Cuando acabe el invierno es la narración de lo concreto, de esas sensaciones que nos llevan a encargar unos guantes únicos, cuyo mayor valor es que son de una piel tan fina que se difuminan con la verdadera, para así no hacernos más daño, pero que sólo nosotros sabemos que están ahí como escudo que nos defiende del exterior. Esa segunda piel será de la que nos iremos desprendiendo en el camino del sufrimiento que todo ser humano necesita recorrer para intentar darle una nueva oportunidad a su alma. Y como no, Cuando acabe el invierno es la mejor metáfora para expresar los sentimientos de transformación de las otras mujeres que anidaron dentro de Mary Ann Clark hasta que surgió la nueva Mary; una mujer que, de cara al mundo, ya estaba dispuesta a amar otra vez, pero nunca a pasar página. En esta senda de disecciones a sangre fría, Virginia Woolf será su lectura de cabecera, y con ella, la exploración de un feminismo todavía inocente, pero crudo como la carne recién diseccionada en un matadero, que será la herramienta perfecta para lavar las heridas de la sinrazón que provoca la muerte; la muerte como ausencia, reproche y reivindicación de un espacio propio, el de la protagonista en la vida junto a su amado, Saul, pero también, el lugar del que a la fuerza debemos partir en busca de una nueva vida. Para ello, primero tendremos que vaciar la mochila de los viejos códigos que ya no nos van a funcionar, para más tarde, poder cargarla con los nuevos símbolos que compondrán nuestro futuro.
Cuando acabe el invierno es un tour de force sobre los recuerdos en la parte final de la vida de Mary Ann Clarke, una etapa en la que ya no nos hace falta justificarnos, y en las que las huellas del viento del tiempo son tan pronunciadas por dentro como por fuera. En ese instante en el que ya no engañamos a nadie, ni siquiera a nosotros mismos, es cuando desnudamos el alma sobre la mesa de los recuerdos; y en este caso, la escritora neoyorquina lo hace con un lirismo sublime y una prosa poética que te invita a leer una y otra vez las imágenes y sensaciones que es capaz de crear con las palabras: "En las playas azotadas por el viento había restos de otras vidas que había lanzado el mar hasta allí: con su pequeñez mostraban vidas también pequeñas quizá, pero había en ello algo que me ponía melancólica, pues me recordaban también a la muerte de mis padres en aquel barco bombardeado por los alemanes durante la guerra... El mar embravecido, sin embargo, me calmaba, y me consolaba de un modo que antes no había conocido. Más aún que las montañas y su muy distinta inmensidad.". Tan sublime es el estilo como desgarradora es la historia, pero es en esa capacidad de arrebato sensorial donde Mary Ann Clarke sale victoriosa, del mismo modo que ya hizo en esa pequeña joya literaria llamada Biblioteca de verano. Aquí asistimos a una literatura que no está de moda, diferente si se quiere, aunque más bien habría que concluir que verdadera como la más auténticas de las formas de expresión, de ahí, que haya que felicitar de nuevo a Editorial Periférica por seguir publicando a contracorriente libros verdaderos, cortos pero intensos, y cuya característica principal es que su prosa es de aquellas que siempre te dejarán huella más allá del autoritario paso del tiempo, y si no se lo creen, léanse El niño perdido de Thomas Wolfe para darse cuenta de lo que digo.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.