Más de Leónidas que de Perseidas

Publicado el 06 mayo 2010 por Marcredondo

Aun recuerdo ese año 1999. Con mi cara llena de granos, evidencia de que algo en mi cuerpo estaba cambiando, salí a la terraza a pesar del intenso frío, me tumbé sobre la hamaca que mi madre utilizaba para tomar el sol en verano y me tapé con una manta. No podía dejar de temblar. Se esperaba una buena lluvia de estrellas. Así lo anunciaba el periódico. Lo que no sabía es que aquella iba a ser una de las noches con las estrellas fugaces más grandes y numerosas de mi vida.

 Estamos en los días de máxima plenitud de las Leónidas, la lluvia de estrellas más famosa de los meses de frío. Después de las lágrimas de San Lorenzo, o Perseidas, son los meteoros más vistosos del año.

 Las Leónidas se producen cuando la Tierra cruza la trayectoria del cometa Tempel-Tuttle. Las pequeñas partículas que dejó el paso de este cometa son las que se adentran en la atmósfera y se desintegran, formando las bonitas estelas.

 Mucho juega en contra de esta lluvia de estrellas. Por un lado el frío que suele hacer durante esta época del año. Bueno, este noviembre casi las podríamos ver en ropa interior. No hay forma de que bajen las temperaturas. Por otro, la baja frecuencia de meteoros. La mayoría de nosotros tenemos poca paciencia y solemos abandonar tras varios minutos sin ver nada de nada y de pensar que estamos perdiendo el tiempo.

Los bólidos de las Leónidas son mucho más espectaculares que los de las Perseidas. Es cierto que se ven pocos, pero vale la pena esperar. Son más grandes y más vistosos. Cada 33 años hay un pico de actividad. Un pico que, desgraciadamente, aun nos queda muy lejos. El último fue en 1999, así que puedes hacer cuentas. 

Esa noche de 1999 fue inolvidable. Aparecían las estrellas fugaces desde todos los extremos del cielo. El brillo de cada uno de ellos me ponía la piel de gallina. Algunas de las estelas permanecían en el cielo unos segundos. Impresionante. Vi tantas... que ni me acordé de pedir deseos. ¡Qué desastre! Claro que era un crío y lo que habría pedido... mejor no lo quiero ni pensarlo. Suerte que no malgasté esos deseos.