Con el sello de Jesse L. Lasky para la Paramount y confiando una vez más en el operador Alvin Wycloff, DeMille, siempre preocupado por la solidez de un guión que hiciese avanzar con eficacia el relato y por la aplicación de los recursos técnicos más adecuados, estructuró la obra en cuatro partes. Tras la presentación del trío protagonista: Haka Arakau (Sesu Hayakawa), un rey birmano del marfil introducido en la alta sociedad neoyorquina -en la versión original, y hasta 1918, se trataba de un colega japonés llamado Hisuhru Tori, pero la insistencia de la colonia nipona afincada en California y la alianza bélica de la WWI obligó al cambio- y el matrimonio Hardy, Richard (Jack Dean), agente de bolsa y Edith (Fannie Ward), vemos bajo el título La mariposa, como la esposa es una desocupada, díscola y caprichosa mujer que se dedica a gastar en ropas y fiestas el dinero que gana su marido en el mercado de las inversiones y como hace mal uso de una importante cantidad que un grupo de distinguidas damas ha recaudado para entregar a la Cruz Roja (en Europa se está librando la Gran Guerra) y han confiado a su custodia. Asustada ante la inminencia de la fecha de entrega del depósito y sin recursos, esconde al marido la verdad y pide ayuda a su amigo Arakau, quien ve la oportunidad de calmar su, largamente agazapado, deseo lujurioso. Agraciada por la suerte, Edith acude arrepentida a ver al prestamista, pero la voracidad sexual lleva al comerciante a marcarla con el mismo sello ardiente que estampa en las bases de sus apreciadas figuras de decoración. Es El engaño, al que seguirán El juicio y El veredicto, donde el escándalo se hace público y se esclarecen los hechos y la autoría de los disparos que sufre el oriental en su disputa con la hermosa Edith, mujer que arrastra no pocos pecados capitales.
El resultado fue tan exitoso que The cheat alcanzó en 1921 el privilegio de ser el primer film transformado en ópera: Fortaiture, de Camille Erlanger. Su fama se basaba en unas fantásticas interpretaciones, sobre todo las de Fannie Ward, toda una estrella, como deja bien claro que su nombre preceda al titulo del film en letras de similar cuerpo, su mirada directa a nosotros durante el cuadro de presentación y sus caprichos durante el rodaje -pido lucir vestidos más caros y exclusivos; despreciaba a las maquilladoras que no la agradaban- y Sesu Hayakawa, que se convertiría en la belleza masculina exótica más admirada en el cine hasta la irrupción del italiano Rudolph Valentino, y en la lección de agilidad narrativa y el uso de la luz por DeMille, apartado vigente hoy incluso en las cintas de color. Y es que la iluminación expresiva, de Rembrandt, coartada a costa del artista holandés que esgrimía a conveniencia para ganar público, consistente en atenuar el alumbrado homogéneo y plano mediante cortinas negras y reflectores, el uso de haces directos a los rostros, dejando en sombras el entorno, lo que incidía en el aspecto psicológico de los personajes y la naturaleza de los hechos, era una técnica que ya había probado en The Warrens of Virginia (1915) y que alcanzaba una prodigiosa depuración aquí, como demuestra el fantástico juego de sombras en las paredes de papel de arroz del estudio del artista.
Pocos años después de este consejo en imágenes sobre el peligro demoníaco que encerraba toda atracción por lo extranjero, sobremanera la sexual, que es The cheat, drama sobre la imposibilidad de entendimiento entre los distintos -estamos en el año de la célebre The birth of a nation (El nacimiento de una nación, 1915), la obra realista y xenófoba de Griffith-, Cecil B. DeMille separaría las aguas del mar Rojo en The ten commandments (Los diez mandamientos, 1923). Hecho que repetiría, esta vez en Technicolor, con sonido, y, sí, con Charlton Heston de protagonista, en su título de despedida: The ten commandents (Los diez mandamientos, 1956), superando así al mismísimo Moisés. Y por si hay dudas de las proporciones bíblicas de la obra del director, bastan los cincuenta y nueve minutos de The cheat, uno de los primeros peldaños de esa torre de Babel llamada Hollywood.
En el libro 1001 películas que hay que ver antes de morir (Editorial Grijalbo) se detalla 1 título de C. B. DeMille: The ten commandments (Los diez mandamientos, 1956).