!”[7]
Lo que Marx aquí nos deja entrever no es más que una especie de reformulación de lo antes decíamos de Aristóteles. Pero más importante aún, Marx nos habla del comunismo donde única y exclusivamente se puede completar y desarrollar ese principio de igualdad, puesto que esto deriva de la propiedad de los medios de producción. Este añadido es lo importante.
En conclusión, el liberalismo y capitalismo presumen mucho de la igualdad de los ciudadanos bajo un Estado social, democrático y de derecho. Ahora bien, esta supuesta igualdad formal no se transforma en una material. Por ejemplo, si bien es cierto que empleador y empleado tienen a priori igualdad de condiciones en una negociación, es obvio que en realidad no. Rousseau nos dice lo siguiente:
“La verdadera igualdad no reside en el hecho de que la riqueza sea absolutamente la misma para todos, sino que ningún ciudadano sea tan rico como para poder comprar a otro y que no sea tan pobre como para verse forzado a venderse. Esta igualdad, se dice, no puede existir en la práctica. Pero si el abuso es inevitable, ¿quiere eso decir que hemos de renunciar forzosamente a regularlo? Como, precisamente, la fuerza de las cosas tiende siempre a destruir la igualdad, hay que hacer que la fuerza de la legislación tienda siempre a mantenerla.”[8]
En 1762 Rousseau ya anticipa una suerte de socialdemocracia y revela el verdadero carácter del Estado como amortiguador del antagonismo de clase. Pero, si tenemos en cuenta que la desigualdad es fruto del modo de producción capitalista y sobre todo inevitable, este tipo de medidas que dice el francés no son más que una especie de contrapeso que procura mitigar las consecuencias inherentes al sistema que sólo mediante su superación se solucionarán. Y esto, lo completaría Marx.
“En vez de la vaga frase final del párrafo: “la supresión de toda desigualdad social y política”, lo que debiera haberse dicho es que con la abolición de las diferencias de clase, desaparecen por sí mismas las desigualdades sociales y políticas que de ellas emanan.” [9]
• Citas:
[1] La era del Imperio, 1875-1914 , Eric Hobsbawm
[2] Moral a Nicómaco · libro quinto, capítulo III, Aristóteles
[3] Observaciones Sobre la Reciente reglamentación de la Censura Prusiana, Karl Marx
[4] La crítica moralizante y la moral crítica. Una contribución a la historia cultural alemana. Contra Karl Heinzen de Karl Marx
[5] Introducción a la Crítica a la filosofía del derecho de Hegel, Karl Marx
[6] La cuestión judía (introducción de Reyes Mate)
[7] [9] Crítica del programa de Gotha, Karl Marx
[8] El contrato social, Rousseau