Llegaron a la enorme casa de sus amigos y estaban los sirvientes esperando afuera para llevar los coches a la parte de atrás y a los caballos a las pesebreras para refrescarlos. Los condujeron a el prado cerca de la casa donde estaban haciendo la barbacoa, pudo notar las enormes mesas recubiertas de manteles exquisitos y llenas de comida, las señoras estaban ataviadas con sus hermosos vestidos para el día, en telas un poco más frescas que las de la noche y con colores como el amarillo pálido el azul claro y el beige, que armonizaban con el momento del día y la ocasión. También notó como las niñeras se llevaban a los niños pequeños que iban llegando a la habitación especial para ellos, donde jugarían con sus niñeras y les darían de comer, para luego dormirlos. En el momento en que su amiga la vio, corrió hasta donde ella se encontraba.—Bethany, que bueno que hayan venido, no sabes las muchas cosas que tengo que contarte. —y con esa frase, la tomó por el brazo y se la llevó por el jardín para hablar de sus más íntimos secretos, que no pasaban de ser los chismes del momento y alguna confidencia sobre el comportamiento un tanto escandaloso de su adorado tormento, que sería a lo mucho, un beso robado o algún abrazo que había durado más del tiempo correcto. Su hermana se quedó con su mejor amiga Peggy Smith, de quien se decía sus padres habían logrado comprometerla con un joven oficial de Kentucky, dueño de una gran plantación de algodón de esa región. La chica solo tenía 15 años y se casaría a comienzos dl siguiente año, por lo que su hermana estaba desolada y pasaba todo el tiempo que podía con ella. Sus padres y su hermano, se quedaron hablando con los anfitriones de la fiesta.Se fue con su amiga y se sentaron en una de las mesas más alejadas.—No te he contado sobre nuestra boda.—Querida y es que… ¿Hay algo más? Porque solo hablas de eso últimamente.—Oh Beth, que mas puede haber para una mujer que hablar de su próxima boda con el hombre de sus sueños.—Bueno, no lo sé. Nunca lo he conocido. —le dijo con cierto sarcasmo.Susan la vio apenada.—Bethany, querida. Que inconsciente soy, no debí decirte eso. —le tomó de la mano. —Pero sé que dentro de muy poco lo conocerás, muchos chicos de sociedad están interesados en ti. ¿Por qué no te decides?—Porque no me siento como tú, feliz y enamorada. Yo quiero casarme por amor.—Pero es que, Charles y yo no nos amamos todavía, pero si nos respetamos y nos tenemos cariño. Lo que sucede es que yo estoy segura de que con el tiempo nos amaremos perdidamente y tendremos una hermosa familia.Beth se quedó pensativa. —En realidad, yo no creo que pueda hacerlo de esa manera. Yo quiero sentir que lo amo, que daría todo por esa persona, que es mi esposo, pero también mi amigo. Sentir que seremos un apoyo el uno para el otro cuando vengan los problemas, y por sobre todas las cosas que sea un hombre respetuoso de sus semejantes, que no le gusta esta maldita esclavitud.—Beth, sabes que no debes hablar así, ese no es lenguaje para una dama. —le dijo muy seria, pero después su rostro se enterneció. —Aunque estoy completamente de acuerdo contigo, sobre la esclavitud. Hasta mi padre está de acuerdo, veo su rostro cada vez que tiene que vender o comprar algún esclavo y dice que porque en Norteamérica no existen maquinarias como en Inglaterra, le parece una práctica horrorosa, pero dice que ya lleva muchos años aquí y que no se puede dar el lujo de perder la plantación. —se quedó mirando un momento, como si la analizara. —Voy a decirte un secreto, pero no puedes decírselo a nadie. Confío en ti.