Coherente prolongación de su previo y ya espléndido AsturianUS, que insiste en la búsqueda de las huellas del pasado, en la memoria viva y en la memoria que se desvanece. En este caso centrándose en la peripecia existencial de Corsino Fernández, niño de la guerra depositado por su padre en el remolque de un camión en Moreda, concejo de Aller, y que por cuestión de una mínima confusión de nombres y lugares nunca pudo regresar a su verdadera casa. En lugar de eso recorrió las colonias y hospicios de Francia y el Norte de África hasta ser trasladado a los Estados Unidos donde fue brevemente acogido por varias familias, una de las cuales le dio su nuevo nombre Cole Kivlin. Nacía entonces por segunda vez. En 1996 decide revelar finalmente a su familia la verdad de su origen, reencontrándose entonces con quién fue y atisbando quien pudo haber sido: Corsino Fernández. Todo lo cual fue recogido en el libro colectivo We came alone. Trabajo sobrio y emotivo, de voces y rostros, de espacios y vacíos, la historia de un hombre contada por él mismo. Con sencillez. Ahí es nada.
02/03/2011. Ladrona por amor (Gambit), Ronald Neame, 1966, USA Moderadamente ingeniosa y divertida comedia sobre robos perfectos que se apoya principalmente en la muy screwball contraposición entre los estilos de sus dúo protagonista, chispeante Shirley MaClaine, impasible Michael Cane y se beneficia del concurso de un siempre genial Herbert Lom, quien mejora claramente al función con su papel millonario excéntrico e irónico. En definitiva material puramente sixties: sofisticación a cualquier precio, fotografía luminosa, colorido a tutiplén, planificación rebuscada, exotismo internacional y mucha ligereza dirigida con cierto garbo por Neame. Ingeniosa al comienzo, progresivamente rocambolesca luego, se olvida con la misma facilidad con la que se ve.
Finalizada la Gran Guerra un joven músico torturado por la imagen de un joven alemán al cual mato frente a frente en las trincheras resuelve acudir a visitar a la familia de este en busca de expiación, pero en al conocer a los padres del muchacho se verá incapaz de confesar. Impresionante drama íntimo filmado por Lubitsch entre sus chispeante operetas para/con Chevalier y que reivindicado no hace mucho aparece como una de las obras cumbre de su filmografía. Simultáneamente enérgico y contemplativo, emocional y reflexivo, dotado de un timming magistral y un sentido de la puesta en escena depuradísimo, desborda emotividad limpia y contiene uno de los finales más sobrecogedores de la historia. Lionel Barrymore da un recital como viejo médico que recupera la ilusión y el reparto reserva la aparición de la excelente actriz del mudo Zasu Pitts.
Modesto western Universal a todo color acerca del consabido enfrentamiento entre unos honrados mineros y un cacique local, con la particularidad de ser este el alcalde y que, de fondo, se dirime la independencia de California. Uno de los muchísimos westerns de su bien recuperable (e irregular) director, filmado con solvencia aunque sin demasiada pasión. Los primeros minutos, violentos y cortantes, resultan excelentes y aunque luego decaiga nunca llega a ser vulgar. Se sigue con (moderado) interés pese a estar ya mil veces visto, amén de contar con algún detalle interesante como el del sádico matón que compone Hugh O’Brian o la misma presencia de una actriz tan poco aprovechada como la sueca Viveca Lindfors, aquí como interés romántico de Richard Conte.
Uno de los trabajos más sólidos de su autor durante los ya decadentes 70 que supone una variación abiertamente folletinesca y exaltadamente melodramática de la previa “99 mujeres”. Así nuevamente el escenario es un penal (doble en esta ocasión) en el cual los jóvenes protagonistas, purísimos, son encerrados/destruidos por la envidia/placer de una pareja mayor de depravados corruptores. Temática sadiana particularmente querida por Franco que aquí una óptima plasmación. Abierta a todo tipo de influencias enriquecedoras, mucho mejor construida y filmada que su media en la década y encima espléndidamente interpretada (y musicalizada por un inspirado Bruno Nicolai) tanto por lo habituales, mención especial para un Dennis Price conmovedor en su decrepitud, como por las incorporaciones tanto el bello Andrés Resino como la canadiense Genevieve Robert (o Deloir), de una inocencia y sensibilidad devastadoras. Solo el abuso del zoom y otros modismos de la época lastran un conjunto más que respetable.