—Claro, somos amigas y yo nunca haría algo en contra de esa amistad.—Bueno, es que si llegas a decir algo…tú sabes cómo tratan a qué a la gente que no está de acuerdo con la esclavitud, les dicen amantes de negros y pueden llegar a apresarlos y hasta condenarlos. —Es cierto, hace poco supe de varias personas que estaban ayudando a escapar esclavos, que fueron descubiertas y los condenaron a ir a la horca.—Oh Dios mío, que terrible. —le dijo aterrada Susan.—Puedes contarme lo que quieras, pero si crees que pondrás en riesgo a tu familia, mejor no lo hagas.—Bueno, es que hace poco vino un hombre a visitar a mi padre. Me llamó mucho la atención porque lo hizo a la media noche, lo pude ver porque sabes que me duermo muy tarde leyendo mis novelas y cuando estaba a punto de apagar la vela, escuché el galope de un caballo y divisé la figura de un hombre que entraba rápidamente por la puerta de atrás. Con mucho cuidado bajé, me acerque al estudio y vi a mi padre hablando con él. Decían cosas que no podía oir, pero vi cuando mi padre le dio dinero luego se dieron la mano y el hombre se volteó para irse.—Bueno y… ¿Cual es el problema? Mi padre también ha recibido visitas muy tarde y con lo que sucede ahora en el país, todos los bandos tratan de buscar quien los ayude, pudo ser alguien del ejercito. —Se que no era alguien del ejercito porque cuando el hombre se volteó, lo que vi fue a un hombre bien vestido de pies a cabeza, con aspecto de hombre rico y educado, pero lo que más me sorprendió es que era negro.Bethany se quedó sorprendida, sin dar crédito a las palabras de su amiga. —Eso no puede ser Susan, tuviste que haber visto mal. No hay forma de que un hombre de color pueda ser libre como para estar a esas horas de la noche solo por ahí, pero además lo increíble es que sea rico y educado. —Lo sé, pero eso fue lo que vi. —le dijo mirando hacia todos lados.—No le digas a nadie sobre lo que me acabas de contar o pondrás a tu padre en peligro. He oído que hay gente aquí en el Sur, que no está de acuerdo con la esclavitud, pero que lo ocultan teniendo esclavos en sus plantaciones como lo hacen los demás, solo que en la noche los ayudan a escaparse.Susan la miró horrorizada.— ¿Crees que mi padre pertenezca a ese grupo de personas?—Creo que sí, querida. Por eso es mejor que no le digas a nadie. Y aquí en confidencia, te digo que me siento feliz por él. Ojalá mucha gente hiciera eso.Oyeron que las llamaban y cambiaron la conversación.—Susan y Bethany, por favor vengan a unirse a la barbacoa. —llamó la madre de Susan.—Ya vamos madre.
*****
En la hacienda Jeremiah, no dejaba de pensar en lo que estaría haciendo Beth, en la fiesta. La había visto subirse al carruaje y le pareció perfecta, con su vestido ceñido a su cintura, elegante con esa gran falda y que dejaba ver la forma de sus pechos. Su piel pálida parecía brillar con la luz del sol y sus mejillas sonrojadas por las altas temperaturas solo aumentaban ese aspecto rozagante y a la vez sensual que ella tenía cuando se sofocaba un poco por el calor. No podía evitar pensar en que ese sería el aspecto que tendría acabando de hacer el amor. Con su boca hinchada por sus besos, sus pechos magullados por sus muchas caricias, Dios….era mejor no seguir por ahí.
Vio a su padre y a su madre, regañarla por lo mucho que se había tardado en bajar, pero el solo pudo pensar que había valido la pena. El resultado era una mujer preciosa que tendría a todos los hombres locos por ella, lo que lo hacía sentir unos celos inmensos. ¿Pero porque celos? Ella no era nada de él y aún así la sentía suya.
— ¡Oye tu, negro! —lo llamó Ezequiel. — ¿Qué haces ahí parado sin hacer nada?, ¿Estás tan aburrido que deseas unos azotes?—No. —le respondió únicamente, lo miró con rabia y se fue de allí.Caminó por el sendero que lo llevaba hasta la casa, Esther lo mandó a llamar para que ayudara con unas cosas que el hacendado les había regalado a los esclavos y el tenía que llevarlas a las barracas y a las chozas. Cuando entró por la puerta de atrás estaba Dauphine que lo miró de pies a cabeza como desnudándolo con la mirada.—La señora Esther me mandó a llamar. —le dijo para desviar la atención de ella de su cuerpo a su rostro. —Sí, te está esperando en la cocina, sigue hasta el fondo. —le dijo sonriéndole.Él le devolvió la sonrisa por educación y se dirigió hacia donde se encontraba Hester. Llegó y lo primero que vio fue una muchacha que estaba agachada tratando de prender fuego a lo que el supuso era la estufa. La pobre muchacha soplaba y soplaba sin ver que se hacía fuego.—Déjame hacerlo a mí. —le dijo apartando sus manos suavemente del fogón.— ¿Quién te dio permiso a hacer el trabajo de ella? —le pregunto Hester molesta.—Nadie señora. —le dijo apenado.— ¿Entonces porque lo haces?—Es que se está quemando las manos, así no aprenderá. Si usted quiere le puedo enseñar cómo hacerlo. —sin esperar respuesta de ella, le dijo a Yuma que viera como él lo hacía para que después ella lo hiciera.Ella vio todo el tiempo como lo hizo y luego, cuando él le dijo que era su turno, lo hizo muy bien.—Jeremiah, ngiyabonga. —le dijo sonriendo.Él sabía que le había dicho gracias. Conocía algunas palabras, que ella le había enseñado. Era una chica inteligente, le iría bien en la casa grande y él prefería ese tipo de trabajo para ella. Veía a la chica como una hermanita menor, la pobre estaba muy perdida entre blancos que la trataban mal y gente de su color que no hablaba su idioma. Cada vez que lo veía se echaba a correr hacia él y lo seguía después a todas partes, hablando en su idioma que no lo entendía muy bien, pero él a todo le decía que si y le enseñaba palabras en Inglés para que ella se familiarizara con el idioma.—No te quedes ahí de pié. —le dijo Hester. —Ayúdame con las cosas que hay que llevar a las barracas y después vuelves por mas. Vete por esa puerta. —le dijo señalando una gran puerta de madera que daba a un pasillo grande. —Allí están unos sacos, los cargas y los llevas. ¿Entendiste? —le preguntó como si él fuera un idiota.Se aguantó las ganas de decirle que no era ningún imbécil, porque pensándolo mejor, a él le convenía que lo vieran como un esclavo iletrado y tonto.—Sí, señora. —fue lo único que dijo y se fue a recoger los sacos. Cuando llegó al sitio donde estaban se sorprendió al ver todo aquello, la opulencia del lugar y el estilo tan hermoso de la casa. Para un arquitecto como él, esto era un sueño hecho realidad. Poder ver de primera mano, la forma en la que vivían en esa época y los lujos modernos que ya después serian obsoletos en su época. La forma en la que había sido construida la casa, las columnas de estilo griego, todo era bellísimo. No resistió la tentación y comenzó a recorrerla. Era una casa estupenda. Sea asomó por varias de las puertas y vio habitaciones grandes, salas, un comedor formal y otro informal, había tres pisos en esa mansión y cada vez que subía uno, se maravillaba de lo que encontraba. Estaba ahora en el segundo y ya había contado quince habitaciones, llevaba media hora recorriéndola. De repente se encontró con una habitación exquisita, era en tonos azules desde el más oscuro hasta el más celeste, tenía chimenea y una pequeña sala contigua a la habitación, también tenía una cama grande con dosel de color café oscuro, tallada con intrínsecas formas, las sabanas eran de algodón blanco puro con un borde donde estaban puestas las iniciales de la familia, se imaginó que era la habitación