Un minúsculo western de producción independiente (la Bel-Air, casa para la que habitualmente trabajó Selander durante los 50) aunque con apoyo de la United Artist en al distribución donde sus responsables reciclan no pocos aspectos de títulos previos, principalmente de la excelente War Paint (1953). Encontramos de nuevo, a una patrulla de caballería diezmada atravesando de forma penosa el territorio indio, a todo lo cual se le añaden para la ocasión un teniente enajenado e imbecil (no necesariamente por este orden) y un para de rehenes femeninas. A una primera parte nervuda y directa le sigue un alicaído tercio final donde se impone el diálogo sin interés y la acción ramplona para dar cuenta del acoso sufrido por los soldados una vez guarecidos entre los restos de un fuerte previamente arrasado. Duración reducida al mínimo, fotografía en blanco y negro, sobrio protagonismo de Chuck Connors y presencia, entre un reparto de ilustres desconocidos, del gran Harry Dean Stanton.
Extrañísimo “melo-thriller” sobre un imperturbable asesino a sueldo en plena crisis matrimonia que ve como, simultáneamente, desaparece su esposa y recibe un sospechoso encargo en Inglaterra. Insufrible en cuanto a la pedantería de los diálogos y a la pretenciosidad general de una trama rigurosamente incomprensible. Montaje asincrónico/asociativo muy cercano a Nicholas Roeg, obvias influencias del clásico A quemarropa y también resabios de un título anterior con Sutherland como Klute donde también se jugaba a la deconstrucción/reinterpretación de las claves del noir. En definitiva una mezcolanza irritante en principio pero de rara fascinación final, gracias tanto a la formidable labor de John Alcott en la fotografía, mezcla exacta de abstracción y naturalismo, como a un equipo de intérpretes superlativo (no así la horrible protagonista femenina) rodeando a un Donald Sutherland genial. A saber: John Hurt, David Warner, Christopher Plummer y David Hemmings, quien además ejerce de co-productor.
Un joven combatiente regresa a casa después de haber sido dado por muerto, pero lo hace convertido en una especie de muerto viviente necesitado de sangre. Apreciable miniproducción de horror de notable fuerza alegórica, sobre los traumas y la alienación provocada por la guerra de Vi…etnam dirigida por un profesional con un puñado de títulos de interés durante la década (principalmente la excelente fantasía holmesiana “Asesinato por decreto”) y que aquí se sobrepone como puede a la pobreza presupuestaria según una feísmo estético entre lo buscado y lo obligatorio. Mediocres interpretaciones, a excepción del más que inquietante Richard Backus, genial en su performance “vaciada”, sorprendentes hallazgos icónicos e impresionantes imágenes finales.
Una mujer presencia el asesinato de un abogado del crimen organizado. A partir de ese momento será perseguida sin tregua mientras el ayudante del fiscal del distrito intenta protegerla al tiempo que la lleva en tren desde Canadá hasta Los Ángeles para que declare. Vulgar remake del espléndido thriller claustrofóbico The narrow margin (Richard Fleischer, 1952) carente casi por complete de las innumerables virtudes del original, desde sus rotundos personajes, a sus ingeniosos diálogos pasando, principalmente, por una formidable utilización del espacio. Con una tendencia obsesiva por espectacularizarlo todo, repleta de guiños sin ningún fundamento/respeto hacia el material de partida y con un Gene Hackman idéntico a si mismo, solo se sostiene (y de aquella manera) por la entidad de sus interpretes secundarios y el hecho de que, después de todo, Hyams no es tan mal director.