del hacendado.Fue a la habitación que seguía y notó que era parecida, pero más pequeña, el estampado en el papel de colgadura también era distinto, más femenino. Los colores de la cama eran suaves y por los vestidos que vio, supo que era la habitación de la esposa del hacendado. A su modo cada una de las habitaciones era diferente pero no por eso menos hermosa o imponen. Abrió abriendo puertas y mirando cada uno de los cuartos, hasta llegar al fondo. En ese punto vio una puerta con el nombre de Beth grabado en ella, se encontró con la habitación de una dama, sus colores no dejaban duda de ello. Las paredes forradas en papel con hermosas flores de tonos rosa oscuro y crema, la habitación era amplía y estaba dividida, como si fueran en realidad dos cuartos y no uno. En una división había una cama de madera amplia de cabecera muy grande, de esquinas talladas con flores, tenía un techo sostenido por cuatro parales, que le daban al mueble una imagen impactante. Del techo caía una cortina de velo, que separaba el interior de la cama del resto del cuarto. Al lado de la cama había un mueble grande con un orificio en la mitad, donde se colocaba la jofaina con agua, con la cual ella se refrescaba en las tardes calurosas. En la otra división del cuarto, había un vestier con un gran espejo y su lado un tocador con todo tipo de polvos, lociones y cosas de mujer. También había baúles y varios vestidos colgados en ganchos, una bata blanca estaba caída en un rincón y él se acercó a levantarla, la olió, sabiendo que su aroma lo haría recordarla, casi hasta el punto de sentir que la tocaba. Sacudió un poco la cabeza, no podía dejarse llevar por esos pensamientos, involucrarse en esa época con una mujer blanca, era la muerte para un esclavo. Y eso era él en ese momento. Se acercó a la ventana e inmediatamente supo que se trataba de la habitación de su diosa, era perfecta como ella y desde esa ventana se podía ver el sitio donde él había estado contemplándola por un buen rato, esa noche en la que la vio desnuda. Ahora sabía con exactitud donde dormía ella, podía venir de vez en cuando y cuidar su sueño, sin que nadie lo viera. Siguió mirando la habitación y salió para recorrer el último piso. Notó una última puerta, que se le había pasado y cuando la abrió, se quedó maravillado al ver un baño grande, con una enorme tina de porcelana que tenía dos grifos, uno para el agua caliente y otro para el agua fría. Había un inodoro, también en porcelana y unos muebles de madera de cedro con gabinetes donde se guardaban las toallas y demás utensilios de baño, como jabones y perfumería. — ¿Qué estás haciendo aquí? —escuchó que le gritaban.—Nada, señora. Es solo que me perdí. —le dijo haciendo su cara más inocente.—Mira muchacho, no me creas idiota, que cuando tú ibas yo ya venía de regreso. ¿Qué hacías en el baño de los amos? —le preguntó con los ojos clavados como dagas en él, casi taladrándolo.—Me perdí, cuando me dijo que buscara los sacos y entonces subí a buscar a alguien que me pudiera indicar como salir de esta casa tan grande.Hester se quedó callada tanto tiempo que él pensó que no le respondería, pero al poco tiempo le hablo.—Voy a creerte, solo por esta vez. “No te quiero ve” por aquí nunca más. ¿Me entendiste? Al amo no le gusta que los esclavos estén paseándose por la casa, sin motivo. Aquí solo se viene cuando el amo, nos llama.Jeremiah, bajo la mirada en señal de entendimiento. —Sí, señora.—Ahora vete, baja esas escaleras que están al fondo y “vodtea” a la derecha.Jeremiah, se movió inmediatamente.— ¡Espera! —lo llamó Hester de repente. — ¿Sabes cuál es la derecha y cual es la izquierda verda?—Sí, señora. Lo sé bien.—Bueno, entonces ¿Qué haces aquí todavía? Vete, vete muchach—lo apuró.Jeremiah podía ver muy bien quien era la que mandaba en esa casa después de los patrones. Esa Hester, era de armas tomar, tenía su genio, pero le caía bien. Le recordaba a su tía Lissi.Bajo corriendo las escaleras y se encontró de frente con el cuarto donde estaban los sacos. Los cargó y se los llevó a las barracas. Cuando llegaba de dejar los primeros sacos, entró nuevamente por la parte de atrás de la casa y encontró a Yuma, haciendo un guiso en una olla gigante, sobre uno de los fogones que la había ayudado a prender.Cuando ella lo vio, sus ojos se iluminaron. Ese hombre le gustaba, era fuerte y muy inteligente, en su tribu las mujeres se peleaban por la atención de un hombre como él, ya que se notaba que daría hijos sanos, inteligentes y trabajadores como su padre. Ella lo había visto trabajar de sol a sol, y a pesar del cansancio ayudar a los otros esclavos para que aprendieran las cosas básicas y así poder entender lo que los blancos querían. Además su cuerpo era hermoso, grande y fibroso, su piel no era tan negra como la suya, la de Jeremiah era más bien de un color negro más claro, pero aún así le gustaba y sus ojos…era hermosos de un color tan raro, como la miel de las abejas, su boca era grande y ancha como los de su raza, pero su nariz no lo era. Ella le quedaba apenas por el pecho de lo alto que era. Era un hombre perfecto para ella y sus padres hubieran dado su bendición si él la hubiera cortejado en su tribu. Se quedó pensando un momento, triste. Ya no estaba con los de su tribu. Ahora estaba en una horrorosa tierra de hombres blancos que maltrataban a los de su raza y mermaban su orgullo hasta dejar solo una cáscara y nada por dentro. Ella veía la mirada sin esperanza de muchos de los esclavos, sus hermanos, hombres y mujeres que habían pertenecido a tribus de guerreros que no se sometían a nada ni a nadie, ahora estaban en esas tierras solo esperando a que sus dioses vinieran por ellos para llevárselos a un lugar mejor. No pudo evitar que las lágrimas brotaran de sus ojos.— ¿Qué pasa pequeña? —escuchó que le decía Jeremiah. No se acordaba de que él estaba allí con ella. Le hizo señas, al tiempo que le hablaba, porque todavía no podía darse a entender solo con palabras.—Nada, Jeremiah. Pensaba en mi tierra. —le dijo tocando el amuleto de su cuello, que no se quitaba por nada del mundo.—Sé cómo te sientes Yuma, pero no puedes dejar que la tristeza llene tu ser. —para hacerse entender toco su pecho, donde estaba su corazón, pero cuando lo hizo, Yuma se sorprendió. Jeremiah, lo tomó como un gesto de temor y alejó su mano, no antes de que ella la agarrara suavemente y la llevara a sus labios.—Puedes tocarme. —le dijo como una Reina, que hace una pequeña concesión.El se rió. —Muchas gracias pequeña.—Los hombres no tocar a… mí, —le dijo señalándose a ella misma. —Yo soy sagrada.¿Me entiendes? —le preguntó.—Me dices que eres sagrada y por eso ningún hombre debe tocarte. ¿Cómo es eso?—Yebo. —le dijo. Que significaba sí. —Yo. —le dijo señalándose. —Soy intombi de chamán de mi tribu, hijo cacique de tribu se uniría conmigo, —le hizo señas con los dedos, uniéndolos. Pero los blancos llegaron y llevaron a mí, lejos. ¿Entiendes?—Sí, te entiendo. Eres hija del chamán de tu tribu y te casarías con el hijo del cacique. —le dijo con un suspiro de resignación. — Lo siento mucho, pequeña. —le dijo tocando su mejilla.Ella le devolvió el gesto.—No importa, —le dijo muy segura. —Dioses cambian nuestro destino todo el tiempo. Su voluntad, que yo te conociera en este…cam, camión que eligieron para mí. Jeremiah sonrió.—No se dice camión, pequeña. Se dice ca-mi-no.— ¡Eso! Ca-mi-no —repitió ella.En eso oyeron a Hester renegando de Jeremiah y preguntando que porque estaban todavía esos sacos allí en el cuarto.—Tengo que irme. —le dijo a Yuma. —Te veo en la noche, en las barracas. —salió corriendo.—Yuma solo asintió, aunque él no la vio porque salió muy rápido a recoger los otros sacos que quedaban, antes de que Hester lo regañara.